Ideología y maldad. Antoni Talarn

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Ideología y maldad - Antoni Talarn страница 7

Автор:
Серия:
Издательство:
Ideología y maldad - Antoni Talarn

Скачать книгу

sus actos y sus pensamientos se centraban en sí mismo, bebía con bestial avidez el placer que le causaba la tortura de los otros y era insensible como un hombre de piedra.

      Por ello es factible pensar que Mr. Hyde no poseía freno ante nada, ni ante los niños, ni ante los ancianos, ya que su impulso homicida se verifica en el asesinato, a bastonazos, de un noble provecto. Sin embargo, Stevenson no se olvida de recordarnos cuan titánica es la lucha entre el bien y el mal. Una lucha que se desarrolla en dos frentes: el exterior y el interior. Desde el exterior vemos como Utterson, creyendo que Jekyll y Hyde son dos personas diferentes, trata, con cierto éxito, de convencer a su amigo Jekyll para que no mantenga tan estrechas relaciones con Hyde, ese ser espectral, cuya sola presencia inspira desazón, miedo y sudores fríos. Desde el interior asistimos a la lucha del buen Dr.Jekyll contra su parte Hyde, que no es poca. Él, mismo escribe:

      Me he propiciado un castigo que no puedo siquiera mencionar. Pero si soy el mayor de los pecadores, también soy el mayor de los penitentes. No sospechaba yo que en la tierra hubiera lugar para tanto sufrimiento y para tanto terror.

      En su desesperación el Dr. Jekyll se encierra, se propone no tomar la pócima que lo convierte en Mr. Hyde y cuando percibe que ese otro Yo esta fuera de control se desespera ante el horror de su desgracia. Desde una perspectiva freudiana, no es difícil pensar en una batalla entre el Superyó (Jekyll) y el Ello (Hyde), o entre las instancias de Eros y Tánatos. Pero no es un combate de apariencia neurótica, en la que habría más culpa e intentos de reparación11, ni tampoco esquizofrénica, como sugieren algunos, ya que en la psicosis no se daría tan plena conciencia de los actos cometidos o estos serían reinterpretados a la luz del delirio, cosa que no sucede en este caso. ¿De qué se trata entonces? ¿Qué le sucede al Dr. Jekyll? Aquí radica para nosotros la grandeza de la novela. Jekyll no es un enfermo, no es un loco, no es un perverso, ni un demente. Jekyll es un hombre normal y corriente, un hombre como otro cualquiera. Aunque es posible observar el dolor de Jekyll, Stevenson nos sugiere, jugando con el nombre del protagonista, compuesto de Je + Kill, —es decir, un Yo que mata—, que el trasunto del personaje no está en una patología, sino en su propia esencia nominal, en su misma humanidad. Por eso, Jekyll, el noble doctor, es claramente responsable de lo que le sucede, y así lo manifiesta en diferentes ocasiones:

      Aquella noche llegué al fatal cruce de caminos. Si me hubiera enfrentado con mi descubrimiento (el conocimiento que la pócima alteraba su personalidad y su físico) con un espíritu más noble, si me hubiera arriesgado al experimento impulsado por aspiraciones piadosas o generosas todo habría sido distinto, y de esas agonías de nacimiento y muerte habría surgido un ángel y no un demonio. Aquella poción no tenía poder discriminatorio. No era diabólica ni divina….

      Jekyll, de un modo plenamente consciente, es sabedor de que ha realizado, ante las posibilidades que le abre su descubrimiento, una elección. Una elección que se basa en su vida, en cómo la siente dadas sus circunstancias12 y en su carácter:

      En aquellos días aún no había logrado dominar la aversión que sentía hacia la aridez de la vida del estudio. Seguía teniendo una disposición alegre y desenfadada y, dado que mis placeres eran (en el mejor de los casos) muy poco dignos y a mí se me conocía y respetaba en grado sumo, esta contradicción se me hacía de día en día menos llevadera. La agravaba, por otra parte, el hecho de que me fuera aproximando a mi madurez. Por ahí me tentó, pues, mi nuevo poder hasta que me convirtió en su esclavo.

      Así se llega al punto final y trágico de la historia. Mr. Hyde acaba por vencer los atormentados esfuerzos del Dr. Jekyll para no sucumbir a la tentación del mal:

      Todo parecía apuntar a lo siguiente: que iba perdiendo poco a poco el control sobre mi personalidad primera y original, la mejor, para incorporarme lentamente a la segunda, la peor.

      Cuando el Dr. Jekyll quiere retomar el control ya no puede:

      […] quizás eligiera con reservas inconscientes porque ni prescindí de la casa del Soho (refugio de Mr. Hyde), ni destruí las ropas de Edward Hyde, que continuaron colgadas en el interior de su armario.

      Esas ropas en el armario, que podríamos tomar como símbolo de sus reservas, no tan inconscientes, son las ropas con las que Jekyll —y Hyde— finalmente morirán y pondrán fin a su suplicio, y al de los demás, aquellos que tenían la mala suerte de tropezarse con Mr. Hyde.

      En definitiva, Stevenson nos muestra que lo fáustico puede habitar en nosotros, al lado de nuestras virtudes, y no parece conveniente despertarlo o recurrir al mismo en exceso. Una vez invocado, su avance puede ser más o menos lento, más o menos circunstancial, pero puede llegar a dominarnos y a perjudicarnos, a nosotros mismos y a los demás. Por eso el Dr. Jekyll escribe en su postrer misiva que morirá como un desventurado. No fue la pócima la que le trajo la desventura, sino que esta llegó de la mano de sus afanes y contradicciones. A lo largo de este texto veremos cómo las ideologías pueden, según en qué circunstancias, despertar lo más mortífero de cada cual.

      Desventuradas son, también, las víctimas de la maldad humana, que sufren en sus vidas aquello que no merecen y desventurados, cómo no, aquellos que las provocan, quienes se han dejado arrastrar, hasta perder la conciencia moral, por su Mr. Hyde particular.

      Frente a tanto dolor es necesario aprender, aprender y aprender, y poder pensar sobre la violencia y la maldad, sin que ni el horror, ni la espontánea empatía con las víctimas nos impidan hacerlo (Zizek, 2008). Aprender y pensar, para sacar a relucir, o intentarlo al menos, las condiciones determinantes de esta faceta de la humanidad escondida —Hyde— y, a la vez, tan cotidiana.

      Referencias bibliográficas

       Armengol, R. (2010). Felicidad y dolor. Una mirada ética. Barcelona: Ariel.

       —(2018). La moral, el mal y la conciencia. El poder de las ideologías en la formación de la conciencia moral. Barcelona: Carena.

       Arteta, A. (2010). El mal consentido. Madrid: Alianza.

       Freud, S. (1910). Las perspectivas futuras de la terapia psicoanalítica. En: Obras Completas, vol: XI. Buenos Aires: Amorrortu.

       —(1930). El malestar en la cultura. En: Obras Completas, vol. XXI. Buenos Aires: Amorrortu.

       Friston, K. (2002). “Beyond phrenology: what can neuroimaging tell us about distributed circuitry?” Annual Review of Neuroscience, 25, 221-250.

       Galtung, J. (1969). “Violence, peace, and peace research.” Journal of Peace Research, 6, 167–191.

       Lechado, J. M. (2016). Diccionario de tiranos. Madrid: Silex.

       Maestre, F. (2018). Comunicación personal.

       Maillard, C. (2018). ¿Es posible un mundo sin violencia? Madrid: Vaso Roto.

       Marías, J. (2011). «En busca de la infelicidad permanente». El País Semanal, 13/XI. Disponible en: https://bit.ly/2V6tAX2.

       Moya, L. (2010). Neurocriminología. Psicobiología de la violencia. Madrid: Pirámide.

       Pfaff, D. W. (2015). The altruistic brain. How we are naturally good. Oxford: Oxford University Press. Traducción castellana: El cerebro altruista. Por qué somos naturalmente buenos. Barcelona: Herder, 2017.

       Peteiro, J. (2010). El autoritarismo científico. Málaga: M. Gomez.

       —(2011).

Скачать книгу