Boda en Eilean Donan. Lorraine Murray

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Boda en Eilean Donan - Lorraine Murray HQÑ

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Algo importante para la agencia. Tengo que pasarme después por las oficinas.

      —Esperemos a ver de qué se trata.

      —Conociéndola… —Karen rodó sus ojos dándole a entender a su amiga lo que pensaba al respecto de ello—. Sabes que en ocasiones le gusta exagerar. —Sonrió porque sabía cómo era Nora. Le gustaba anunciar las propuestas a bombo y platillo para dar publicidad a la agencia.

      —Deberías cogerte vacaciones. Estamos en verano. Lárgate lejos y disfruta. No creo que haya mucho trabajo en esta época del año. Se te están pasando los años.

      —No sé lo que son desde hace… —Resopló mirando a Denise—. Lo que sucede es que mi trabajo va ligado en parte a estas porque, cuando llegan los meses de verano, me marcho lejos a trabajar.

      —Sí, a trabajar para alguna publicación de viajes. Tienes que pisar el freno, Karen. Disfrutar un poco más de la vida, de los amigos, de tu pareja…

      —Ya lo hago. De vez en cuando me pierdo por ahí lejos. O acudo a las concentraciones de motos que me pillan cerca de París. Ya me conoces, soy un espíritu inquieto. —Movió sus cejas arriba y abajo con celeridad y rio divertida.

      —¿Y qué pasa con Vincent? Ya sé que es un tema delicado, pero hace tiempo que no me cuentas nada.

      Karen esbozó una media sonrisa mitad ironía, mitad decepción. Cogió la copa de vino y dio un sorbito para aclarar la garganta.

      —¿No irás a salirme con que se me pasa el arroz? —Karen entornó sus ojos oscuros hacia su colega y sonrió con malicia—. Vincent y yo queremos cosas diferentes. Somos como el mar y el cielo, parece que se tocan, que incluso se unen, pero nada más lejos de la realidad. Soy consciente de que mi trabajo es complicado. Viajes a cualquier parte, estancias de días o semanas en otras ciudades… Y él no puede seguir mi ritmo. —Ella bajó la mirada hacia el pie de la copa que movía entre sus dedos—. Prefiere una vida más acomodada en su despacho. Es así. —Abrió los ojos como platos y sonrió—. ¿Y tú, que me cuentas de tu vecino? Ese que toca el violín y da clases en el conservatorio, ¿eh?

      Denise sonrió al pensar en él y el calor inundó su rostro, al mismo tiempo que se le formaban dos hoyuelos en las comisuras.

      —Nos saludamos cuando nos vemos, charlamos en el descansillo, en el portal…

      —¿Pero…?

      —Bueno, un día pasó por casa para preguntarme si le molestaba que practicara con el violín.

      —¿Y qué le dijiste?

      —Que para nada lo hacía. Al contrario, le aseguré que me encantaba escucharlo porque me relaja bastante.

      —Para otra vez que llame a tu puerta, pídele que te dé un concierto privado. —Karen le guiñó un ojo en complicidad.

      —Ya, claro… —ironizó Denise.

      El sonido de su móvil captó la atención de Karen, lo cogió y resopló cuando leyó el nombre en la pantalla.

      —La jefa —le informó a Denise antes de contestar a la llamada—. Dime, ¿qué sucede?

      —¿Habéis acabado por hoy?

      —Sí, hemos terminando con la sesión. Si me llamas por las fotografías, luego las reviso y te envío las más aceptables para el cliente. Denise y yo estamos en plena comida en el barrio Latino.

      —Eso es lo de menos. Necesito que vengas a la oficina cuanto antes. Tengo que hablarte de la propuesta que te he comentado, y que es muy atractiva e interesante.

      —Me pasaré en un momento.

      —Más te vale. He de dar la confirmación al cliente esta misma tarde o llamarán a otro.

      —Entendido. Estaré allí en veinte minutos.

      —Que sean mejor quince o diez.

      —Sí, vale. Lo que tú digas…

      Karen frunció el ceño e hizo un mohín con los labios dando a entender a Denise que Nora parecía cabreada.

      —Quiere que esté allí en diez minutos.

      —Pues vámonos —le instó ella haciendo un gesto con el mentón para que terminara.

      Pero Karen se limitó a sonreír. Luego extendió el brazo con la mano abierta hacia su ayudante y sacudió la cabeza.

      —No tengas tanta prisa. Que espere un poco. El cliente no se va a ir a ninguna parte, ni se va a echar atrás si tanto interés tiene en que me haga cargo de su trabajo. Es una estrategia de Nora.

      —Estás muy segura de ello.

      —Los años y la experiencia me lo han enseñado —le aseguró guiñándole un ojo y apurando el vino antes de llamar la atención del camarero para pagar.

      —¡¿Una boda?!

      Karen se quedó perpleja al escuchar a Nora referirse a ese nuevo proyecto tan importante. ¿Una boda? Repitió en su mente sin terminar de creer que hubiera escuchado bien.

      —Es la propuesta que nos han hecho. Mejor dicho, que te han hecho, porque preguntaba expresamente por ti.

      —Pues que vaya otro. Yo no me dedico a sacar fotografías de novios. Ya lo sabes —le dejó claro señalándola con su dedo.

      —¿Qué problema tienes con las bodas, si puedo saberlo?

      —Ninguno. Solo que no me dedico a celebraciones de ese tipo.

      —El cliente ha preguntado por ti, insisto. Y va a pagar una buena cantidad de dinero. Necesitamos este encargo en la agencia. Y te vendrá bien cambiar el registro de tus trabajos. Él correrá con todos los gastos de desplazamiento y alojamiento.

      Karen frunció el ceño y apoyó las manos sobre la mesa mirando a Nora con sorpresa e incredulidad al escuchar aquellas últimas palabras.

      —Un momento. ¿Has dicho gastos de viaje y alojamiento? No es aquí en París, entiendo.

      —No. Por eso mismo deberías dejarme llegar al final de lo que tengo que decirte antes de dar tu opinión y rechazarlo de plano. Pero, como de costumbre, te anticipas; algo a lo que me tienes acostumbrada, y que ya no me sorprende lo más mínimo. He tomado la determinación de dejarte hablar y hacer oídos sordos a tus protestas antes de darte toda la información.

      Nora cruzó las manos y posó los codos sobre la mesa dejando su mirada fija en Karen. Esta era impetuosa, rebelde, decidida, todo un portento en su trabajo. Pocos lograban unas imágenes como ella, la verdad. Por eso solo la llamaban las grandes marcas y las firmas de ropa para sus campañas de moda. Su caché era alto y pocos podían permitírselo. Claro que su trabajo lo valía cuando acababa y entregaba las fotografías. Y no tenía ni treinta años. Nora le auguraba un futuro muy prometedor…

      Ella apartó las manos de la mesa y las dejó en alto en señal de rendición.

      —De acuerdo. Cuéntamelo.

      —Digamos

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