Cómo volar un caballo. Кевин Эштон
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“Sabemos que el mundo está regido por la física”, explicó, “y ahora entendemos la forma en que la biología se inserta cómodamente en ella. La cuestión es: ¿cómo logra la mente operar tan bien en ese contexto? La respuesta debe incluir detalles. Tengo que saber cómo se mueven los engranajes, cómo funcionan los pistones y todo eso”.
Cuando se embarcó en este trabajo, Newell pasó a ser uno de los primeros en percatarse de que la creación no requiere de genio. En una ponencia de 1959, titulada “The Process of Creative Thinking” revisó los pocos datos psicológicos sobre el trabajo creativo, y propuso su radical idea: “El pensamiento creativo es simplemente un tipo especial de conducta de resolución de problemas”. Formuló su argumento con el sobrio lenguaje que usan los académicos cuando saben que han dado con algo:
Los datos actualmente disponibles sobre los procesos implicados en el pensamiento creativo y no creativo no muestran diferencias particulares entre ambos. Examinando las estadísticas que describen esos procesos es imposible distinguir al practicante altamente calificado del mero amateur. La actividad creativa parece ser simplemente una clase especial de actividad de resolución de problemas, caracterizada por la novedad, originalidad, persistencia y dificultad en la formulación del problema.18
Éste fue el principio del fin del genio y la creación. Hacer máquinas inteligentes impuso un nuevo rigor en el estudio del pensamiento. La capacidad de crear comenzó a verse, cada vez más, como una función innata del cerebro humano, posible con un equipo estándar, sin necesidad de genio.
Newell no afirmó que todos fueran igualmente creativos. Crear, lo mismo que cualquier otra aptitud humana, ocurre en un espectro de competencia. Pero todos podemos hacerlo. No hay una cerca eléctrica entre quienes pueden crear y los que no, con los genios de un lado y la población general del otro.
El trabajo de Newell y el de otros miembros de la comunidad de la inteligencia artificial debilitó el mito de la creatividad. Así, algunos científicos de la nueva generación concibieron la creación de otra forma. Uno de los más importantes fue Robert Weisberg, psicólogo cognitivo de la Temple University, en Filadelfia. Weisberg era aún un estudiante universitario en los primeros años de la revolución de la inteligencia artificial y pasó los primeros años de la década de 1960 en Nueva York, antes de obtener su doctorado en Princeton e incorporarse al profesorado de Temple, en 1967. Dedicó su carrera a probar que crear es innato, común, y para todos.19
La visión de Weisberg es simple. Se basó en el argumento de Newell de que el pensamiento creativo es lo mismo que la resolución de problemas, pero añadió que el pensamiento creativo es lo mismo que el pensamiento en general, aunque con un resultado creativo. En sus propias palabras, “cuando se dice que alguien ‘piensa creativamente’, se alude al resultado del proceso, no al proceso mismo. Aunque el impacto de las ideas y productos creativos puede ser profundo en ocasiones, los mecanismos a través de los cuales ocurre una innovación pueden ser muy ordinarios”.20
Dicho de otra forma, el pensamiento normal es rico y complejo, tanto que a veces puede dar resultados extraordinarios, o “creativos”. No necesitamos otros procesos. Weisberg demostró esto de dos maneras: con experimentos cuidadosamente diseñados y detallados estudios de caso de actos creativos, del Guernica de Picasso al descubrimiento del ADN y la música de Billie Holiday. En cada ejemplo, usando una combinación de experimento e historia, demostró que la creación puede explicarse sin recurrir al genio ni a grandes saltos de la imaginación.
Weisberg no escribió sobre Edmond, pero su teoría se aplica a la historia de éste. Al principio, el descubrimiento de Edmond de cómo polinizar la vainilla pareció inmotivado y milagroso. Pero hacia el final de su vida, Férréol Bellier-Beaumont reveló cómo resolvió el joven esclavo el misterio de la flor negra.
Férréol inició su historia en 1793, cuando el naturalista alemán Konrad Sprengel descubrió que las plantas se reproducen sexualmente. Llamó a esto “el secreto de la naturaleza”. Este secreto no fue bien recibido; los colegas de Sprengel no querían oír que las flores tenían vida sexual.21 Sus hallazgos se extendieron de todos modos, en especial entre botánicos y agricultores, más interesados en cultivar buenas plantas que en juzgar la moral de las flores. Fue así como Férréol se enteró de cómo fertilizar manualmente la sandía, “uniendo la partes masculina y femenina”. Se lo enseñó a Edmond, quien, como Férréol lo describiría más tarde, “se dio cuenta de que la flor de la vainilla también tenía los elementos masculino y femenino, resolviendo para sí cómo juntarlos”. El descubrimiento de Edmond, pese a su enorme impacto económico, fue un paso gradual, pero eso no lo vuelve menos creativo. Todos los grandes descubrimientos, aun los que parecen saltos transformadores, son pequeños brincos.
Las obras de Weisberg, Creativity: Genius and Other Myths y Creativity: Beyond the Myth of Genius, no eliminaron la visión mágica de la creación ni la idea de que las personas que crean son una especie aparte. Pero es más fácil vender secretos. Algunos títulos actualmente disponibles en las librerías aparentan ser revelaciones, por ejemplo, 10 cosas que nadie te ha dicho sobre cómo ser creativo, 39 claves de la creatividad, 52 maneras de dejar fluir tu creatividad, 62 ejercicios para liberar tus más creativas ideas, 100 oportunidades de creatividad y 250 ejercicios para despertar tu cerebro.22 Los libros de Weisberg, en cambio, están agotados.23 El mito de la creatividad no muere fácilmente.
Pero cada vez está menos de moda y Weisberg no es el único experto en abogar por una teoría de la creación sin epifanías y para todos. Ken Robinson mereció el título británico de caballero por su trabajo sobre la creación y la educación, y es famoso por sus conmovedoras y divertidas charlas en la conferencia anual de TED (por tecnología, entretenimiento y diseño) en California. Uno de sus temas es cómo la educación reprime la creación. Describe “la magnífica capacidad de los niños para innovar”, y dice que “todos los niños tienen un talento enorme, que nosotros desaprovechamos sin miramiento”. La conclusión de Robinson es que “la creatividad es ahora tan importante en la educación como la alfabetización y debemos concederle igual categoría”.24 El caricaturista Hugh MacLeod dice lo mismo en forma más colorida: “Todos nacemos creativos; en el jardín de niños todos recibimos una caja de crayones. Cuando, años después, sentimos de repente el ‘gusanito de la creatividad’, es una vocecita que nos dice: ‘¡Devuélvanme mis crayones, por favor!’”.25
5 TERMITAS
Si el genio fuera un prerrequisito para crear, debería ser posible identificar por adelantado el talento creativo. Este experimento se ha intentado muchas veces. La versión más conocida fue iniciada en 1921 por Lewis Terman, y continúa aún.26 Terman, psicólogo cognitivo nacido en el siglo XIX, fue un eugenista que creía que la raza humana podía mejorar mediante la crianza selectiva, un clasificador de individuos según sus aptitudes, como él las percibía. Su más famoso sistema de clasificación fue la prueba de CI de Stanford-Binet, la cual ubicaba a los niños en una escala “que va de la idiotez al genio”, con clasificaciones intermedias como “retardado”, “débil mental”, “delincuente”, “lerdo normal”, “promedio”, “superior” y “muy superior”. Terman estaba tan seguro de lo certero de su prueba que pensaba que sus resultados revelarían un destino inmutable. También creía, como todos los eugenistas, que los afroestadunidenses, mexicanos y otros eran genéticamente inferiores a los blancos de habla inglesa. Los describía como “los talladores de madera y cargadores de agua del mundo”, carentes de aptitud para ser “votantes inteligentes o ciudadanos capaces”. Los niños, decía, “deben separarse en clases especiales”. A los adultos “no se les debería permitir reproducirse”. A diferencia de casi todos los demás eugenistas, Terman se propuso probar sus prejuicios.