Illska. Eiríkur Örn Norddahl
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En 1935, el doctor Burkert hizo uno de los primeros documentales rodados en Islandia. La película estaba financiada por la Autoridad de Asuntos Pesqueros y se confesaba que tenía la finalidad de aumentar las ventas de productos islandeses de la pesca.
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Dos cajas grandes estaban llenas de chismes sobre el Holocausto. Agnes tenía libros para llenar una estantería entera —seis baldas de medio metro— sobre la segunda guerra mundial, el Holocausto, historia de Lituania, Islandia y la guerra mundial, así como el surgimiento y la historia del populismo y el racismo en la Europa de los siglos xx y xxi. Y seguro que, en casa de sus padres, en Lituania, tenía otra igual. Pero en estas cajas no había más que trastos. Puras naderías. Recortes de periódico —nazis tatuados, conversaciones con skinheads islandeses, folletos de Resurrección Aria y Humanidad Nórdica, artículos sobre filosofía aria y sobre la geóloga y ocultista doctora Helga Pjeturs, más toda clase de adornos y medallas. Cruces gamadas, anillos con la calavera, insignias de las SS, CD de punk nazi. Incluso había una Luger vieja y oxidada. Ómar la cogió y miró el interior del cañón y le pareció que no estaba obstruido para inutilizarlo. Dejó la Luger y cogió un librito. Era como una novelita pornográfica. La portada estaba ocupada por un dibujo de dos muchachitas de las SS vestidas de cuero y de pechos grandes y gruesos. En medio de las dos sujetaban a un prisionero de guerra arrodillado. Una de ellas sostenía una Luger contra la garganta del prisionero, mientras la otra le tiraba del pelo a la vez que le sujetaba el brazo por detrás de la espalda. Ómar vio que el libro estaba escrito en hebreo. Pasó unas cuantas páginas y cayó una nota de papel en la que estaba escrito: «I was Colonel Schultz’ Private Bitch. Jerusalem, Israel, 1961».
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El doctor Paul Burkert, nazi y hombre del Renacimiento, iba muy por delante de sus contemporáneos. Cuando se proyectó su documental ante los que lo financiaban, resultó que consistía en su mayor parte en escenas de fiestas en el Hotel Borg, donde mujeres islandesas ligeras de cascos, someramente vestidas y un poco borrachas, alegraban la vida a hombres extranjeros.
Mucho después, cuando Icelandair lanzó una campaña publicitaria titulada Fancy a Dirty Weekend?, las ideas del doctor Kurbert se vieron finalmente reivindicadas. Pero, para entonces, todos, desde tiempo inmemorial, habían perdido cualquier interés por el pescado y por cuál fue el destino de 10 900 del total de 11 000 coronas abonadas por la autoridad pesquera para la producción del documental (las fuentes no indican qué pasó con las cien coronas de diferencia entre ambas cantidades).
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Después de buscar un poco en Google, Ómar comprobó que el libro que tenía en las manos era una de las «noveluchas de stalag». Las editaban en Israel en los años sesenta como si fueran relatos autobiográficos reales. Oficialmente estaban escritas en inglés y luego traducidas, pero en realidad se habían redactado en hebreo. Solían tratar de prisioneros de guerra británicos a los que unas carceleras alemanas sometían a humillaciones y violaciones, y se publicaron por primera vez más o menos en la época en que estaban juzgando a Adolf Eichmann. En Wikipedia se aseguraba que la edición de esos libros se interrumpió cuando los editores fueron acusados de antisemitismo.
Ómar se rascó la cabeza. En aquel libro podía discernirse un juego de símbolos entremezclados en muchísimos niveles, que podía desentrañar. Unos escritores israelíes fingían ser militares británicos supervivientes de un stalag, un campo de concentración nazi, que escribían trágicas históricas de las torturas, cargadas de sexo, a las que los sometieron los nazis. Naturalmente, los británicos eran los antiguos dueños coloniales de Palestina (Israel). Y los alemanes… bueno, no vamos a dar ahora más vueltas de las que hemos dado ya. Y la edición de novelas escritas por israelíes que contaban cómo los alemanes torturaban a los ingleses tuvo que interrumpirse porque eran antisemitas.
Ómar lo repasó todo mentalmente otra vez. No dudaba de que debía haber algo de cierto. Sonaba razonable. Pero, al mismo tiempo, era muy raro. Muy complicado. Judíos diciendo guarrerías sobre tommies y nazis durante la guerra… Volvió a meter el libro en la caja y renunció.
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La asamblea exhorta a los islandeses a rechazar la participación de Islandia en la «Exposición colonial» que tendrá lugar en Copenhague el verano próximo, ya que es discorde con nuestra causa y nuestra nación contribuir a dicho certamen. Ítem más, la asamblea expresa su desagrado con el hecho de que algunos islandeses hayan llegado a comprometer su asistencia a la exhibición, lo que es más aún de lamentar al tratarse, precisamente, de quienes, en virtud de su condición social, con mayor ahínco habrían de defender la honorabilidad y la independencia de Islandia.
Exponer a Islandia en el mismo plano que Groenlandia y las islas danesas de las Indias Occidentales, como está previsto en dicha exposición conjunta de tales partes del reino, se basa en la total ignorancia del lugar de Islandia en el reino y en el desprecio a su cultura y a su pueblo.
Resolución de la asamblea de la Sociedad de Islandeses en Copenhague, sobre la prevista exposición, por la Sociedad Danesa de Artesanías Nacionales, de objetos de Islandia, Groenlandia, Islas Feroe y colonias danesas de las Indias Occidentales en Tivoli, el año 1905.
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Ómar dejó de rebuscar unos momentos en las cajas de cartón, en la mañana del 19 de diciembre, para escuchar la radio. «La policía polaca carece aún de pistas sobre los autores del robo del rótulo que colgaba en la entrada del campo de concentración de Auschwitz, durante la segunda guerra mundial, y que es ahora un museo. El rótulo fue robado la noche pasada, mide cinco metros de largo y pesa 40 kilos. El texto que figura en el rótulo, “El trabajo os hará libres”, fue utilizado durante mucho tiempo por las autoridades alemanas para alentar la actividad laboral de los trabajadores, pero en tiempos de los nazis adquirió un significado distinto y más siniestro. El rótulo fue fabricado por prisioneros polacos de Auschwitz en el año 1940».
Sacó el teléfono y llamó a Agnes.
Silencio.
Tono.
Llamada.
Llamada.
Llamada.
La desconocida voz femenina del contestador dijo en lituano algo que Ómar imaginó que significaría que, o bien el teléfono estaba apagado, o bien que no tenía cobertura. Envió un mensaje de texto.
Vi noticias. Robaron en Auschwitz «Arb.Ma.Fre». Amor&besos. O.
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Para aumentar la afluencia de público al Tivoli de Copenhague, se solía (a principios del siglo xx) traer personas de culturas lejanas y ponerlas en exposición. Se pudo ver, entre otros, papúes con hueso en la nariz, esquimales con la boca ensangrentada, pequeños mexicanos «con som-sombrero», chicas negras con los pechos desnudos e indios del Oeste con penacho de plumas y agujeros de disparos en el chaleco (tejido con cueros cabelludos de hombres blancos). Gentes de distintos colores de piel, con distinta constitución ósea y vestidos con ropas exóticas, no resultaban, naturalmente, menos emocionantes que gorilas, jirafas y llamas. Eso sucedía mucho antes de que en cada casa hubiera una colección de libros ilustrados con fotografías. Mucho antes de que Steve Irwin