Illska. Eiríkur Örn Norddahl
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Y ahora estaba sentado en el suelo de la cocina. Había descansado bastante y se sentía mejor. Pero a lo mejor no lo autorizaban a viajar a Lituania antes de navidades. Ni después de navidades. En cualquier caso, carecía de medios y más valía que se tomara una buena temporada de descanso para recuperar la salud. La gripe porcina había causado algunas muertes. Incluso a personas con mejor salud que Ómar Arnarson.
***
Nadie fue más beneficiado por el Plan Marshall que los islandeses.
Proporcionalmente.
Las reglas de proporcionalidad están grabadas en el genoma de este pueblo vikingo y poseen casi el mismo valor que la exportación de productos del mar.
Proporcionalmente, la literatura islandesa posee categoría universal.
Proporcionalmente, tienes una polla más grande que todas las masas musculares del mundo juntas.
Un auténtico pollón de ballena azul.
¡Guau!
***
Primero, Ómar encargó una pizza y después se dedicó a las cajas de cartón. Nunca había sido dueño de demasiados trastos y la mayor parte de los que en algún momento habían sido suyos fue desapareciendo en el rastro a lo largo de las últimas semanas. La inmensa mayoría de las cajas contenían cosas de Agnes. No quería reconocerlo más que a media voz, se lo contaba en voz baja al cuello de la camisa entre un sorbo de café y el siguiente, pero era evidente que tenía intención de rebuscar entre las cosas de Agnes aprovechando que ella no lo veía. Quería mirarlo todo, desde la partida de nacimiento al último recibo de su tarjeta de crédito. Naturalmente, se moría de vergüenza por lo que iba a hacer. Sabía que no podía hacerlo. Que un hombre honrado tenía que limitarse a ordenar las cosas de las cajas sin mirarlas, sin abrir las carpetas ni, mucho menos, los diarios. Pero no podía contenerse. La tentación era demasiado fuerte. Desde que se conocieron, había estado todo el tiempo deseando introducirse en ella por completo; quería indagar hasta el último recoveco de su existencia; hacerla suya a ella, y hacerse él suyo. Así era el amor, pensó Ómar. Así quería amar.
***
En su vergüenza proporcional ante las aportaciones económicas estadounidenses, esta nación amante de las patrañas empezó a explicarse cosas a sí misma, cuando la gente se sentaba a la mesa de la cocina, y surgieron unas leyendas de lo más islandesas que a nadie le apeteció desmentir de forma explícita. En esta ocasión, los islandeses se contaron a sí mismos que durante la segunda guerra mundial habían sufrido una extraordinaria mortandad. Proporcionalmente a la población, está claro. Marineros islandeses, en barcos de pesca o de carga, se hundieron en el fondo del mar con tal estruendo que las masacres más espantosas del mundo palidecían en la comparación. Unos vikingos islandeses lograron sacar a sus compatriotas de sus cabañas de tierra, pusieron en peligro sus vidas y navegaron hasta Europa en barcos atiborrados de pescado, para regresar con enormes cargamentos de dinero.
Proporcionalmente, los islandeses fueron quienes más muertos sufrieron en la guerra. Proporcionalmente.
¡Y fueron los nazis quienes los mataron! ¡Ellos mataron a nuestros héroes! ¡A los héroes del mar!
Ellos dieron sus vidas para que nosotros pudiéramos extraer inmensas cantidades de dinero de las insondables bóvedas de los Estados Unidos de América.
Pero, claro, todo eso no era más que una burda trola. Y lo sigue siendo.
***
Ómar encontró la partida de nacimiento de Agnes en la primera hora, nada más llegar la pizza. La puso en la mesa de la cocina y siguió comiendo. Allí empezaba a existir Agnes. A partir de ese instante pudo seguir el hilo, y deshizo la red que mantenía todos los acontecimientos de su vida ensamblados en una unidad absoluta, para poder ir examinando uno a uno todos sus componentes.
Agnes Lukauskaité, n. 13/01/1979. Hospital materno-infantil de Reikiavik.
De pronto, se dio cuenta de que se iba a perder el cumpleaños de Agnes. Se lo perdió cuando cumplió los treinta —se conocieron justo cuando ella se estaba yendo a su casa después de la fiesta—. Y aún estaban en fase de conocerse cuando llegó el día del cumpleaños propiamente dicho. Y ahora, ella estaría en Lituania.
Desde que nació, Agnes había triplicado su estatura y pesaba veinte veces más. Al nacer pesaba 3,36 kilos y medía 50 centímetros —el nacimiento se produjo a las 12.23 horas—. Ómar no estaba seguro de que esa información le fuera a acercar a la verdad. Pero algo era. Números. ¿Acaso los números no eran algo firme, algo que se podía presentar ante un tribunal y decir: mirad, aquí está el mundo tal y como ha sido medido?
Probablemente todo eso no era sino la pregunta de cuál era la verdad que quería encontrar. De qué estaba buscando. Pero Ómar no tenía ni idea de qué era lo que quería saber. A lo mejor quería saber lo que no habría querido saber, y se daría cuenta de ello después de averiguarlo.
Bueno: lo sabría cuando lo viera.
***
El 0,16 % de los islandeses cayeron en la guerra —doscientas almas, redondeando—, es decir, la mitad menos que, por ejemplo, los estadounidenses. En términos proporcionales. Los islandeses ocupan la cuadragésimo cuarta posición de un total de cincuenta y siete.
Murió el 16 % de los polacos. Murió en torno al 14 % de los soviéticos. Murió aproximadamente el 14 % de los lituanos. Aproximadamente el 11 % de los letones. Casi el 7 % de los yugoslavos. En torno al 6 % de los húngaros. Casi el 5 % de los estonios. En torno al 4 % de los rumanos.
***
El listado de movimientos de la tarjeta de crédito de Agnes estaba vacío y sin dato alguno, a excepción de una transferencia automática para la suscripción a un diccionario digital —pero eso ya lo sabía Ómar y no le servía de nada—. Los diarios de Agnes estaban en lituano. Ómar fijó la mirada en aquellos garabatos sin comprender nada. En algunos sitios vio su nombre, junto a otros nombres propios islandeses. Intentó pasar las frases por Google Translate pero no sacó nada interesante.
Hoy me llevó Ómar a stomatologas.
Ómar buscó en Google imágenes de stomatologas y la respuesta consistió en babeantes bocas abiertas, a centenares, llenas de brackets de acero, infecciones, puentes dentales y caries. Pocas semanas antes había llevado a Agnes al dentista.
Busco gafas nuevas en el centro comercial Kringla.
Megas estuvo hoy en el radioteléfono.
Qué raro está Laugavegur.
Ómar pensaba que allí no había nada que sacar en limpio.