Boda en Eilean Donan. Lorraine Murray

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que no necesitaba ir trajeado para dirigir el periódico local, pero de ahí a ir con vaqueros y zapatillas deportivas a las oficinas… Eso cuando se presentaba por allí. Que ese era el otro tema que no entendía por más que lo intentaba. La mayor parte del tiempo hacía las gestiones desde casa o desde un pub gracias a las tecnologías. Le bastaba un portátil o el propio móvil para trabajar. En ocasiones pensaba que Andrew era demasiado despreocupado al dirigir el diario a distancia.

      Roger volvió a centrarse en los papeles que estaba revisando antes de que él apareciera. Pero la voz de su esposa lo detuvo.

      —Acabo de cruzarme con Andrew.

      —Sí. Le he recordado que no olvide ir a recoger a las dos fotógrafas al aeropuerto. Llegan esta tarde.

      —¿Y qué te ha dicho? Porque parecía salir de mal humor.

      —¡Que por qué no enviaba a Mortimer! ¿Puedes creerlo, Eileen? —Se quedó contemplándola sin saber qué más podía decir.

      —No entiendo por qué se comporta de esa manera.

      —Le he pedido que muestre cierto entusiasmo por la boda de su hermana, pero no parece por la labor. Eso y que se porte bien con las dos fotógrafas.

      —Sabes lo que opina de las bodas…

      —¡Por san Andrés, Eileen! —exclamó algo enfadado Roger McFarland arrojando sobre la mesa el documento que tenía en la mano—. ¿No irás a repetirme que tiene que ver con su hermano? ¿Es porque Fiona lo eligió a él para casarse? ¿Por eso ha perdido la ilusión por todo? —Contempló a su mujer con los ojos abiertos como platos y los brazos extendidos a los lados, con las manos vueltas hacia arriba. Esperaba que su esposa le llevara la contraria y le dijera que eso era agua pasada.

      Eileen apretó los labios e inspiró acortando la distancia con su esposo.

      —Andrew estaba enamorado de Fiona, pero el destino tenía otros planes para ellos. No ha superado que ella acabara casándose con William. Por cierto, me ha llamado para decirme que estarán aquí mañana.

      Roger resopló.

      —Espero que Andrew se comporte. ¿Lo sabe? ¿Qué William y Fiona estarán en la boda?

      —Supongo que se hará a la idea de que asistirán. Sabes que no quiere saber nada de ellos desde que se marcharon a Glasgow hace un año. Ni siquiera los vio cuando vinieron las pasadas Navidades.

      —Creo que deberíamos decírselo antes de que se encuentren cara a cara. ¡Por san Andrés que Andrew es muy tozudo! Quise comprender su reacción en un principio cuando Fiona rompió con él y meses después comenzó a verse con William. Pero el tiempo ha pasado y…

      —Andrew es muy suyo. Será mejor dejarlo estar por el momento.

      —Le he pedido que sea un buen anfitrión con Karen y su ayudante porque confío en él. Porque considero que es el más apropiado. Pero solo faltaría que lo estropeara con ellas —comentó él resignado.

      —No lo hará. Nuestro hijo da la impresión de estar enfadado con todo el mundo, pero en el fondo es un hombre cabal. Que yo sepa dirige el periódico con eficiencia, aunque a ti te parezca que no lo está haciendo. Solo que trabaja a su manera. Deja que haga las cosas a su modo. No puedes decirle que haga las cosas como a ti te gustaría que las hiciera. Ya no es jovencito. —Sonrió Eileen al ver a su marido de aquel talante.

      —Eso es lo que más me asusta con respecto a lo que le he pedido. Que lo haga a su modo —le aseguró con un gesto de temor en su rostro.

      —Su comportamiento será el correcto, ya lo verás. A veces tengo la impresión de que se comporta así para darte en la cabeza —le aseguró ella sonriendo de nuevo.

      Eileen conocía a su hijo y sabía que, pese a la imagen que Andrew solía dar, de ser alguien despreocupado y que pasaba de todo, no era así. Y ya se daría cuenta su padre.

      Andrew abandonó la casa de sus padres a las afueras de Inverness y se dirigió al centro. En la mano llevaba la información que su padre le había pasado acerca de las dos fotógrafas francesas. Lo dobló y lo guardó en el bolsillo trasero de sus vaqueros. Claro que se comportaría en la boda de su hermana. Ella era la pequeña y su debilidad, y no iba a fallarle bajo ningún concepto. De eso estaba seguro. Además, ella no tenía la culpa de lo que le sucedía a él.

      Quedó con su redactora jefe, Maggie, para saber cómo marchaban las cosas en el periódico. Su padre apostó por él cuando el diario se encontró con dificultades financieras durante la crisis económica de hacía unos años. Lo reflotó y lo puso al frente para dirigirlo, ya que no quería trabajar con él en la destilería. Debía reconocer que su padre acertó. Dirigir el periódico era lo que había querido. Eran los días en los que salía con Fiona… Recordarla todavía le provocaba un dolor extremo en el pecho. Era algo que no había conseguido superar pese a los años que hacía que sucedió, y a la distancia. Lo último que sabía de ellos era que se habían mudado a Glasgow hacía dos años. De no haberlo hecho ellos, habría sido él quien se marchara de Inverness. Le habría jodido, y mucho, tener que hacerlo, porque le gustaba la ciudad y los alrededores.

      Maggie le hizo una señal con la mano cuando él entró en el café. Andrew se dirigió hacia ella. Pelo color del vino, su tez blanca y sus ojos claros resaltaban allí donde fuera. Era imposible no sentirse atraído por su mirada. Salvo él, claro estaba. Llevaban años trabajando codo con codo y no la había considerado más allá de compañera.

      —Pensaba que no vendrías —le dijo ella fijándose en el gesto de desgana de él.

      —No, tranquila. Entiendo que tuvieras tus dudas porque después de estar hablando con mi padre… —Puso los ojos en blanco y resopló.

      —¿Es por la boda de tu hermana?

      —Quiere que me comporte, que me vista de manera adecuada. Fíjate que me ha llegado a decir que parezco un indigente. —Contempló a Maggie con los ojos como platos y las cejas formando un arco sobre su frente.

      —No creo que vayas tan mal vestido.

      —Eso mismo digo yo. En fin, y encima quiere que haga de anfitrión con las francesitas, que llegan esta tarde. —Volvió a emplear un toque irónico al referirse a Karen y su ayudante.

      —Por tu gesto y tu manera de referirte a estas, no te hace ni pizca de gracia, ¿eh?

      —No soy un chófer. Para eso está Mortimer. Ya se lo he dejado claro. Pero le ha dado la tarde libre, según me ha dicho. Creo que es una encerrona de mi padre.

      —Se ve que tiene algún interés en que recojas a las fotógrafas. ¿Has visto alguno de sus trabajos? —Ella observó su reacción de falta de interés por encima de la taza, mientras bebía.

      —No. ¿Qué me importa que sea muy famosa y que le hayan concedido infinidad de premios? Solo son unas fotos.

      —Es una gran profesional. Las marcas y las firmas de moda se la rifan. Suelen contratarla para las semanas de la moda. París, Nueva York, Milán, Madrid… Sus fotos han sido portada de varias de las revistas más prestigiosas de viajes, de investigación, de animales. Ha estado en numerosos países.

      —Me parece genial. Mi hermana se merece lo mejor para su boda.

      —¿Sabes

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