Sanar sin fronteras. Eric Barone
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Mi destino fue marcado por un sueño que hizo morir a mucha gente y salvar a otros. No tengo remordimientos sobre eso, yo solo tenía 2 años de edad y, como le decía Krisna a Arjuna: “no puedes matar lo que no puede morir”.
Una mañana me desperté y le conté a mi madre que la veía poner una linda vela blanca frente a un pequeño muro de piedra y que había mucha luz. Apenas ella le contó a mi hannah árabe lo que yo le había dicho, mi hanna se puso a llorar y se fue gritando que el pequeño había soñado la tumba de Sidi Abdekader Jalalil, un gran santo sufí y que mi familia estaba protegida. Dos días después comprendimos lo que eso significaba. El vendedor de legumbres de nuestro edificio –un cierto Mohamed me dijeron- esperó que no hubiese nadie en su negocio y le dijo en voz bajo a mi madre: “por favor, Sra. Gilda, no vaya de visita a la tumba de la cristiana”. Ése era un monumento funerario antiguo, lejos de Skikda, (que entonces se llamaba Philippeville), entre Argel y Cherchell. Albergaba los restos de la hija de Cleopatra VII y Marco Antonio. Mi madre tuvo la buena idea de contarle su intención de viajar a un tío mío que era legionario (y que murió meses después como héroe, héroe no sé bien de qué, nunca comprendí cómo uno podía volverse héroe participando en una matanza). Mi tío habló con sus superiores y, gracias a eso y, en pocas palabras, ¡nos salvaron la vida!
Alcanzamos el monumento después de un viaje en barco acompañados por un grupo de legionarios muy inquietos. Cuando llegamos a la entrada, los legionarios obligaron a los civiles a quedarse afuera y entraron ellos solos en el monumento, lugar perfecto para una emboscada. Oímos ráfagas de armas de fuego y recuerdo a mi madre apretándome fuertemente contra ella tal como lo había hecho la noche en que oímos las explosiones de la guerra civil. Muchos fellaghas murieron ese día a manos de los legionarios entre los que estaba mi tío. Yo no me siento responsable, solo siento mucha pena de que hermanos se hayan matado porque un niño había soñado un Santo.
R: Algo más grave todavía había pasado varios años antes de que naciese Eric y él lo cuenta brevemente en otra introducción. Fue la masacre de El Alia que marcó el inicio histórico de la guerra de independencia de Argelia. Y, en esa masacre, que fue el primer acto de los rebeldes, asesinaron a 27 miembros de su familia cuando salían de una mina en la que se habían refugiado. Eric quedó marcado por ese intenso recuerdo tan presente en su familia y de ello, supongo, proviene su deseo de paz universal.
C: Barone ha presenciado el dolor de mucha gente. Y, en el transcurso de tres décadas como terapeuta, ha visto, como nosotros los investigadores de medicina, morir a muchos enfermos desahuciados, algunos lentamente, otros rápido y otros brutalmente. Una vez le pregunté cómo lograba transmitir energía en esas personas en el tiempo que les quedaba por vivir. Me explicó que el origen de todos los miedos que puede sentir una persona, y la mayor parte de sus angustias, nace de un conflicto no resuelto en la primera infancia. Se origina cuando un día el niño “ve’’ la muerte. Puede ser la del pececito que criaba en su habitación, la de su perrito, la de su abuelo, o la de alguien que fue atropellado en la calle por un colectivo. Y ahí nace el gran conflicto psicológico. El niño se pregunta, aunque muy por debajo de su nivel de conciencia, (Eric lo hizo conscientemente), “¿por qué esta injusticia de hacerme nacer si debo morir?”. Según Eric, en ese preciso momento, Dios, el Divino, el Gran Programador del Universo, la Conciencia Superior, le entrega al niño la plena responsabilidad del conocimiento del bien y del mal. ¿Qué hace el niño? Generalmente regresa a jugar a la pelota en el jardín y se olvida prudentemente del problema. No es sorprendente que crezca luego con fobias, problemas psicológicos, neurosis o crisis de angustia. ¿Qué hace un grupo reducido de niños? Intenta enfrentar el problema, comprender, se interesa por el nacimiento, por la vida y, mientras crece, busca resolver la gran incógnita, se desequilibra fácilmente a nivel emocional hasta que, un día, descubre el gran antídoto: la reencarnación.
A Eric le tomó muy poco tiempo descubrir ese antídoto. Lo hizo al leer el libro de Lobsang Rampa: el Tercer Ojo.
J: Pero, ¿cómo lo hizo si tenía apenas 3 años cuando empezó a vivenciar esa crisis emocional y psicológica?
C: Él me contó cómo su madre le enseñó a leer, un poco antes de esa edad y cómo fue su primera toma de conciencia de la relación existente entre el sonido de una palabra, la palabra escrita y el objeto que designa. Tenía un vaso de leche sobre la mesa y su madre pronunciaba la palabra mostrándole cómo se escribía. Y, de golpe, ocurrió en él su primer “flash de conciencia” y comprendió la relación.
A partir de allí, continúo leyendo y escribiendo hasta llegar a hoy.
R: Bueno, parece que Eric fue un niño excepcional.
J: Exacto. Tienes razón. Estoy convencido de que Barone nació como un superdotado
C: Yo diría mejor como una “reencarnación viviente”.
J: Seguramente. Tuve la oportunidad de testearlo y de comprobar que es capaz de recordar todo lo que ha visto desde que abrió los ojos. Pudo dibujarme el diseño complicado, verde, rojo y negro que tenía la tela de las cortinas que veía desde su cuna cuando tenía menos de un año, y se acuerda de las características de cada uno de sus juguetes. Recuerda también cuando, siendo un poco más grande, descubrió, por primera vez, la inteligencia mecánica. Ocurrió cuando vio los hilos de las poleas de ua grúa mecánica de juguete y comprendió la relación entre la curvatura de los hilos y los movimientos que levantaban un objeto.
C: Yo digo que es una “reencarnación viviente” porque me contó el sufrimiento que tenía cuando era pequeño por no poder hablar, por no poder escribir, por no poder controlar sus manos. Pero sí podía pensar. Pensar en conceptos y observar todo con una mente adulta llena de conocimientos. Pero estaba incapacitado para comunicarse porque su cerebro no había aprendido aún las coordinaciones neuromotrices ni las neuroverbales.
R: Pero entonces, ¿cómo pensaba?
J: Sólo en energías conceptuales, con imágenes que nunca había visto, con sensaciones globales. Por eso, aprender a leer, a escribir, y a comunicarse, fue su liberación.
C: Sospecho que es ésa la razón por la cual escribió esa historia sorprendente del niño paralítico “Aisdek`m en viaje a los Registros Akáshicos”. Se identificó profundamente con su personaje.
R: ¿Eso significa que tenía algún guía invisible que lo dirigía?
C: No lo creo. Insisto en que cabe bien en la definición hindú de la “reencarnación viviente”, es decir, un alma vieja que recuerda sus vidas pasadas y aporta a la presente todos sus conocimientos antiguos. Eso explicaría las vivencias que contaremos más adelante en este libro.
R: También es probable que haya nacido con la convicción de ser un “hombre de revoluciones”. Más allá del símbolo que representa la masacre de El Alia, inicio histórico de todos los movimientos de independencia árabes, él estuvo presente durante la guerra de independencia de Argelia y, en Francia, en mayo del 68 donde leía pinturas en las fachadas de las universidades que decían cosas como: “las libertades no se piden, ¡se toman con metralletas en las manos!” Él tradujo más tarde esas palabras cuando escribió: ‘’ una filosofía se defiende en la calle y no con libros agonizando en las bibliotecas’.
Recordemos que también estuvo presente en el Paraguay de Stroessner y que en Argentina presenció la partida en helicóptero del presidente De la Rúa. No debe extrañarnos que nos aporte revoluciones silenciosas como la Terapia Akáshica y que se adapte fácilmente a las revoluciones digitales como todo el resto de la humanidad. Sigamos leyendo lo que nos cuenta