Poderes y democracias. Grisel Salazar Rebolledo

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Poderes y democracias - Grisel Salazar Rebolledo

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con detenimiento la relación, no es clara la dirección de la misma ni su mecanismo.

      En el capítulo final del libro, Rodrigo Salazar-Elena sostiene que, entre los votantes, la opinión positiva de la política de seguridad del gobierno de Calderón incidió, incluso más que la evaluación de la situación económica, en su preferencia por el pan, efecto que sin embargo disminuyó por entidad de la república cuando la injerencia del narcotráfico fue mayor. Esta injerencia se calibró con un índice de penetración del narcotráfico en las elecciones locales, que en sus valores más altos supone la existencia de un principal de las autoridades locales que las distanció de los objetivos de la política federal de seguridad, de allí que el argumento no solo tenga implicaciones sobre la explicación del comportamiento electoral de los mexicanos, sino también respecto de la atribución de responsabilidades por parte de los electores cuando el éxito de una política depende de la cooperación entre autoridades y una de estas puede responder a más de un principal.

Primera parte

      1. Fortalezas y debilidades de la democracia subnacional: una comparación de las encuestas a expertos de Argentina y México

       Carlos Gervasoni[*]

      ¿En qué aspectos los estados subnacionales son más y menos democráticos, o incluso autoritarios? El objetivo de este capítulo es responder a tal pregunta con base en un análisis comparativo de las fortalezas y debilidades de la democracia subnacional que se revelaron con las encuestas sobre ese tópico que se aplicaron recientemente a expertos en Argentina y México —la “Encuesta de expertos en política provincial argentina” (Eeppa) y la “Encuesta a expertos en política estatal en México, 2001-2012” (Eepemex)—, explotando así su alta comparabilidad en términos de diseño metodológico y redacción del cuestionario.

      Los regímenes políticos son en esencia multidimensionales, y por lo tanto es perfectamente posible que un mismo sistema político sea democrático en algunos aspectos pero poco democrático en otros. Este capítulo aprovecha una ventaja clave de las mencionadas encuestas de expertos —su amplia cobertura de múltiples aspectos de los regímenes políticos de provincias y estados— para presentar un primer “mapa” dimensional de la democracia subnacional en esos países. Tal mapa revela tanto aspectos en los que provincias argentinas y estados mexicanos aparecen como razonablemente democráticos (por ejemplo, el acto electoral en sí, que en general no es afectado por niveles importantes de fraude), como otros en los que la mayoría de las unidades subnacionales de ambos países muestran debilidades importantes (en particular, la baja efectividad de los controles de los poderes legislativo y judicial sobre el ejecutivo).

      A la pregunta que inicia este capítulo se le sumará otra que el abordaje comparativo hace posible: ¿hay patrones comunes en la distribución de las provincias argentinas y los estados mexicanos en términos de las múltiples dimensiones de la democracia relevadas en las encuestas? La existencia de tales patrones constituiría una evidencia preliminar de gran valor para comenzar a caracterizar configurativamente a los regímenes políticos subnacionales del mundo. Desde este punto de vista, la comparación entre Argentina y México no solo es valiosa en sí misma dado que se trata de dos de las (no tan numerosas) democracias federales que existen en el mundo (y dos de las mayores naciones de América Latina), sino que también permite dar un primer paso para evaluar la generalidad de los hallazgos descriptivos de la encuesta de expertos argentina. Sin una referencia comparativa no es posible determinar en qué medida tales hallazgos son particularidades idiosincráticas de la nación sudamericana o patrones más generales que tienden a ocurrir en los regímenes subnacionales de los países federales.

      La multidimensionalidad de la democracia y el autoritarismo

      A casi cuatro décadas del inicio de la tercera ola de democratización, es evidente que en muchas naciones democráticas hay diferencias importantes en el grado en que los ciudadanos disfrutan de los derechos políticos. Esta desigualdad no solo es función de la posición de los individuos en términos socioeconómicos y étnicos, sino también de la región en la que residen. De Argentina a México y de la India a Rusia, se registra una alta heterogeneidad en el grado de democraticidad de los regímenes políticos subnacionales.

      Los trabajos académicos sobre política subnacional en países democráticos suelen tratar a regiones, provincias y municipios como sistemas políticos también democráticos. Esto puede parecer razonable en Argentina, México y muchos otros países donde las unidades subnacionales eligen a sus autoridades en comicios multipartidarios, garantizan el voto adulto universal, otorgan representación a la oposición en sus legislaturas, y ostentan la arquitectura institucional típica de una democracia. Una mirada más profunda muestra que bajo esa institucionalidad subyace a veces un conjunto de realidades dudosamente democráticas. Argentina y México contienen varios regímenes provinciales/estatales que analistas periodísticos y académicos han calificado como “feudales”, “caudillistas”, o “autoritarios”. En Argentina ha habido una comprensible resistencia a considerar poliárquicos a regímenes como el de los Saadi en Catamarca, los Rodríguez Saá en San Luis, los Juárez en Santiago del Estero, o los Kirchner en Santa Cruz. Lo mismo ha ocurrido en México, por ejemplo, con el régimen encabezado por José Murat en Oaxaca.

      Antes de estudiar las elecciones, partidos, legislaturas o élites de las provincias como si estas fueran esencialmente iguales, debemos entonces atender a la heterogeneidad del objeto. Hablar, por ejemplo, de “competencia partidaria” puede llevar al error de pensar que tal concepto significa lo mismo en la muy democrática Mendoza que en la hegemónica San Luis.

      En su clásico Poliarquía, Robert Dahl destacó que “incluso dentro de un país, las unidades subnacionales a menudo varían en las oportunidades que brindan para la competencia y la participación” (Dahl, 1971: 14). Este autor reconoció explícitamente que no ocuparse de este tema fue una “grave omisión” de su libro. Sin embargo, todavía hoy son pocos los trabajos en los que se define y mide la democracia sistemáticamente en todas las unidades subnacionales de un país, y estos son en general más o menos recientes. La gran mayoría de ellos se basa en indicadores objetivos,[1] que tienen ventajas en términos de disponibilidad de datos y confiabilidad, pero desventajas en términos de validez y, críticamente para este capítulo, dimensionalidad, ya que en general operacionalizan solo una o un par de dimensiones de la democracia (por ejemplo, Kim Quaile Hill, 1994; McMann y Petrov, 2000; Hernández, 2000; Gervasoni, 2010a; Giraudy, 2010). En cambio, casi no hay antecedentes de estrategias de medición subjetivas más allá del trabajo de McMann (2006) para Rusia y Kirguistán, que produce una medida unidimensional de democracia. Desde este punto de vista, las encuestas de expertos argentina (Gervasoni, 2010b) y mexicana (que se presenta en este volumen) constituyen una innovación metodológica importante y son las primeras que permiten un examen sistemático del patrón de multidimensionalidad de los regímenes subnacionales.

      Definamos a qué nos referimos con el término “multidimensional”. Es habitual que conceptos complejos como los de “régimen político” o “democracia” incluyan más de un aspecto o “dimensión”. Por ejemplo, la clásica conceptualización de Dahl (1971) identificaba dos dimensiones de los regímenes políticos: la competencia y la participación. Para este autor solo existe un régimen poliárquico si en él se combinan la competencia política con la inclusión de la mayoría de los ciudadanos en tal competencia. Este tipo de multidimensionalidad conceptual es a veces acompañada por una multidimensionalidad empírica. Ello ocurre no solo si existen diferentes aspectos del concepto que son analíticamente distinguibles, sino que además los mismos no están altamente correlacionados en la realidad. Siguiendo con el ejemplo de Dahl, si la mayoría de los regímenes políticos fueran o competitivos e inclusivos o no competitivos y no inclusivos, la bidimensionalidad sería meramente conceptual: en los hechos los regímenes

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