Cómo volar un caballo. Кевин Эштон

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Cómo volar un caballo - Кевин Эштон Alta Definición

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persona de Porlock puede haber sido ficticia y un pretexto para no terminar el poema. Coleridge se sirvió de un artificio similar —una carta falsa de un amigo— para excusar el estado inconcluso de otra obra, su Biographia Literaria.29 En el prefacio citado, se afirma que el poema fue compuesto durante un sueño y luego escrito automáticamente. Pero en 1934 se descubrió un manuscrito previo de “Kubla Khan”, que difiere del poema publicado. Entre muchos otros cambios, “De este Abismo, desbordándose en un caos espantoso” se convirtió en “Y de este abismo, desbordándose en un caos implacable”; “Doce millas de tierra fértil / circundaron Torres y Murallas” cambió por “Diez millas de tierra fértil / rodearon torres y murallas”; el “monte Amora” pasó a ser “monte Amara” —en referencia al Paraíso perdido de Milton— y por último “monte Abora”. También la historia original cambió. Coleridge acabó por reconocer que este poema fue “compuesto en un estado como de ensueño provocado por dos granos de opio” en el otoño, de manera que no es cierto que haya aparecido completo durante un sueño de verano.30

      Son cambios menores, pero que revelan un pensamiento consciente, no automatización inconsciente. “Kubla Khan” pudo haber comenzado, o no, en un sueño, pero lo terminó el pensamiento ordinario.

      Un frecuente tercer caso de un momento ¡ajá! remite a 1865, cuando el químico August Kekulé descubrió la estructura anular del benceno. Veinticinco años después de este descubrimiento, Kekulé dijo en un discurso ante la Sociedad Química alemana:

      Yo estaba escribiendo mi libro, pero no avanzaba; mis ideas estaban en otra parte. Volví mi silla hacia la chimenea para dormitar un rato. Los átomos retozaron de nuevo ante mis ojos; esta vez, los grupos pequeños permanecieron modestamente en el fondo. El ojo de mi mente, agudizado por repetidas visiones de ese tipo, pudo distinguir ahora estructuras más grandes, de conformación diversa: filas largas, a veces muy ceñidas, que se retorcían y enroscaban como serpientes. Pero ¡atención!, ¿qué fue eso? Una de las serpientes se había mordido la cola, y esa forma se agitaba burlonamente ante mis ojos. Desperté como tocado por un rayo, y también en esta ocasión pasé el resto de la noche resolviendo las consecuencias de la hipótesis.31

      Robert Weisberg señala que Kekulé empleó la palabra Halbschlaf, o “semidormido”, traducida a menudo como “ensueño”. No estaba dormido; soñaba despierto. Su sueño suele describirse como la visión de una serpiente que se muerde la cola. Pero Kekulé dice haber visto átomos que se retorcían como una serpiente. Al describir después a una serpiente mordiéndose la cola, vuelve a su analogía. Pero no vio una serpiente. Éste es un caso de imaginación visual que ayudó a resolver un problema, no un momento ¡ajá! sucedido en un sueño.32

      Una revelación repentina también ha sido atribuida a Einstein, quien se estancó un año en el desarrollo de la teoría de la relatividad, y buscó ayuda en un amigo:

      Era un bello día cuando lo visité con ese problema. Inicié la conversación de esta manera:

      —Recientemente he estado trabajando en un problema difícil. Vine para hacerle frente contigo.

      Examinamos juntos todos los aspectos del problema. Y de pronto supe dónde estaba la clave. Regresé al día siguiente y, antes siquiera de saludarlo, le dije:

      —Gracias. Ya resolví el problema por completo.33

      ¿Fue un golpe de inspiración? No. En palabras de Einstein, “llegué a eso por pasos”.34 Todas las historias de momentos ¡ajá! —de las que, sorpresivamente, hay pocas— son así: anecdóticas, con frecuencia apócrifas y sin posibilidad de resistir el análisis.

      Y vaya que se les ha analizado: en las últimas décadas del siglo XX, numerosos psicólogos opinaban que la creación surge de un periodo de pensamiento inconsciente llamado “incubación”, seguido por una emoción que denominan “la sensación de conocer”, seguida a su vez por un momento ¡ajá!, o “introspección”. Esos psicólogos hicieron cientos de experimentos diseñados para confirmar su hipótesis.35

      Por ejemplo, en 1982, dos investigadores de la University of Colorado probaron la sensación de saber, con treinta personas en un experimento que duró noventa días. Enseñaron a sus sujetos fotografías de artistas y les pidieron recordar su nombre.36 Sólo cuatro por ciento de los recuerdos se recuperaron en forma espontánea, la mayoría de ellos en las mismas cuatro personas. Todos los demás se recuperaron por obra del pensamiento ordinario: resolviendo gradualmente el problema mediante el hecho de rememorar, por ejemplo, que el artista había sido una estrella de cine en los años cincuenta, que había aparecido en una película de Alfred Hitchcock en la que era perseguido por un aerofumigador, que la película se llamaba North by Northwest y, por fin, que su nombre era Cary Grant. ¿La conclusión del estudio? Que aun los recuerdos “espontáneos” pueden proceder del pensamiento ordinario y que nada confirma el procesamiento mental inconsciente como medio para recobrar recuerdos. Otros estudios sobre la sensación de conocer han tenido resultados similares.37

      ¿Y la incubación? Robert Olton pasó muchos años en la University of California, campus Berkeley, tratando de demostrar su existencia. En un experimento, dividió a 160 personas en diez grupos y les pidió resolver el problema de la granja, el cual implica dividir una “granja” en forma de L en cuatro partes del mismo tamaño y forma.38 La solución es novedosa: hay que hacer cuatro eles más pequeñas con diversas orientaciones. Cada sujeto fue probado por separado y dispuso de treinta minutos para resolver el problema. Para saber si hacer una pausa en el pensar —es decir, incubar— tenía alguna influencia, algunos sujetos recibieron un receso de quince minutos. Durante esta pausa, algunos podían hacer lo que quisieran, a otros se les asignaron tareas mentales como contar hacia atrás de tres en tres, o hablar sobre el problema, y a algunos más se les instruyó relajarse en un cuarto con un sillón cómodo, luz tenue y música suave. Cada una de estas actividades probó una idea diferente acerca de cómo opera la incubación.

      Sin embargo, los resultados de todos los grupos fueron iguales. Quienes trabajaron sin tregua se desempeñaron tan bien como los que recibieron un periodo de incubación. Olton separó los datos de muchas maneras, buscando evidencias de operación de la incubación, pero se vio obligado a concluir: “El principal hallazgo de este estudio es que no apareció ninguna evidencia de incubación en ninguna condición, ni siquiera en aquéllas en las que su aparición se creía más probable”. Llamó a esto un “hallazgo inexorablemente negativo”. Asimismo, le fue imposible reproducir los resultados positivos reportados por otros. “Hasta donde sabemos”, escribió, “ningún estudio entre los que reportan evidencias de incubación en la resolución de problemas ha sobrevivido a su reproducción por un investigador independiente”.

      Olton propuso que una explicación de la falta de evidencias a favor de la incubación eran experimentos fallidos. Pero añadió: “Una segunda y más radical explicación de nuestros resultados es que tenemos que aceptarlos tal cual y cuestionar la existencia de la incubación como un fenómeno objetivamente demostrable. Esto es, la incubación bien puede ser una ilusión, notable, quizá por el recuerdo selectivo de escasas, pero vívidas ocasiones en las que un gran progreso siguió al distanciamiento de un problema, y por el olvido de las abundantes ocasiones en que eso no fue así”.

      Hay que reconocer que Robert Olton no se rindió. Diseñó un estudio distinto, usando esta vez a expertos que intentaban resolver un problema en el área de su especialidad —ajedrecistas y un problema de ajedrez—, con la esperanza de que esto diera mejores resultados que los de los universitarios con un problema de introspección.39 La mitad de los sujetos trabajó sin interrupción, mientras que la otra mitad hizo una pausa, durante la cual se le pidió no pensar en el problema. Tampoco en este caso la pausa ejerció influencia alguna. Ambos grupos se desempeñaron igual

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