Boda en Eilean Donan. Lorraine Murray

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Boda en Eilean Donan - Lorraine Murray HQÑ

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Es nuestra hermana la que se casa.

      —Y apuesto a que no te hará ninguna gracia.

      Andrew apretó los labios y asintió.

      —Lo superaré por Ilona y Fraser. Es su día y yo no pienso fastidiarlo.

      —Bueno, piensa que, al hacer de anfitrión con las fotógrafas, estarás bastante ocupado —le recordó con una sonrisa divertida mientras Andrew le devolvía una mirada de advertencia.

      —¿No estarás pensando que me pegue a estas todos los días con tal de no ver a mi hermano?

      —Creo que tu padre así lo espera. Que hagas de chófer para ellas. —Maggie sonrió irónica ante esa posibilidad—. Por cierto, ¿qué tal tu francés?

      —¿A qué viene tu pregunta? Se supone que ellas hablan inglés, ¿no? Si ha viajado tanto como dices…

      —Yo pregunto por si acaso. De todas formas, procura no poner un acento fuerte cuando hables con ellas. Suavízalo un poco, ¿querrás? —le pidió con toda intención mientas sonreía.

      —Bien, dejemos a las francesas por un rato. ¿De qué querías hablarme?

      —Supongo que cubriremos la boda de tu hermana. De eso quería hablarte —le comentó mientras él resoplaba.

      —Tengo ganas de que se pase y todo vuelva a la normalidad.

      —Entiendo. Piensa que solo quedan días.

      Andrew puso cara de circunstancia y resopló.

      —Sí, claro que la cubriremos para que aparezca en la sección de noticias locales. Bastará con que vaya alguien a tomar alguna foto y…

      —Yo estoy invitada. Puedo cubrir la noticia sin tener que chafarle el sábado a ninguno otro —le recordó arqueando sus cejas.

      —Es verdad. Mi padre te ha invitado. Vale, si quieres encargarte de ello. Pero procura divertirte. Me refiero a que no te lo tomes como trabajo al cien por cien.

      —Pero…

      —Soy tu jefe y te pido que te diviertas —le interrumpió—. No quiero que te pases la ceremonia grabando con el móvil ni nada por el estilo. Además, siempre podemos redactar la noticia después entre los dos.

      —Como quieras.

      —Para las fotos están las francesas —reiteró con cierta sorna.

      —Estás cabreado con tu padre porque te envía a por ellas. No lo pagues con estas, ¿querrás? —Lo contempló con los ojos abiertos como platos haciéndole ver que ella tenía razón.

      —De acuerdo. Prometo tratarlas bien. Sigamos viendo qué más noticias tenemos. No quiero dejar la edición sin cerrar antes de ir a por ellas.

      Maggie lanzó una mirada bastante significativa y se mordió el labio para no reírse de él otra vez. Si la pillaba acabaría mandándola a paseo.

      El avión aterrizó puntual en el aeropuerto de Inverness. Karen y Denise resoplaron a la vez cuando los motores se detuvieron.

      —Por fin. ¿No se te ha hecho algo largo? —preguntó la primera.

      —Ya te digo. Tenía ganas de llegar.

      —Pues ya lo hemos hecho.

      Aprovecharon un momento en el que la cola se había detenido para coger su equipaje de mano y caminar hacia la puerta de salida. Abandonaron el avión y entraron en la terminal de llegadas, donde tuvieron que detenerse ante la cola del control de pasaportes.

      —Venían a buscarnos, ¿cierto? —preguntó Denise.

      —Sí, creo que es un tal Andrew.

      —Algún pariente de la familia, seguramente.

      —Me basta con que esté ya en el vestíbulo. Tengo ganas de llegar al hotel y darme una ducha.

      —Sí, yo también.

      —Por cierto, ¿qué tal con el violinista? Cuando te llamé el otro día, sonaba muy bien como música de fondo.

      —Ah, sí. Ya te he dicho que es muy bueno —le repitió entregando el pasaporte al policía.

      —No me cabe la menor duda.

      Las dos mujeres pasaron el control y se dirigieron a la salida.

      —En fin, vamos a conocer al tal Andrew —le dijo Karen moviendo sus cejas con expectación y diversión.

      —Seguro que es el típico tío macizo de las portadas de las novelas románticas sobre Escocia. Un Highlander buenorro con melena, falda y todo eso. —Le guiñó un ojo y sonrió.

      —Voto por todo lo contrario. Un tipo normal que pasa desapercibido. Lo de las novelas está sobrevalorado. Ah, y no le digas falda a un escocés…

      —Sí, ya… Es un kilt. Podrían zurrarme si les digo que llevan falda —ironizó Denise.

      Andrew llevaba diez minutos en el vestíbulo esperando a que las puertas de la terminal de llegadas se abrieran y los pasajeros del vuelo procedente de Londres comenzaran a aparecer. Ahora que lo pensaba, podría haber buscado una fotografía de la tal Karen en Internet. De ese modo la reconocería en cuanto la viera. Pero ya daba igual. No iba a ponerse a ello en ese instante. Además, no le hacía demasiada gracia estar allí haciendo de chófer. Pero, como le había prometido a Maggie, no iba a pagar su malhumor con ellas. Tenía sus nombres escritos en un folio como solían hacer los guías turísticos cuando iban a recoger a los pasajeros. Cogió aire fijando su mirada en la puerta cuando se abrió y los primeros viajeros caminaban hacia el vestíbulo. Tenía que centrarse en dos mujeres. Pero no tenía ni idea de la edad ni de la apariencia, así que lo mejor sería que fueran estas las que se acercaran a él cuando leyeran sus nombres en el folio.

      Karen y Denise cruzaron las puertas hacia la salida y ambas comenzaron a escrutar a las personas que había allí esperando. Se centraron en los que llevaban un cuaderno con nombres escritos, pero en un primer momento no vieron a ninguno que llevara los suyos.

      Andrew desvió la mirada un momento hacia un par de chicas, que habían pasado de largo, y se preguntó si serían ellas, pero sus dudas quedaron resueltas cuando una pareja, que debían de ser sus padres, las recibieron entre besos y abrazos. Sacudió la cabeza y se fijó en otras dos que parecían estar perdidas. O más bien buscando algo o alguien. No supo explicar cómo se sintió cuando se fijó en ellas, pero por encima de todo en la más alta de la dos. La que tenía el pelo oscuro, largo y cuyas puntas estaban rizadas. Llevaba unas gafas de espejo en lo alto, como si le sirvieran para sujetarlo. Esta recorría el vestíbulo con los ojos entrecerrados como si estuviera escrutando los rostros de los demás. Se mordía el labio en un gesto de impaciencia, prisa o desconcierto mientras su compañera le decía algo y lo señalaba con el brazo. Entonces la más alta prestó atención y clavó su oscura e intimidatoria mirada en él. Movió las cejas y su rostro mostró una mezcla de sorpresa y alivio. O eso le pareció a él.

      Todo parecía indicarle a Andrew que se trataba de ellas. Las dos francesas que había ido a buscar. Le impactó sin duda

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