Ideología y maldad. Antoni Talarn
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Sin embargo, procuraremos no caer en el recurso fácil de señalar a los otros como los responsables de todo: son los otros los diabólicos, los enfermos, los perversos, los monstruosos, los culpables, los malos. Muchos autores que citaremos, nos han enseñado que no es la agresividad el problema, sino la violencia, que anida en el corazón de muchos seres humanos. Por eso, aproximarse a la maldad es, en definitiva, aproximarse a uno mismo, en tanto que humano. Etólogos, psicoanalistas, psicólogos, sociólogos y filósofos por una parte, y la historia de la humanidad por la otra, nos demuestran hasta la saciedad la infinita capacidad humana para el ejercicio de la violencia y la maldad. Nada de lo colectivo es ajeno a los individuos. Solo reconociendo la propia inclinación a la agresión podremos comprender la exageración de la misma, esto es, la violencia, que algunos de nosotros podemos mostrar en ciertas ocasiones y circunstancias.
Son muchas las preguntas que suscita el tema de la maldad: ¿Cuáles son sus orígenes? ¿Qué sucede en la mente de las personas cuando inician y mantienen actos aterradores, que provocan tanto dolor y sufrimientos a los demás? ¿Es posible distinguir con claridad el bien del mal? ¿Por qué parecen contagiosas las actitudes violentas? ¿Cómo se explica el fenómeno de la guerra, tan omnipresente en la historia de la humanidad? ¿Cómo es posible que regímenes totalitarios y tiránicos hayan contado, y cuenten aún, con tantos seguidores? ¿Por qué consentimos que se produzcan atrocidades, o males aparentemente menores, sin rebelarnos con energía? ¿Cuánto mal puede causar, con su actitud pasiva, aquel que parece, o se considera a sí mismo, un humano de bien? (Arteta, 2010). Y la pregunta más necesaria y definitiva: ¿cómo podemos evitar la maldad, qué podemos hacer para prevenirla?
Desde luego, no tendremos respuestas clausurantes y universales a todas estas cuestiones. La filosofía, la sociología, la etología, la psicología, el psicoanálisis y tantas otras disciplinas aún se esfuerzan por llegar a conclusiones definitivas. Nuestra tarea será ordenarlas, resumirlas y presentarlas al lector para que este llegue a sus propias deducciones. Advertimos, no obstante, que no se encontrará en este texto respuesta para la última de las cuestiones planteadas. Este no es un libro de soluciones. Este es un libro de denuncia, de descripción, y un humilde intento de comprensión, que no de justificación. Nuestro objetivo es revisar cómo las ideologías sostienen las maldades. Dejamos las soluciones para otros, más sabios y más atrevidos que nosotros.
Dicho esto, el viaje del estudio de los horrores colectivos que emprenderemos, seguirá el siguiente camino:
En el capítulo 1 intentaremos dar con definiciones válidas y operativas, al menos para los fines de nuestro estudio, de conceptos que aún generan cierta confusión y precisan de una clarificación más detallada. Agresión, violencia, crueldad y demás términos no pueden usarse de manera indiscriminada so pena de caer en un discurso opaco e ininteligible.
Más ardua resultará la tarea, en el capítulo 2, de definir el mal y la maldad. En esta labor rendiremos pleitesía a la aproximación práctica que efectúa Roger Armengol4 en sus textos sobre el tema (2014, 2018), en el que plantea una definición del mal no relativista y alejada de la idea del bien, que nos resultará fundamental para seguir nuestro camino.
En el capítulo 3 intentaremos colegir el origen y las causas de la maldad, bajo la premisa de que esta última cuestión debe formularse siempre en plural y no en singular. No hay una única causa del mal, excepto la propia condición humana. Pero se puede llegar al mismo por diferentes caminos, aun siendo el resultado muy similar. Asumiendo que ninguna teoría causal será del todo satisfactoria ni explicará toda la casuística, trataremos de centrarnos, como hemos dicho, en la maldad que deriva de las ideologías, dejando para otro momento, quizá para otro texto, aquella que surge de los aspectos psicológicos individuales de los victimarios. Se parte, pues, de la base de que el mal, más allá de otras posibles categorizaciones, tiene una taxonomía nuclear doble:
1) El mal originado por las ideologías tóxicas en sí mismas, —o por la lectura sesgada que algunos hacen de las ideologías que no lo son tanto—, y en el cual victimas, victimarios y testigos lo son en gran numero y
2) El mal originado por el psiquismo más o menos alterado de sujetos individuales, cuyas aberraciones involucran, en general, un menor número de víctimas, victimarios y testigos.
Este libro, como su título indica, está consagrado a la primera de estas categorías.
En el capítulo 4 el lector podrá asomarse a las ideas que sobre el mal han ido desgranando disciplinas tan sustanciales como la filosofía, la etología y la psicología. Será, forzosamente, una mirada introductoria, puesto que cada una de estas materias posee magnos tratados sobre el tema que nos ocupa. Invitaremos al lector a un coloquio, de estilo radiofónico, en el que aparecerán los más diversos eruditos, saltándose las barreras del tiempo y del espacio. Sócrates, Kant, Freud, Fromm, Lorenz o Zimbardo, entre otros, aportarán sus puntos de vista sobre la violencia y la maldad.
Sin embargo, en esta tertulia tan polifónica, no se oirá la voz de la moderna y monopolizante neurociencia. Y ello se debe a que, en la actualidad, padecemos una autentica avalancha, casi una invasión, de textos consagrados a la biología cerebral aplicada a todo tipo de conductas humanas. El gusto por la música, la experiencia religiosa, la infidelidad, la maternidad, la actividad política, el uso del poder, la pasión deportiva, el terrorismo suicida, la psicopatía o la actividad criminal, todo es enfocado desde la neurociencia y con una perspectiva fisiológica, genetista y tan cerebrocentrista, que algunos la califican de «frenología de alta tecnología» (Friston, 2002). No renegamos de estas aportaciones; sabemos que entre ellas hay algunas muy notables como el texto de Pfaff (2015) sobre el altruismo. Pero, en no pocas ocasiones, nos parecen impregnadas de un cientificismo (Peteiro, 2010) un tanto ingenuo. Nos ahorraremos, por tanto, la tediosa labor de describir los mecanismos cerebrales, fisiológicos y genéticos de la agresividad y la violencia, abundantemente reseñados en infinidad de tratados ad hoc5. No tema el lector quedar del todo desinformado sobre estos puntos. En primer lugar, porque en el capítulo 3 ya se habrá encontrado con algunas ideas sobre los mismos; y en segundo lugar, porque, en realidad, lo que la neurociencia tiene que decirnos sobre nuestro tema no es tanto, ni de tanta solvencia, como podría parecer (Peteiro, 2011).
A partir de aquí, se describirán una serie maldades colectivas, no por ello menos dolorosas, a las que se ha dado en llamar «traumas intencionales» (Sironi, 2007). Estudiaremos los totalitarismos y las dictaduras, con sus funestos medios de acción, la tortura, los genocidios, el fenómeno de los niños y niñas soldado, las masacres y la violencia sexual como arma de guerra.
Llegaremos, tras este lacerante periplo, al estudio de lo que hemos denominado «crisis contemporáneas». En el capítulo 11 comentaremos los males derivados de la globalización económica y del neoliberalismo desatado que padecemos en la actualidad. Como dice Arteta deberíamos poder elaborar una «microfísica del mal» que nos permitiera contemplar no solo los males más visibles sino también los más sutiles, que a menudo pasan desapercibidos, pero no por ello dejan de existir. En nuestro análisis del capitalismo actual trataremos de alcanzar este objetivo, señalando cómo el sistema produce un sufrimiento evitable en masas ingentes de seres humanos. Se trata, a menudo, de un mal difuso, ordinario, insidioso y tan perverso que acaba siendo tomado por normal (Arteta, 2010). La pobreza, por ejemplo, derivada de una obvia violencia estructural (Galtung, 1919), no puede dejarse de lado, ya que es una atrocidad comparable a las que habremos estudiado en los capítulos anteriores. Tampoco