Sanar sin fronteras. Eric Barone
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El hombre escribió un surah del Corán sobre un papel, lo quemó, echó las cenizas en una botella con agua y la agitó durante un largo rato, murmurando palabras que no comprendimos ya que nadie hablaba árabe en mi familia. Luego, ceremoniosamente, hizo diversas unciones sobre mi cabeza mientras yo lo miraba a los ojos muy curioso pero nada impresionado. El religioso, en un lenguaje mezclando el árabe y el francés, le dijo a mi madre que mucho más adelante, cuando fuese grande: «tu hijo será un gran médico, pero no el que va al hospital ni el que toca a los enfermos». Me llevó medio siglo comprender esa profecía.
En los pocos años que viví en ese país (no puedo decir mi país, porque aprendí que nadie es dueño de nada, y menos todavía de un territorio), compartí y disfruté, un lugar donde la diversión máxima era ir al puerto a comer zalabias, merguezo macrudes y también vi cosas muy raras que se fijaron en mi mente para siempre.
Vi gente muy enferma llamar a algún curandero, vi cómo éste traía serpientes para -según decía- “transferir la enfermedad sobre esos habitantes del desierto” Vi cómo una vecina mía que estaba por morirse, en pocos días se levantaba, y salía de compras, regresaba a su vida normal. Y no lo vi una vez sino muchas veces. Vi hombres y mujeres dedicarse a sanar, sin preocuparse de que los enfermos fuesen franceses invasores o árabes invadidos, vi como la fe inquebrantable que los animaba los hacía usar al Corán, como tiraban plomo fundido en el agua de un recipiente y cómo el enfermo bebía esa agua y mejoraba rápidamente. Era el contrapeso a tantas muertes injustas que veía en la calle.
R: ¿No sería en esta época que Eric se impregnó de “magia, ocultismo y parapsicología”?
C: Seguramente. Me contó que tuvo una abuela que lo arrastraba a la Iglesia y cómo logró enemistarlo con la religión porque nunca le explicó, ni ella ni nadie, qué significado tenía todo lo que decía o hacía el sacerdote, por qué había que arrodillarse, por qué había que levantarse. Ya a esa edad Barone vio tecnología en la magia aplicada, no en la religión. Y eso se siente en sus trabajos actuales. Me hizo gracia el párrafo siguiente:
El mufti tenía razón, pero me llevó 50 años poder nombrar mi verdadera profesión: sin saberlo me volví un antropólogo de la medicina.
Tuve mucha suerte por no ser un buen alumno y por no haber podido calificar para entrar a la facultad de medicina. De haberlo hecho, allí habrían transformado mi cerebro y habrían logrado que creyese que esos hombres de bata blanca sabían curar y que los chamanes de la selva eran todos ignorantes.
Me dediqué a leer y me fasciné pronto con lo que leía. Mezclaba desordenadamente tratados de cirugía, libros de ocultismo, muchos de ciencia y de física, algunos de sociología política y libros de ciencia ficción, leía de todo excepto los aburridos manuales escolares.
R: Me gustaría agregar algo sobre sus lecturas en esos primeros años que los va a sorprender. Cuando le pregunté cuándo y cómo aprendió conceptos de marketing, me contó que, en esa época, (tendría entre 7 y 8 años de edad), descansaba de sus lecturas serias leyendo revistas de historietas del Pato Donald. Un día, en una de ellas, el Pato
Donald le preguntaba a su tío millonario qué tenía que hacer para volverse rico. El tío se quedaba pensativo apoyado en su bastón y le contestaba: ‘Es muy sencillo, busca lo que la gente necesita y ofréceselo al mejor precio’.
Años después, en una conferencia en la Universidad de Economía, Eric contó esa anécdota e incomodó a los profesores cuando dijo que no había encontrado nada más fundamental que esa respuesta y que estaba feliz de haber zafado de varios e innecesarios años de estudio. Claro, hablaba con su irreverencia habitual mientras los alumnos se reían. Años después, algunos de ellos se volvieron sus empleados cuando el marketing digital se impuso.
J: Bueno, hay dos cosas de las que estoy seguro: una es que Barone es un superdotado y la otra, que es un ejemplo perfecto de inteligencias múltiples según la teoría de Howard Gardner.
Les doy un ejemplo: Él tiene su propio sistema de aprendizaje. Lean este prefacio que un editor escribió sobre él hace varios años y que se encuentra al inicio de muchos de sus libros.
En 1971, en Marsella, puerto del sur de Francia, un joven refugiado político llegado allí 10 años antes, al indepen¬dizarse Argelia, decidió firmemente transformarse en «explorador».
«Pero, -se preguntaba- ¿para explorar qué»? Todos los territorios del planeta parecían ya descubiertos, tanto la astronomía como el mundo microscópico ya habían sido abordados con la más alta tecnología. ¿Qué quedaba entonces por explorar?
Siendo un virtuoso músico autodidacta, autor de un tratado de cibernética mental a los 16 años de edad, la decisión de «explorar» tomada por su cerebro, capaz de absorber una enciclopedia en una semana, no debía ser considerada como una fantasía de adolescente sino, más bien, como el despertar de un antiguo maestro espiritual encarnado en un joven científico.
Eric Barone, sospechaba ya a esta edad que su cerebro funcionaba de un modo distinto de lo normal.
Sentado en un confortable sillón, podía entrar en estado de trance y leer miles de páginas en pocas horas... sin comprenderlas. Y después de varias noches de sueño, los libros parecían recomponerse en su mente, con una organización distinta. Aparatos desconocidos, nuevas filosofías, medios terapéuticos nunca vistos, dibujos ar¬quitectónicos fantásticos, muebles y medios curativos, lo recibía todo como si proviniese de otros mundos.
Le pareció muy natural decidirse a explorar la concien¬cia humana para intentar comprender lo que ocurría en su persona. La biografía de Edgar Cayce lo iluminó. Se sentía bastante semejante a ese profeta durmiente de Virginia Beach que recibía, también durante sus trances hipnóticos, información sobre aparatos, medios curativos, diagnósticos de misiones espirituales, de un modo que ninguna razón lógica podía explicar.
J: Eric me confirmó cada uno de estos hechos y, desde mi perspectiva como psicólogo, opino que es evidente que tiene una forma particular de almacenar conocimientos en su preconsciente y una inteligencia (¿interna o externa? lo ignoro) que digiere y reorganiza los conoci¬mientos. Él mismo lo explica en otros libros, que ya veremos más adelante. ¿Comprenden ahora por qué insistí en darle un carácter epistemológico a esta biografía?
Ustedes saben que aprendió a tocar la guitarra clásica en seis meses. Yo lo escuché tocar pero, como no soy melómano, hice una grabación y se la di a profesores de un conservatorio para que ellos opinaran. Todos creyeron que se trataba de la ejecución de un joven concer¬tista o de un alumno extremadamente talentoso. Ninguno admitió la posibilidad de que fuese un músico autodidacta sin más estudios que la lectura musical y que hubiese podido alcanzar esa maestría en tan sólo 6 meses.
Luego, cuando les dije la verdad, volvieron a escuchar la grabación y, como conocían las obras, empezaron a descubrir errores en los ritmos. Eric ya me había anticipado que nunca había dominado perfectamente la rítmica pero que su intensidad emocional compensaba todos esos errores y, riéndose, afirmaba que finalmente la gente percibe la emoción y olvida la técnica.
Lo más interesante es que aprendió en 6 meses y después de dar conciertos, descubrió que ése no era su verdadero camino, que lo que en realidad quería comprender era cómo había podido aprender tan rápido. Y eso lo remitía a afirmaciones que había escuchado desde que estaba en la primaria: que un niño de 3 años no puede