Cómo volar un caballo. Кевин Эштон

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Cómo volar un caballo - Кевин Эштон Alta Definición

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Si saco los clavos de la caja, clavaría la caja en la pared.

      PERSONA 5: Derrito la cera y la uso para pegar la vela. Tomo un clavo... no atravesará la vela. Pongo clavos alrededor de la vela o bajo ella para sostenerla. La pongo sobre la caja de clavos... No funcionaría, se rompería la caja.

      PERSONA 6: Enciendo un cerillo y veo si puedo poner cera en el cartón. Atravieso la vela con un clavo hasta el cartón. Miro los cerillos para ver si la idea daría resultado. Intento más combinaciones con los clavos. Hacer una base para la vela con los clavos como rectángulo. Mejor todavía, usar la caja. Fijar dos clavos en el cartón, poner la caja sobre ellos, derretir algo de cera y ponerla en la caja con la vela.

      Así es como los seres humanos pensamos. Todos a quienes se les ocurre usar la caja de tachuelas llegan a ello de la misma forma. Tras eliminar otras ideas, piensan hacer una plataforma con los clavos, y luego usar como plataforma la caja de tachuelas. No hay un súbito cambio de percepción. Pasamos de lo conocido a lo nuevo en pasos pequeños. El patrón es igual siempre: partir de algo conocido, evaluarlo, resolver los problemas y repetir hasta encontrar una solución satisfactoria. Duncker descubrió esto en la década de 1930: “Las personas que acertaban llegaban a la solución de este modo: comenzaban por las tachuelas y buscaban una ‘plataforma por fijar a la puerta con ellas’”.

      La evaluación conduce a la repetición. La persona 3 decide “sujetar varios clavos juntos y poner la vela encima”, y evalúa esto como satisfactorio. La persona 4 lo evalúa como insatisfactorio, así que da un paso más: usa la caja de tachuelas. La persona 5 también da este paso, la solución que Duncker buscaba para este problema, pero hace la evaluación contraria: no funcionará. La persona 6 es la que da más pasos y, en consecuencia, mejora la solución de Duncker, usando cera derretida para estabilizar la vela.

      Crear es dar pasos, no saltos: busca un problema, resuélvelo y repite. Entre más pasos des, mejor. Los principales artistas, científicos, ingenieros, inventores, emprendedores y demás creadores no dejan de dar pasos en busca de nuevos problemas y soluciones, y de nuevos problemas otra vez. La raíz de la innovación sigue siendo la misma que cuando nuestra especie surgió: examinar algo y pensar “Puedo hacerlo mejor”.

      Seis universitarios hablando de cómo resolver un enigma no son suficientes para generalizar; ni 25, el número a quienes Weisberg pidió pensar en voz alta, y ni siquiera 376, el de quienes intentaron resolver el problema de la caja en sus experimentos.21 Pero estos resultados socavan una premisa vital del mito de la creatividad: crear requiere saltos de pensamiento extraordinario. No es así. El pensamiento ordinario es suficiente.

      4 ¡AJÁ!

      Hay una alternativa a la teoría de que la creación procede del pensamiento ordinario: la idea propuesta por los psicólogos Pamela Auble, Jeffrey Franks y Salvatore Soraci; el escritor Jonah Lehrer, y muchos otros, de que muchas de las mejores creaciones son producto de un momento extraordinario de repentina inspiración, llamado “efecto eureka” o “momento ¡ajá!”. Ideas que principian como orugas de la mente consciente se convierten en capullos en el inconsciente, y luego echan a volar como mariposas. Este momento se traduce en excitación, y quizá también provoca exclamaciones. La clave para crear es cultivar más de esos momentos.

      Quienes creen esto tienen muchas objeciones razonables a la propuesta de que la creación se deriva del pensamiento ordinario. Hay casos documentados de grandes creadores que han tenido momentos ¡ajá! Muchas personas, frustradas por no poder resolver un problema, lo dejan de lado, sólo para dejar que venga después la solución. Los neurólogos que buscan la fuente de tales momentos han descubierto cosas interesantes. El momento ¡ajá! está entretejido en nuestro mundo. Oprah Winfrey lo convirtió en marca registrada.22 ¿Cómo puede explicar esto el pensamiento ordinario?

      El caso más citado del momento ¡ajá! es famoso gracias al arquitecto romano Vitruvio.

      Cuenta Vitruvio que cuando el gran general griego Hierón fue coronado rey de Siracusa, en Sicilia, hace dos mil trescientos años, lo celebró proporcionando a un artesano un poco de oro para que le hiciera una guirnalda.23 El artesano le entregó una guirnalda que pesaba lo mismo que el oro que había recibido de Hierón, pero éste sospechó un engaño y pensó que la guirnalda en gran medida era de plata. Pidió entonces al mayor pensador de Sicilia, Arquímedes, de veintidós años, que estableciese la verdad: ¿era la guirnalda de oro puro? Según Vitruvio, ocurrió entonces que Arquímedes fue a tomar un baño;24 y entre más se sumergía en la bañera, más agua se desbordaba de ésta. Eso le dio una idea, así que salió corriendo a su casa, desnudo y gritando: “¡Eureka, eureka!”, “¡Lo tengo, lo tengo!”. Hizo dos objetos de igual peso que la guirnalda, uno de oro y otro de plata, los sumergió en agua y midió cuánta de ella se desbordaba; el objeto de plata desplazó más agua que el de oro. Después sumergió la guirnalda “de oro” de Hierón, la que desplazó más agua que el objeto de puro oro, demostrando así que había sido adulterada con plata u otra sustancia.

      Esta historia acerca de Arquímedes, que Vitruvio narró dos siglos después de los hechos, es casi indudablemente falsa. El método que Vitruvio describió no da esos resultados, como es probable que haya sabido Arquímedes. Así lo indicó Galileo en su “Bilancetta” (“Pequeña balanza”), donde califica de “totalmente falso” el método de comparar oro y plata descrito por Vitruvio.25 Las pequeñas diferencias en la cantidad de agua desalojada por el oro, la plata y la guirnalda habrían sido muy difíciles de medir. La tensión superficial y las gotas adheridas a la guirnalda habrían originado otros problemas. Ese texto de Galileo señala el método probablemente usado por Arquímedes, con base en la forma en que éste trabajaba: sumergir la guirnalda en agua. La flotabilidad, no el desplazamiento de líquido, es la clave para resolver este problema.26 Parece improbable que rebosar una bañera haya inspirado esto.

      Pero atengámonos al relato de Vitruvio. Él dice que Arquímedes, “sin dejar de pensar en el caso, se fue a bañar, y al meterse a una bañera observó que cuanto más hundía el cuerpo en ella, más agua escapaba. Como esto indicó el modo de explicar el caso en cuestión, sin demora y transido de alegría, Arquímedes salió saltando de la tina y corrió desnudo a su casa, gritando a voz en cuello que había hallado lo que buscaba; porque, mientras corría, gritaba repetidamente en griego: ‘¡Eureka, eureka!’”.27

      Es decir, el momento eureka de Arquímedes fue producto de una observación efectuada mientras pensaba en el problema. En el mejor de los casos, su baño es como la plataforma de clavos en los experimentos de Weisberg: la cosa que lleva a otra. Si en verdad sucedió, el legendario grito de “¡Eureka!” de Arquímedes no emergió de un momento ¡ajá!, sino de la alegría de resolver un problema con el uso del pensamiento ordinario.

      Otro ejemplo célebre de un momento ¡ajá! proviene de Samuel Taylor Coleridge, quien afirmó que su poema “Kubla Khan” fue escrito en un sueño. De acuerdo con su prefacio,

      en el verano del año 1797, el Autor, afectado de salud, se había retirado a una granja solitaria. Le fue prescrito un calmante, con cuyos efectos cayó dormido leyendo un pasaje: “Aquí el Kubla Kahn mandó erigir un palacio con un suntuoso jardín interior. Diez millas de tierra fértil fueron cercadas por una muralla”. El Autor cayó en un sueño profundo unas tres horas, durante el cual está seguro de que escribió una composición no menor de 200 o 300 versos sin sensación alguna o conciencia de esfuerzo. Al despertar, escribió con vehemencia las líneas; en ese momento, para desgracia suya, una persona llegó de Porlock con un negocio, y al regresar a su cuarto descubrió que el poema se había desvanecido.28

      Esto dio a ese poema —subtitulado “Una visión en un sueño”— un aura de misterio y romanticismo que conserva hasta la fecha. Pero Coleridge nos engaña. El calmante que asegura le fue recetado era opio

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