Ideología y maldad. Antoni Talarn
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Agresivo es todo comportamiento por el que se impone a otro a la fuerza una relación de dominio (sometimiento), casi siempre en contra de su resistencia2.
Esta definición permitiría incluir la conducta agresiva física, con o sin intención de causar lesiones, y otro tipo de conductas agresivas que no buscan el daño o la lesión; por ejemplo, en el caso de los humanos, aquella agresión verbal, en base a argumentos y contraargumentos, que se podría dar en una discusión acalorada.
No siempre los términos agresión y violencia se distinguen con claridad. Andrés-Pueyo y Redondo (2007) señalan que la agresión es una de las tácticas que la violencia puede emplear para obtener sus fines. Otras tácticas podrían ser la negligencia, el desprecio, la manipulación y las coacciones (Krug, et al., 2002).
Obviamente, agresión y violencia pueden ir —y de hecho así sucede en numerosas ocasiones—, de la mano, si bien no siempre es así. Imaginemos una empresa o un comerciante particular que desean imponerse a su competidor. Para ello pueden implementar una agresiva campaña publicitaria, por ejemplo, pero en tal liza por la posición dominante en el mercado no entraran en juego la fuerza física o la destrucción del contrario. Por eso, en el lenguaje cotidiano, hablamos de una publicidad agresiva pero no de una publicidad violenta. En resumen: no toda agresión es violencia, pero toda violencia es agresión.
B. Violencia
Definir la violencia tampoco es fácil. Freund (1965) la considera «potencia corrompida, convulsiva, informe, irregular» y, por tanto, rebelde al análisis. Girard (1972) cree que la violencia es contagiosa, imprevisible, una negación de lo social e inaccesible a las categorías de análisis. Michaud (1978) nos hace caer en la cuenta de que cada grupo o institución tilda de violento todo aquello que considera inadmisible según sus propias normas. Así, lo violento no se encontraría en el acto en sí, sino que vendría determinado por las circunstancias. Dowse y Hughes remachan esta idea:
[…] si alguien mata a otra persona en determinadas circunstancias, esa persona será acusada de asesinato y castigada. Pero si el mismo acto se comete en condiciones diferentes, el homicida será tratado como un héroe3.
Como puede observarse el campo de trabajo no es sencillo. De hecho, hay tantos estudios, publicaciones y tesis sobre este tema que hay quien estima que podría generarse una nueva subdisciplina de las ciencias humanas llamada «violentología» (González, 2017).
La OMS la define como:
[…] el uso intencional de la fuerza física o el poder, tanto si es real como una amenaza, contra uno mismo, otro individuo o contra un grupo o comunidad, que resulta o tiene una alta probabilidad de acabar en lesiones, muerte, daño psicológico, alteraciones en el desarrollo, o deprivación (Krug, et al.).
Como puede observarse en esta definición, la violencia implica, en todos los casos, el empleo de la fuerza. Lo que no equivale a identificar siempre fuerza con fuerza física, como hacen muchos autores (Riches, 1986; Sotelo, 1990).
Como señala González (2006) violencia y fuerza se vinculan si entendemos por fuerza «el uso actual o potencial de la violencia para forzar a otro a hacer lo que de otro modo no haría». El mismo autor señala que se suele entender por «actos de violencia» aquellos en los que se mata, hiere o provocan daños, y por «actos de fuerza» aquellos en los que se previene la acción libre y normal de otras personas o la inhiben mediante la amenaza de la violencia. Fuerza y violencia serían, entonces, hechos subsidiarios: una es potencia, la otra es el acto implícito en la potencia (González, 2017).
El acto violento incluiría tres componentes operativos fundamentales:
1) Aplicación o la amenaza de aplicación, de una fuerza física, o de otro tipo, intensa.
2) Intencionalidad, ya que se aplica de forma deliberada. En el acto violento hay un instigador o ejecutor.
3) Efectividad, se busca causar efectos sobre el receptor de la misma.
Sería necesario añadir a esta triada un cuarto factor: la resistencia. Esto es, la idea de que el destinatario de la violencia preferiría evitarla o no sufrirla y si pudiera se defendería frente a la misma. En este sentido, y si hablamos de seres humanos, la violencia representa la vulneración de los derechos de la persona, puesto que coarta la libertad de la misma y su autonomía moral (Hacker, 1971; Sanmartín, 2007).
Si volvemos a la mencionada triada, se puede ver como esta permite discernir un poco más la idea de fuerza de la de violencia. Por ejemplo, un terremoto posee fuerza destructiva pero no es, desde luego, un acto de violencia. En un terremoto, en una inundación o en la caída de un rayo no hay un instigador, un ejecutor cargado de intención alguna4.
Sanmartín propone una definición escueta pero muy atractiva:
[…] violencia es una agresividad alterada, principalmente por la acción de factores socioculturales que le quitan el carácter automático y la vuelven una conducta intencional y dañina. Violencia es cualquier conducta intencional que causa o puede causar daño5.
Esta conducta intencional puede darse por acción o por omisión. El mismo autor señala que la violencia se puede ejercer contra un ser vivo o no. Emplea el término «vandalismo» si la violencia se emplea para dañar cosas (Sanmartín, 2008).
La violencia puede poseer múltiples intenciones, pero, más allá de las mismas, acaba siempre dañando al otro. Si hablamos de las intenciones de la violencia se puede pensar en las funciones que esta ejerce y su correspondiente valoración ética. Cortina (1998) señala que tradicionalmente se le suelen asignar tres funciones, a saber:
1) Función expresiva: se da cuando una persona ejecuta acciones violentas por el placer que obtiene al realizarlas. Esta función sería del todo reprobable desde el punto de vista ético, si bien en algunos casos debería dilucidarse si el agente es una persona moralmente competente o no.
2) Función instrumental: se emplea la violencia como medio para alcanzar una meta. Solo sería justificable éticamente si se emplea como legítima defensa o para evitar males mayores6.
3) Función comunicativa: se recurre a la violencia para transmitir un mensaje. Esta acción podría ser éticamente legítima cuando el emisor, tras emplear todos los medios pacíficos a su alcance para ser escuchado, es ignorado sistemáticamente por el receptor. Quizá las acciones violentas provocadas por un sector del CNA (Congreso Nacional Africano, de Nelson Mandela) en los años más duros del apartheid podrían entrar en esta categoría, ya que fueron respuestas armadas frente a un terrorismo de estado omnipresente..
Con lo visto hasta aquí proponemos reservar el término «violencia» para algunas de las conductas agresivas exclusivamente humanas. Preferimos llamar simplemente «agresión» a las conductas agresivas u hostiles de los animales. Es obvio que en la vida salvaje se producen ataques con fuerza y daños, ataques violentos podríamos decir, pero su carácter predominantemente determinado por los parámetros biológicos y del ecosistema permitiría diferenciarlas de los ataques con fuerza y daños propios de los seres humanos.
Es por ello que estamos de acuerdo con Gómez y López (1999) cuando apuntan a que la violencia es la antítesis de la agresión. En primer lugar, porque los animales no pueden tener la intención de herir, humillar, abusar, robar, ultrajar, torturar a otro ser vivo. Podría considerarse que sí existe el deseo de matar, puesto que, pongamos por caso, la leona mata a la cebra para