Una aristócrata en el desierto - Matrimonio en juego. Maisey Yates

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Una aristócrata en el desierto - Matrimonio en juego - Maisey Yates Libro De Autor

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nos casamos, veremos qué hacemos entonces.

      –Oh, no lo creo. Es mejor que tratemos con esa clase de cosas ahora – afirmó ella, y tragó saliva–. Yo espero que el nuestro sea un matrimonio real.

      –No creo que pudiera ser falso – señaló él, y recogió su camisa del suelo para ponérsela–. Tendría que ser legal, por supuesto.

      –El papeleo no es lo único a tener en cuenta. Tienes que interactuar con la persona con la que te casas. La química y la compatibilidad sexual son importantes.

      –Si es importante para ti y yo decido que el matrimonio entre nosotros es la mejor opción, entonces me aseguraré de satisfacer tus necesidades.

      Sus palabras sonaban tan desapasionadas que ella no supo cómo responder. Tarek hablaba como si no fuera algo importante para él. Sin embargo, según la experiencia de Olivia, a los hombres les interesaba mucho el sexo. También había comprobado que era ventajoso sentir apetito sexual hacia el propio marido.

      –Es importante – insistió ella, sin poder ocultar su fascinación por aquel hombre tan fuera de lo común.

      –Entonces, si decidimos casarnos, nos enfrentaremos a ello.

      –Yo no… no estoy segura de comprender – balbuceó ella, confusa.

      –No hay nada que comprender.

      Nunca en su vida había reaccionado un hombre con tanta indiferencia a su contacto. Aunque Olivia tampoco tenía tanta experiencia en ese campo. Marcus había sido su único amante, después de todo. Pero había coqueteado con muchos otros y siempre había tenido éxito. Sus intentos de conseguir atención del sexo opuesto siempre habían sido satisfactorios, a pesar de que no hubieran ido más allá de algunos besos inocentes.

      En ese momento, se sintió de nuevo como la niña que había sido, suplicando cariño de sus padres, sin recibir nada.

      –Pensé que tendrías algo que opinar al respecto, como la mayoría de los hombres.

      –Los hombres son débiles. Sus apetitos reclaman constante satisfacción. Si yo me rindiera a mis apetitos, me convertiría en un esclavo. En mi posición, no puedo desear nada más que servir a mi país.

      Sus palabras hicieron que algo floreciera en el corazón de Olivia. ¿Qué le pasaba?, se dijo a sí misma. ¿Por qué le importaba tanto lo que aquel extraño dijera?

      ¿Y qué más le daba que la rechazara?

      –Tengo que ocuparme de que te corten el pelo – señaló ella. Cualquier cosa era mejor que concentrarse en los inesperados sentimientos que la asediaban–. Y necesitarás ropa adecuada.

      –¿Qué tiene de malo mi ropa?

      –¿Qué llevaba puesto tu hermano a los actos públicos? ¿Llevaba túnicas al estilo tradicional de Tahar o llevaba trajes occidentales? Eso es importante. Tengo que decidir cómo organizar tu guardarropa.

      –Si te doy a probar un caramelo, intentas quedarte con toda la bolsa.

      Ella sonrió, aunque se encogió por dentro ante la metáfora sexual de su comentario. Sí, si él le dejaba probar un poco de sí mismo, intentaría devorarlo entero.

      –Para eso he venido – replicó ella, tratando de poner a buen recaudo sus inseguridades y el dolor del rechazo.

      –Me da lo mismo lo que llevara puesto mi hermano. Yo prefiero ser distinto.

      –Es un buen comienzo – opinó ella–. ¿Qué clase de gobernante quieres ser? Solo tú puedes responder a esa pregunta, Tarek.

      –No creo que un rey lo sea para su propio regocijo. Creo que un hombre solo puede servir a su pueblo si tiene un propósito que va más allá de sí mismo.

      –Hablas mucho de servir a tu pueblo.

      –Llevar el peso de la responsabilidad de un país equivale a servir a los demás. Si lo haces solo por disfrutar del poder, no consigues nada.

      Ella lo observó pensativa.

      –Si estabas en desacuerdo con la forma de gobernar de tu hermano, ¿por qué no le dijiste nada?

      –No era asunto mío. Mi misión era muy específica. Había llegado a un acuerdo con él hacía años.

      –¿En qué consistía?

      –Si me dejaba en paz, estaría a su disposición para proteger a nuestra gente – contestó Tarek con expresión sombría–. Fue un acuerdo mutuo que ambos respetamos. Él me llamaba cuando hacía falta ayuda y yo se la prestaba. Pero ahora estoy en una posición diferente.

      –Ahora tienes el poder. Es lo bueno de ser un sultán. ¿Qué ropa te gustaría llevar? ¿Quién quieres ser?

      –No tengo la capacidad de preocuparme por algo como la ropa. ¿Tal vez tiene algo de especial que se me escapa?

      Olivia se enderezó, señalándose el delicado vestido blanco que lucía.

      –La ropa es importante. Presenta cierta imagen. Me gusta pensar que la mía combina las ideas de lujo y sofisticación. Es algo que la gente valora en una reina, según me enseñaron.

      –Entiendo… eso que dices.

      –Bien. A ti te preocupa tu pueblo.

      –Más que mi propia vida.

      A Olivia se le encogió el estómago al pensar en que alguien se preocupara por ella con esa misma fuerza y determinación.

      Tragó saliva. No. No podía desear lo inalcanzable, se recordó a sí misma.

      –Tahar atraviesa una nueva época – comentó él con gesto serio–. Y yo soy capaz de dirigir a mi pueblo hacia los nuevos tiempos. Mostrémoselo.

      –Bien. Como no te puedo presentar montado en un caballo blanco blandiendo una espada, buscaré atuendos que refuercen tu poder. Haré algunas llamadas.

      Dicho aquello, Olivia salió de la habitación y se dirigió a su dormitorio. Necesitaba estar sola. Tenía que pensar bien las cosas y recuperar la compostura. No podía volver a comportarse como una estúpida.

      Necesitar a alguien podía ser demasiado peligroso. Su bienestar emocional no podía depender de nadie, se repitió a sí misma.

      No podía olvidarlo.

      Tarek había logrado escapar a las maquinaciones de Olivia durante cuatro días. Desde que había llegado al palacio, había ansiado el silencio como un hombre desesperado.

      Y, desde que ella había llegado, su necesidad de estar a solas se había intensificado. Sobre todo, desde que lo había tocado en el baño.

      Él no era inocente. Ni era tonto. Comprendía lo que significaba el fuego que había sentido. Entendía por qué ella lo había tocado. Pero se había jurado a sí mismo tener un único propósito en la vida. Para

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