E-Pack HQN Sherryl Woods 1. Sherryl Woods
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–Entonces, ¿por qué no lo pruebas con nosotros?
–No somos extraños –la miró a los ojos–. Y yo ya sé que encajamos bien. Y creo que tú también lo sabes.
–Pero…
–No, Jess –dijo interrumpiéndola–. Ni siquiera intentes negarlo. Sabes que podríamos estar genial juntos, pero te aterroriza admitirlo. Lo que no sé es por qué.
Jess apartó la mirada. Tenía sospechas de cuáles podían ser las razones, pero no estaba preparada para enfrentarse a ellas. Por otro lado, resultaba irónico que fuera un alivio saber que, por una vez, Will no podía saber del todo lo que pasaba por su mente. Eso le hacía parecer menos un psiquiatra y más un tipo del que podría enamorarse.
Capítulo 11
A medida que se acercaba el sábado, Connie iba poniéndose cada vez más nerviosa por ver a Thomas en el festival del otoño en un pueblo cercano. Algo había cambiado entre ellos el domingo, habían admitido que se atraían, pero Connie no sabía qué vendría a continuación.
A su edad, ¿dos personas se metían en la cama directamente o estaban dando rodeos durante semanas hasta que acababan arrancándose la ropa? La idea de tener sexo con Thomas… o con cualquier hombre… la aterrorizaba.
Era muy joven cuando se había enamorado de Sam y él había sido el único hombre con el que había estado. Tras el divorcio, había tenido que pensar en Jenny y no había querido confundirla llevando a casa a un desfile de novios. Aunque, de todos modos, tampoco es que hubiera tenido un desfile de novios tras ella. Incluso las citas más casuales habían sido escasas.
Y ahora, como salido de la nada, ahí tenía a Thomas O’Brien, un hombre inteligente y sexy que había llevado una vida mucho más sofisticada que la suya.
No sabía cómo afrontar lo que estaba pasando entre los dos. Mientras daba vueltas por la casa en la que había vivido casi toda su vida, marcó los números de la mujer de Connor en el teléfono. Heather había sido la primera en ser testigo de la atracción entre los dos y se había reservado su opinión. Tal vez ella podría ayudarla sin reírse ni juzgarla.
–Esta noche, en mi casa –dijo Connie cuando su amiga contestó–. También voy a llamar a Jess. Necesito pizza, mucho helado y una renovación de estilo completa.
Heather se rio.
–Pareces nerviosa. ¿Qué está pasando? ¿Tiene esto algo que ver con el hecho de que mañana vayas a ver a Thomas?
Connie se quedó paralizada.
–¿Cómo lo sabías? Lo del festival ha sido cosa de última hora.
–Shanna me preguntó si podía ayudaros, ya que voy a llevar algunas colchas al festival para exponerlas. He llamado a los organizadores para asegurarme de que nos pondrían los puestos uno al lado del otro. ¿No te lo había dicho Shanna?
–No, pero es fantástico –dijo Connie sintiéndose mejor–. Ahora, si puedo convencer a Jess para que venga, me sentiré…
–¿Qué? ¿A salvo?
–Sí, al menos, ligeramente.
–¿Sabes que ya has cumplido los cuarenta, que eres madre de una universitaria y que eres una mujer inteligente y preciosa, verdad?
–Bla, bla, bla –dijo Connie–. Intenta ponerte en mi lugar. No he salido con nadie en años.
–Sé que has almorzado con Thomas, que has tomado café con Thomas, que incluso has cenado con Thomas. Puedes llamar a todo eso como quieras, pero yo creo que eran citas. ¿Te dieron miedo?
–No. Es extraordinariamente fácil hablar con él.
–Bueno, pues ya lo tienes.
–Pero todo eso pasó antes –dijo intentando explicarse.
–¿Antes de qué? ¿Antes de que supieras que el sexo era una opción? –dijo Heather riéndose.
–¡Esto no tiene gracia! El otro día me afeité las piernas por primera vez en siglos y ahora tengo un montón de cortes pequeñitos. No estoy preparada para salir con nadie. Seguro que mi último tubo de máscara de pestañas se ha fosilizado y las futuras generaciones lo examinarán asombradas.
En esa ocasión, Heather ni se molestó en ocultar sus risas.
–Eres graciosísima. Por favor, dime que puedo contárselo a Connor.
–No, si valoras tu vida. Si Thomas quiere que su sobrino sepa de nuestra vida privada, tendrá que contárselo él mismo.
–No es justo –protestó Heather y añadió–: Además, no debería tener secretos con mi marido. Eso es muy malo para el matrimonio.
–Pues no te importaba tener secretos con él cuando no querías que supiera que estabas viviendo en Chesapeake Shores –le recordó Connie.
–Por entonces no estábamos casados. Ahora tenemos un pacto de sinceridad total.
Connie suspiró. Entendía lo que Heather estaba diciendo.
–¿Voy a tener que lamentar haberte llamado?
Heather vaciló un segundo y después dijo:
–No, en absoluto. Hay ocasiones en las que ser amiga se antepone a todo. Y esta es una de ellas.
–Gracias.
–¿Recuerdas que Connor ya sabe todo lo que hay entre Thomas y tú, verdad? Se dio cuenta hace siglos.
–Y después se lo contó a Jess y quién sabe a quién más. No me fío de él, así que cuanto menos sepa mejor, porque en algún momento sentirá la obligación de contárselo a mi hermano y no quiero que Jake me agobie con esto.
–En eso podrías tener razón. A los O’Brien les encanta contarse los últimos cotilleos. ¿Seguro que Jess es una excepción? Esta noche vendrá, ¿verdad?
–Lo que pasa con Jess es que sé algunas cosas de ella –explicó Connie–. Es como si nos neutralizáramos la una a la otra. O me guarda mi secreto o yo cuento el suyo por todas partes.
Heather se rio.
–No me extraña que adore este pueblo y a esta familia. Nos vemos esta noche. ¿A las siete y media te parece bien? Iré en cuanto meta a dormir al pequeño Mick. Después, Connor se ocupará de él. Dejaría que lo bañara y lo acostara él, pero entonces podría volver a casa y encontrarme el baño como si hubiera estallado una tubería.
–A las siete y media me parece genial. Si tienes maquillaje, tráetelo. Hace tiempo que solo utilizo pintalabios y he olvidado cómo tengo que maquillarme. Me niego en redondo a salir y gastarme una fortuna en cosas nuevas hasta que sepa que puedo aplicármelas sin parecer un payaso.
–Tal