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–¿Y cómo ha pasado eso? –le preguntó y ella prácticamente pudo ver su expresión de perplejidad.
–¿De verdad eso es tan importante ahora?
–No, supongo que no. Dame media hora.
–Gracias, Will.
–¿Dónde estás exactamente? ¿Tienes alguna luz para que pueda localizarte?
–Creo que si enciendo el teléfono y lo levanto podrías verlo. Y hay luna llena, así que eso también ayudará.
–Sí. No enciendas el teléfono ahora mismo por si te quedas sin batería. Espera media hora, ¿vale? Dame tiempo para llegar a casa de tus padres y llevarme la vieja barca pesquera de tus hermanos. El motor no es muy potente, pero me llevará más deprisa que mi kayak.
–Gracias.
–¿Estás bien?
–Sí, aunque me siento como una estúpida.
Él se rio.
–Pero esa sensación pasa, confía en mí. Ahora te veo.
Incluso después de haber colgado, Jess se aferró con fuerza al teléfono porque eso la hizo sentirse menos aislada. No, se corrigió. Lo que la hacía sentirse menos aislada y sola era oír la voz de Will, reconfortándola, y su inmediato ofrecimiento de ir a buscarla sin ningún tipo de recriminación.
Claro que, por muy amable que había estado, sabía perfectamente bien que seguro que tendría mucho más que decirle cuando llegara allí.
Will no había tenido miedo por Jess porque sabía que estaría perfectamente segura en Moonlight Cove. No, lo que lo había aterrorizado era la idea de estar con ella allí a solas. Solo había ido un par de veces cuando era un adolescente, pero nunca con Jess. Sí que sabía que Connor y Kevin habían ido a buscarla hasta allí en alguna que otra ocasión, aunque él nunca había querido conocer más detalles.
Solo saber que había estado allí a solas con un chico le había bastado para que se le hiciera un nudo en el estómago.
Por lo menos, ese no era el caso hoy. Al parecer había ido sola y la encontraría en la playa con un diminuto bañador e incluso temblando ahora que el sol se había ido. Con esa luna llena, el rescate tenía la palabra «Peligro» escrita por todas partes. ¿Cuánto podría aguantar un hombre antes de perder el control en una situación así?
Forzándose a no pensar en lo que podría encontrarse cuando llegara, fue a casa de los O’Brien, entró en el muelle y tomó prestado el bote de pesca. Siempre estaba listo y ya lo había utilizado en varias ocasiones. Aunque solía preguntar antes, se imaginaba que esa noche requería discreción.
Al subir a la barca, se preguntó por qué Jess no habría llamado a ninguno de sus hermanos, pero podía hacerse una idea. El rescate de cualquiera de los dos habría ido acompañado por una reprimenda que, obviamente, ella no quería oír.
Diez minutos más tarde, encontró la ensenada hasta Moonlight Cove y fue hacia la playa. Supuso que el sonido del pequeño motor la alertaría y, efectivamente, así fue porque pudo ver una luz desde la orilla.
–¿Jess? –gritó.
–¡Estoy aquí!
–Será mejor que no acerque mucho la barca a la orilla. ¿Crees que puedes nadar un poco?
–Claro. La luna alumbra bastante como para iluminar el camino. Te veo desde aquí. Supongo que no importa si dejo aquí los remos del kayak y la toalla.
–No creo que importe.
–Por suerte se me ocurrió meter el móvil en una funda protectora resistente al agua.
Él podía oírla chapoteando en el agua y nadar hacia él. Le hablaba para guiarla y la seguía con la mirada. Cuando ella llegó a la barca, Will la alzó y la envolvió en una toalla que había llevado.
–Toma, ponte mi camisa –le dijo cuando ya estaba seca, aunque temblando.
Al oír que, a pesar de todo, le castañeteaban los dientes, la rodeó con los brazos. Ella se quedó quieta por el inesperado contacto, pero se acurrucó al momento.
–Resultas muy cálido –le murmuró contra el pecho.
¿Cálido? Él se sentía como si estuviera ardiendo y su cuerpo estaba empezando a reaccionar ante esa casi desnuda mujer, una mujer a la que llevaba amando una eternidad, y que tenía contra su cuerpo. Tragó con dificultad. Era un infierno… bueno, no, mejor dicho, era como estar en el paraíso.
–Um, Jess, no es buena idea –dijo apartándola–. Siéntate. En unos minutos estarás de vuelta en el hotel.
Ella no protestó y fue una suerte porque él no creía que pudiera haberlo resistido si la hubiera tenido cerca un rato más.
Giró la pequeña barca para entrar en la bahía y recorrió la orilla hasta ver el muelle del hotel. Se detuvo, amarró la barca, y le tendió una mano a Jess para ayudarla a bajar.
Ella lo miró con unos ojos que resplandecían bajo la luz de la luna.
–Gracias, Will. ¿Quieres pasar a tomar un café o algo? ¿Una copa de vino?
Él vaciló.
–Deberías darte una ducha y tomar algo caliente.
–Pero en eso no tardaré nada –le dijo sin dejar de mirarlo–. Te debo una por haber venido a buscarme y podríamos tomar esa cena que no llegamos a tener la otra noche. Creo que hay más pollo asado de Gail.
Él sonrió.
–No tienes que chantajearme ni con bebida ni con comida, y lo sabes.
–Lo sé. La verdad es que esperaba que pudiéramos hablar.
–¿Oh? ¿Sobre qué?
Ella miró a otro lado.
–Ya sabes, sobre esto y aquello.
–Vas a tener que darme alguna pista más. Si esta va a ser otra de esas conversaciones en las que explicas que no estamos saliendo, paso.
La carcajada de Jess sonó forzada.
–Oh, creo que he aprendido la lección. Echo de menos charlar contigo sobre cosas.
–¿Cosas? ¿Cuándo hemos hablado sobre cosas?
–Hace mucho tiempo, antes de que se complicara todo.
–¿Te refieres a antes de que me enamorara de ti y tú no te enamoraras de mí?
–Vale, sí.
–De acuerdo, una pregunta más. ¿Por qué me has llamado esta noche? Entiendo que no hayas llamado a tus hermanos, pero ¿por qué a mí?
–Eres la primera persona en la que he pensado.
–¿Y