Ideología y maldad. Antoni Talarn

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Ideología y maldad - Antoni Talarn

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actos, en el ser humano, no poseen ningún valor adaptativo ni de supervivencia y, por tanto, son evitables. La leona no tiene opción, el ser humano sí7.

      Nos aventuramos, por tanto, a concluir que la violencia es estrictamente humana, forma parte solo de la condición humana, no de la animal. La violencia natural, que se da en el reino animal, es agresión y se entiende mejor bajo el concepto general de agresividad.

      Así pues, proponemos una definición estipulativa de violencia que reza así:

      La violencia es una interacción relacional humana, basada en la agresividad alterada por factores socioculturales, que emplea algún tipo de fuerza, por acción u omisión, y que no es defensiva, sino intencional, atacante y dañina.

      Aprovechamos este momento para comentar uno de los tópicos más extendidos con respecto a la violencia, aquel que reza que «la violencia es inútil» o que «con la violencia no se consigue nada». La realidad histórica y política desmiente este dicho y demuestra, como señala Arteta (2010) que la violencia, al infundir miedo, es un arma de lo más eficaz.

      C. Poder

      El poder consiste, de un modo u otro, en la capacidad de imponer la propia voluntad y producir los efectos deseados (Rusell, 1938). Para ello existen medios y estilos muy variados (Hillman, 1995), muchos de los cuales no implican el uso de la violencia, si bien, como resulta obvio, las relaciones entre violencia y poder son muy estrechas. El poder, según como se emplee, puede habilitar al que desea ser violento para actuar según su voluntad, sin ningún tipo de impedimento y dominando al otro.

      Arendt (1970) afirma que el poder nunca es propiedad de un sujeto aislado, sino que pertenece a un grupo; no es una cuestión individual sino colectiva y un solo hombre no puede ejercerlo sin rodearse de una cámara de acompañantes, aunque estos actúen en su nombre. Por el contrario, el empleo de la violencia puede efectuarse desde un grupo de poder o de otra índole, pero también puede verificarse de modo absolutamente individual y solitario. Para Arendt si el poder emplea la violencia está operando de un modo prepolítico, ya que la política, como tal, se basa en el dialogo y las libertades. Para esta autora poder y violencia, aunque van juntos muy a menudo, son opuestos «y donde uno domina falta el otro8».

      Foucault (1982) señala que la violencia repercute sobre el cuerpo y las cosas, y en su acción fuerza, tuerce, rompe, destruye y no permite ninguna opción o elección; convierte a la víctima en una entidad pasiva y, en todo caso, si hay resistencia, tiende a ser vencida. El poder, en cambio, se relaciona con un «otro» —no cosa— el cual tiene, frente a la relación de poder, un amplio abanico de respuestas.

      Abundando en las diferencias entre poder y violencia Han (2013) sostiene que el poder establece un continuum de relaciones jerárquicas, mientras que la violencia genera desgarros y rupturas. El poder es un medio de actuación que puede usarse de modo constructivo, mientras que la violencia es siempre destructiva. El poder se organiza, da lugar a normas, estructuras e instituciones y se inscribe en un orden simbólico. El poder no es primariamente destructivo o demoledor, sino más bien organizador. Bien es cierto que puede emplear la violencia para dichos fines, pero entonces, en palabras de este autor, el poder alcanzado es efímero9 y toma una forma no simbólica sino «diabólica».

      D. Delito

      Más sencillo resulta discernir entre «agresión» y/o «violencia» y «delito». Aunque muchas agresiones y actos violentos pueden revestir un carácter de vulneración de la ley, no siempre ha de ser necesariamente así. La violencia policial suele ser ordenada desde los dispositivos de control del Estado y no se considera delito en la mayoría de los casos. Es más, la ley suele proteger a algunos agentes —y dirigentes— que, a todas luces han cometido abusos. Se habla entonces de violencia legitimada, que no legítima.

      Tampoco es delito la violencia que se da entre ciertos deportistas, cuyas acciones claramente hostiles y antideportivas no tienen ninguna sanción penal, cuando las mismas acciones sí serían legalmente punibles en caso de darse en otro contexto. De modo incomprensible en la actualidad, los deportistas profesionales —así como los militares y la Iglesia Católica— poseen su propia legalidad, como si las leyes y sanciones de la población general no fuesen válidas para ellos. Situación que permite y fomenta todo tipo de abusos, desmanes y encubrimientos10, amén de ser claramente antidemocrática.

      Conclusión: lo que es o no delito varía según la ley en la que se inscribe y, en consecuencia, podríamos decir, forzando la argumentación, que el origen del delito es la ley. En la España franquista era delito ser homosexual y en la actual es delito la homofobia. En la España actual puede considerarse un delito de odio expresar críticas al monarca o la policía. En la Rusia de Putin rige una ley que despenaliza la violencia machista, siempre que el agresor no sea reincidente en un plazo de un año. Así, las agresiones que causen dolor físico, pero no lesiones, y dejen moratones, arañazos o heridas superficiales a la víctima no serán consideradas un delito criminal, sino falta administrativa.

      Como puede observarse, las legalidades vigentes, aquí y allá, de poco nos servirán para reflexionar y estudiar el tema del mal, puesto que las mismas reflejan algo enteramente temporal y contingente.

      E. Crueldad

      ¿En qué consiste la crueldad? ¿Cómo diferenciarla de la violencia?

      Montaigne (1580) vinculaba la crueldad con el deleite del espectador. Por su parte, Schopenhauer (1819), el gran filósofo del pesimismo crítico, apuntaba en el mismo sentido, y sugería que la crueldad es el sufrimiento ajeno vinculado con el deleite del que lo inflige. Ideas que han llevado a algunos autores a definir la crueldad como la «violencia por la violencia», siendo el sufrimiento del otro un fin en sí mismo, sin mayores consideraciones (Wieviorka, 2003).

      Obviando, por el momento, las motivaciones de la crueldad, coincidimos con Mosterín cuando la define como:

      […] el maltrato doloroso e intencional de una persona o de un animal indefenso, alargando o incrementando su dolor sin necesidad alguna. Este aumento deliberado e innecesario del sufrimiento de la víctima es la esencia de la crueldad11.

      Basándonos en este autor, proponemos definir la crueldad como:

      […] una violencia extrema, desmesurada, innecesaria12 y persistente, aplicada sobre un ser indefenso, que pretende el aumento y la prolongación de su sufrimiento.

      De lo expuesto anteriormente se deriva que toda crueldad es violencia pero no toda violencia es cruel. Por ejemplo, si nos referimos a una muerte violenta, un asesinato, pongamos por caso, veremos que se puede matar con o sin crueldad13. En ocasiones, la muerte es el escape de la crueldad, ya que la misma clausura la agonía de la víctima.

      Del mismo modo se puede ejercer la crueldad sin llegar a matar, aplicándola con una lógica que veremos en los capítulos de la segunda parte de este texto.

      La crueldad es un asunto exclusivamente humano. No solo porque la hemos vinculado a la violencia, sino porque su existencia en el mundo animal es anecdótica. Los animales no pueden imaginar ni disfrutar con el padecer de sus víctimas. Si el gato, a veces, juega con el ratón antes de matarlo y devorarlo se debe a mecanismos relacionados con la depredación, no con el incremento intencional del sufrimiento del desdichado roedor.

      Para terminar, se hará necesario insistir en una cuestión: la crueldad no es propia de patología mental alguna o exclusiva de seres que quisiéramos creer que son monstruos. La crueldad es una condición potencial de cualquier sujeto

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