Cómo volar un caballo. Кевин Эштон
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Su artículo conjunto, “On Solution-Achievement”, publicado en la Psychological Review,7 marcó el momento en la historia de la mente en que Estados Unidos se encontró con Berlín. De acuerdo con el estilo estadunidense de la época, Krechevsky estudiaba el aprendizaje en ratas; Duncker estudiaba el pensamiento en humanos. Esto era tan inusual que él tuvo que esclarecer qué entendía por “pensamiento”: “El sentido funcional de la resolución de problemas, no un tipo especial —sin imágenes, por ejemplo— de representación”.
En su artículo, ambos coincidían en que la resolución de problemas requiere “varios pasos intermedios’, aunque Krechevsky señaló una diferencia crucial entre las ideas de Duncker y las que prevalecían en Estados Unidos: “En el análisis de Duncker hay un concepto importante, sin paralelo en la psicología estadunidense: en sus experimentos, la solución del problema es significativa. El organismo puede aplicar experiencias de otras ocasiones y, en términos comparativos, pocas experiencias generales pueden usarse en la resolución de problemas”.
Duncker había dejado su primera huella. Los psicólogos estadunidenses experimentaban con animales y hablaban de organismos: una psicología de “educa a tu rata”. A Duncker le interesaban la mente humana y los problemas significativos. Puso manos a la obra y abrió camino a la revolución cognitiva, que tardaría veinte años en cuajar.
En Alemania, los nazis arrestaron a Otto Selz y lo llevaron a Dachau, el primer campo de concentración. Lo tuvieron ahí cinco semanas.
Duncker publicó su segundo artículo, sobre la relación entre familiaridad y percepción, en el American Journal of Psychology.8
En Rusia, su hermano Wolfgang fue capturado en la gran purga de Stalin y asesinado en el gulag.
El tercer artículo de Duncker en ese año se publicó en la revista pionera de filosofía y psicología Mind; su tema era la psicología de la ética.9 Él quería entender por qué los valores morales de la gente variaban tanto. Era un artículo sutil, exhaustivo y mordaz. Un individuo dedicado a descubrir cómo piensan los seres humanos trataba de dar sentido al final de Berlín:
El motivo “por el bien del Estado” depende de si este último parece ser la encarnación de los más altos valores de la vida o apenas una suerte de cuartel de policía. En general, los juicios morales se basan en los significados normales en la sociedad en cuestión. El principal propósito de ésta no es ser “justa”, sino promover e imponer sus significados y conductas normales. Esta función interfiere con una conducta puramente ética.
Ahí estaba la respuesta de Duncker: los Estados pueden remplazar la ética con edictos.
A fines de febrero de 1940, Karl Duncker escribió algo adicional.
Querida madre: Has sido buena conmigo. No me condenes.
Condujo hasta la cercana Fullerton y, en su auto, se dio un disparo en la cabeza. Tenía treinta y siete años de edad.10
En Ámsterdam, los nazis capturaron a Otto Selz, lo llevaron a Auschwitz y lo mataron.
En Berkeley, la University of California otorgó una cátedra de psicología a un tal David Krech. Éste era el nuevo nombre de Isadore Krechevsky, el primer coautor estadunidense de Duncker. Krech tendría una ascendente carrera de treinta años, especializada en los mecanismos de la memoria y la estimulación.11
David Krech fue una de las muchas personas en las que Duncker influyó. Éste llevó consigo a Estados Unidos las mejores y más radicales ideas alemanas sobre el pensamiento, e inició una revolución a la que no sobrevivió. Él era un mensaje en una botella lanzada al mar desde un Berlín en agonía. La botella se rompió, pero no sin antes transmitir su aviso.
2 LA CUESTIÓN DEL HALLAZGO
La monografía de Duncker On Problem-Solving, que él publicó en 1935, mientras huía de Alemania, dio origen a una transformación en la ciencia del cerebro y la mente conocida como “revolución cognitiva”, la cual sentó las bases de nuestra comprensión de cómo los seres humanos creamos. Por muchas razones, entre ellas sus referencias a Selz, On Problem-Solving se prohibió en la nación de Hitler. La guerra llegó. Berlín ardió en llamas. Los ejemplares de esa obra se volvieron escasos.
Cinco años después del suicidio de Duncker, una exalumna, Lynne Lees, rescató esa monografía traduciéndola al inglés, y presentando al mundo su valiente apuesta: “Estudiar el pensamiento productivo”.
Duncker había rechazado los estudios de los grandes pensadores. Los comparaba con un rayo: un drástico despliegue de algo que “sería mejor investigar en pequeñas chispas en el laboratorio”. Utilizaba “problemas prácticos y matemáticos porque este material es más adecuado para la experimentación”, pero aclaró que estudiaba el pensamiento, no adivinanzas ni matemáticas. Lo importante no era en qué se pensara; los “aspectos esenciales de la resolución de problemas son independientes de la materia del pensar”.
Durante milenios, la gente había sido agrupada en categorías: civilizada y salvaje, caucásica y negra, hombre y mujer, gentil y judía, rica y pobre, capitalista y comunista, genial y tonta, talentosa y no talentosa. La categoría determinaba la capacidad. En la década de 1940, esas divisiones fueron reforzadas por “científicos” que invocaban el potencial innato a fin de organizar a la raza humana como a un zoológico, y encerrar a los “diferentes” en jaulas, a veces literalmente. Entonces, un gentil casado con una judía, un hijo de comunistas que había emigrado para vivir entre capitalistas, un hombre que colaboraba con los judíos y las mujeres, y que había atestiguado los horrores del fraude de comparar a la humanidad, demostró que la esencia del pensamiento humano no se ve afectada por el nivel, el tema o el pensador; que la mente de todos funciona de la misma manera.
Ése fue un hallazgo radical y controvertido, y cambió el camino de la psicología. El método de Duncker era simple: planteaba problemas a la gente y le pedía que pensara en voz alta mientras trataba de resolverlos. Percibía de este modo la estructura del pensamiento.
Pensar es buscar la forma de cumplir una meta que no puede cumplirse con una acción obvia. Queremos hacer algo, pero no sabemos cómo, así que antes de actuar debemos pensar. Pero ¿cómo pensamos? O, como lo dijo Duncker, hemos de indagar la respuesta a “la pregunta específica: ¿de qué manera puede encontrarse una solución significativa?”.
Todos seguimos el mismo proceso para pensar, así como seguimos el mismo proceso para caminar. Da igual que el problema sea grande o pequeño, que la solución sea nueva o lógica, que el pensador sea un premio Nobel o un niño. El “pensamiento creativo” no existe, como no existe tampoco el “caminar creativo”. La creación es un resultado, un lugar al que el pensamiento puede llevarnos. Pero para saber cómo crear, antes debemos saber cómo pensar.
Duncker se sirvió de una amplia serie de experimentos. Entre ellos estaban el problema abcabc, en el que se pide a estudiantes de preparatoria resolver por qué los números en la forma 123,123 y 234,234 son siempre divisibles entre 13; el problema de la vara, en el que se da a bebés de incluso ocho meses de edad una vara con la que alcanzar un juguete remoto; el problema del corcho, en el que un trozo de madera debe insertarse en el marco de una puerta pese a no ser del mismo ancho que ésta, y el problema de la caja, en el que hay que fijar velas en una pared seleccionando entre objetos como tachuelas y diversas cajas.