Boda en Eilean Donan. Lorraine Murray
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—Está bien. Te dejo que sigas con tu nuevo proyecto. Yo aprovecharé para ver a un cliente y comentarle un par de cosas. Disfruta de ese trabajo en Escocia. Ya me enseñarás las fotos a la vuelta. Si tenemos a bien vernos…
Ella no esperaba aquella reacción por parte de él, pero allí estaba. Una despedida como si fueran a volver a verse, o tal vez no. Porque la disculpa de que le enseñara las fotografías a su regreso era eso: una disculpa para quedar bien antes de marcharse. Tenía la impresión de que él también daba por terminada la relación. Era más, hasta pensaba que le venía bien. Una despedida fría, cortante, sin un beso, una caricia… Ni siquiera se había molestado en preguntarle a qué localidad de Escocia iba. Ni de qué iba este nuevo proyecto. Esos eran los detalles que le habían hecho ver la clase de vida y de relación que le esperaba si seguía con él. Por eso había sido lo suficientemente clara para que se diera por enterado. Y, a decir verdad, parecía que él estuviera esperándolo porque no había hecho nada por revertir la situación. Karen echaba en falta una pareja que estuviera dispuesta a pelear por ella. A hacerle ver que estaba dispuesto a que ambos acoplaran sus trabajos y sus vidas para encontrar un punto que los uniera. Ella estaba dispuesta a renunciar a algunos proyectos si veía el compromiso en su compañero.
Se quedó contemplando la puerta de su piso sin saber qué hacer. Al menos, centrarse en preparar el viaje a Escocia. Eso era lo que en verdad le tenía que importar desde ese momento.
Capítulo 2
—¿Tienes todo? —Karen miraba a Denise mientras las dos avanzaban por el vestíbulo de la terminal del aeropuerto Charles de Gaulle.
—Sí, no te preocupes. Sobre todo, el pasaporte, de lo contrario no podré salir de Francia.
—Genial —le dijo deteniéndose delante del primer control para pasar el billete por el lector ante la mirada seria de la encargada—. Vamos.
Denise la siguió por el laberíntico pasillo de cintas de separación colocadas hasta la zona de seguridad. Karen comenzó a depositar sus pertenencias en una bandeja, empleó otra para su chaqueta y las puso sobre la cinta. Lo último de lo que se desprendió fue de su equipo fotográfico del que solo lo hacía en casos necesarios como ese. Pero no lo perdió de vista ni un solo instante mientras ella caminaba hacia el arco de seguridad, donde una policía le hacía señales para que lo cruzara.
Pasó bajo el detector de metales sin ningún contratiempo y se apresuró a recoger sus pertenencias ante la mirada del agente que controlaba la pantalla del escáner. Karen le dedicó una sonrisa y asintió alejándose hacia un lugar apartado en el que pudiera terminar de arreglarse mientras esperaba a Denise.
—Tenemos tiempo para comer algo antes de embarcar.
—Busquemos un café.
—¿Echaste un vistazo a la documentación que te pasé?
—Sí, lo estuve repasando anoche antes de irme a la cama. No me puedo creer que vayamos a Escocia —le aseguró con los ojos abiertos como platos porque no acababa de creerlo.
—Con los gastos pagados. Eh, que vamos a currar.
—Pero ¿qué clase de boda es? ¿Tanto tiempo necesitan que estemos?
—Piensa que va a ser en un castillo, con eso te lo digo todo. El padre de la novia tiene una destilería en esa región. Habrá muchas localizaciones para hacer las fotos. Según he visto en la web de Eilean Donan necesitamos permisos para hacer el reportaje. No es un sitio convencional.
—Y estoy segura de que tampoco lo será el número de invitados.
—Por ese motivo creo que quieren que estemos con tiempo.
—¿Qué ha pasado con tu alergia a las bodas? —ironizó Denise con una sonrisa diabólica.
Karen se encogió de hombros.
—Nunca he fotografiado Eilean Donan. Ni he estado en la capital de las Highlands —le confesó empleando la palabra inglesa para referirse a las Tierras Altas del norte del país.
Andrew McFarland acudió a la llamada de su padre. Suponía que iba a repetirle lo que tenía que hacer con la fotógrafa, que llegaba esa tarde para la boda de su hermana Ilona. Lo encontró rebuscando algún papel entre la pila de estos que adornaban su mesa en el despacho que tenía en casa.
—¿Querías verme? —le preguntó a modo de formalismo porque para eso estaba allí—. He quedado esta mañana.
—Sí. Quería recordarte que esta tarde llegarán Karen Marchand y su ayudante Denise al aeropuerto.
—Lo llevas haciendo desde ayer a cada momento que me ves.
—Ya, ya lo sé. Pero dado que eres muy aficionado a olvidar las cosas… Vuelvo a recordártelo. —La mirada del progenitor de la familia fue clara y contundente.
—Pues no me lo pidas si crees eso de mí. Ya puestos, ¿por qué no envías a Mortimer a que las recoja? Es tu chófer y seguro que hace ese trabajo mejor que yo. Para eso le pagas.
—Mortimer tiene la tarde libre porque no pienso salir. Y si lo hago conduciré yo. Y, además, quiero que seas tú en persona el que acuda a recoger a las dos mujeres. ¿Te ha quedado claro? —le dijo mirándolo de manera fija para que su hijo no dijera nada más.
—Vale. Si es lo que quieres. Allí estaré. Descuida —le aseguró encogiéndose de hombros.
—Toma, es la documentación para el hotel. Déjalas instaladas en este.
—¿Algo más? —Andrew no se molestó en revisar los papeles. Conocía el hotel de sobra porque su padre siempre lo recomendaba o alojaba allí a sus visitas de negocios. Por otra parte, Inverness no era una ciudad muy grande, de manera que tampoco había que darse prisa en ir a recogerlas al aeropuerto y dejarlas instaladas.
—Me gustaría que fueras un buen anfitrión. Si te apetece…
Andrew asintió apretando los labios en un gesto de asentimiento.
—Descuida. Prometo ser un buen cicerone con las francesas —le aseguró empleando un tono algo irónico para referirse a la nacionalidad de estas.
—Es la boda de tu hermana. ¿Por qué no pones un poco de interés, Andrew? Supongo que tu madre ha hablado contigo al respecto del traje.
—Sí, ya me ha dicho que quiere que lleve kilt[1], descuida.
—Serías capaz de presentarte en vaqueros y en zapatillas. Que no te guste vestir un traje a diario para ir al periódico no significa que vayas vestido como un indigente —le dijo señalando su aspecto en ese mismo momento.
—Y yo no creo que la gente sea más o menos profesional por la ropa que lleve puesta. Además, si tengo que salir a alguna parte a cubrir una noticia prefiero ir de sport, o como un indigente —le dejó claro, apuntándolo con un dedo—. Creo que voy a hacer algo antes de ir a recoger a las fotógrafas.
Roger McFarland sacudió la cabeza y resopló. Su hijo no tenía remedio. No lo entendía. Al contrario que su hermana Ilona o el mayor, William, él prefería ir por libre. Le había recordado