La voluntad de morir. Gracia María Imberton Deneke
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En discusión con Durkheim, Arias y Blanco (2010) aportan elementos valiosos acerca del peso de los cambios sociales en la causalidad suicida en su artículo “Una aproximación al entendimiento del suicidio en comunidades rurales y remotas de América Latina”; uno de los escasos trabajos que trata el tema para la región. En éste, los autores señalan que en la actualidad existe una “representación idílica de lo rural” muy extendida en el medio académico y entre la población latinoamericana en general, que ha contribuido a invisibilizar el suicidio en estas zonas. A pesar de que se reconoce la pobreza y marginación del campo —agregan estos autores—, se sostiene que predominan la armonía, la felicidad, el interés colectivo por encima del individual, y que imperan las relaciones de solidaridad mecánica descrita por Durkheim, o del tipo Gemeinschaft o comunidad, planteada por Tönnies.[7]
En México, la antropología contribuyó durante décadas a reproducir la idealización de lo rural. Según Viqueira (1995) y Lisbona (2005), la sociedad rural mexicana, principalmente la indígena, fue descrita en términos de la comunidad tönnesiana: armónica, igualitaria, económicamente homogénea, en consenso respecto de la religión y la tradición, y con una forma de organización social basada en el parentesco (Viqueira, 1995: 23; Lisbona, 2005: 29-30). En esta visión, como en la de la sociedad tradicional de Durkheim, los conflictos internos en general no tienen cabida y el cambio social —cuando se reconoce— se ve sobre todo como un elemento desintegrador negativo.
Tomando distancia de estos planteamientos idílicos, Arias y Blanco proponen varias hipótesis de trabajo para investigar la relación entre el suicidio y las transformaciones estructurales en América Latina. Ellos afirman que los procesos de cambio socioeconómico en la región de estudio —el proyecto desarrollista de modernización primero y el proyecto globalizador neoliberal después— han impactado en las tasas de suicidio, pues han contribuido a que crezca una mayor vulnerabilidad entre determinados grupos de la sociedad. El proyecto desarrollista, acompañado de programas de reforma agraria y de explotación agrícola planificada, llevó a las localidades rurales mayor diferenciación socioeconómica, nuevas formas de consumo y cambios en las identidades culturales (en cuanto al género y la edad, principalmente). Sin embargo, este proyecto no cumplió con el ofrecimiento de la movilidad social generalizada que pronosticaba un mejoramiento económico para todos. Algunos se vieron beneficiados y se crearon más espacios para la participación de las mujeres en el mercado laboral, pero muchas de las expectativas no fueron satisfechas. Estos cambios han traído consigo “un estado de desesperanza y desilusión” (Arias y Blanco, 2010: 196), que estos autores describen como el efecto de promesa rota,[8] e infieren que “la modernización puede tener una influencia tanto directa como indirecta sobre las tasas de suicidio” (Arias y Blanco, 2010: 198).
Según los mismos Arias y Blanco, el proyecto globalizador agudizó la situación creada por el modelo desarrollista, pues con el impulso de las nuevas políticas de desregulación económica y apertura comercial se vieron afectados y sufrieron retrocesos aquellos sectores beneficiados. A las expectativas iniciales de mejoramiento económico promovidas por la modernización, se agregaron las difíciles condiciones que resultaron del retiro del apoyo del Estado a la agricultura y la liberación de precios de los productos agrícolas. La relación entre transformaciones estructurales y suicidio es, para estos autores, manifiesta.
Llama la atención que muchos de los elementos referentes a la causalidad suicida que Arias y Blanco identifican en América Latina son casi los mismos que varios antropólogos señalan para otras partes del mundo. Parry (2012), en su investigación en una ciudad acerera de la India, encuentra que las tasas de suicidio son más altas entre los trabajadores calificados que entre los más pobres. Ubica la causalidad suicida en la liberalización económica y las expectativas frustradas de la “aristocracia” trabajadora, que siente que pierde el estatus de privilegio del que gozaba antes. De igual forma refiriéndose a la India, Münster (2012) destaca la gran cantidad de literatura que atribuye los “suicidios campesinos” a la globalización, argumentando que los ha empujado a endeudamientos imposibles de pagar. Widger (2009), por su parte, analiza el suicidio en una región de Sri Lanka en relación con la estructura de parentesco, y reconoce que los cambios socioeconómicos impactan directamente sobre el suicidio al afectar las formas locales de organización social. Mientras que Staples (2012b), al investigar una colonia de leprosos en la India, encontró altas tasas de suicidio entre los hijos sanos de éstos. Se trata de una colonia que ha vivido al amparo de organizaciones altruistas y oficiales, lo que ha generado expectativas entre los más jóvenes sobre una vida diferente a la de sus progenitores, pero que no se ha materializado. De nuevo el suicidio se atribuye a transformaciones estructurales y expectativas insatisfechas. De estas investigaciones se concluye que, en la medida en que el impacto del neoliberalismo y la globalización varía de región en región, es indispensable conocer a fondo la situación histórica particular de la zona de estudio (y reconocer tanto los cambios positivos como los negativos).
En esta investigación, considero que el suicidio se relaciona con los cambios sociales provenientes de los procesos modernizadores y la globalización, aunque éstos no son la causa directa ni única, como espero esclarecer a lo largo del libro. Por tal razón, he incluido este capítulo que, en las siguientes dos secciones, registra las más importantes transformaciones en la región de estudio durante el último siglo. A la primera sección corresponde la descripción general de la configuración regional, abarcando desde fines del siglo xix hasta la década de 1930. El énfasis se ha puesto en resaltar los principales cambios: uno muy importante fue la instauración de las fincas cafetaleras a manos de capital extranjero, lo que provocó reacomodos espaciales de los asentamientos campesinos choles y el surgimiento de novedosas y diferentes relaciones entre finqueros y campesinos, muchos de ellos convertidos ahora en peones acasillados y baldíos. Otra transformación relevante fue la llegada de ladinos procedentes de San Cristóbal de Las Casas y Comitán, a radicar en la región, mismos que pasaron a ocupar paulatinamente una posición económica, política y social dominante en relación con los campesinos indígenas. Finalmente se revisa el reparto agrario que modificó la dinámica regional, pues creó nuevas formas de posesión de la tierra y fundó una relación particular entre campesinos y Estado.
La segunda sección del capítulo se dedica a Río Grande y Cantioc, las localidades de estudio, y presenta un acercamiento a su dinámica social. Se abarca de los inicios a las últimas décadas del siglo xx. El propósito es analizar la transición de estas sociedades de la producción agrícola de autoabasto a una economía de mercado, debida a la introducción del cultivo de café entre los campesinos, la presencia del Estado por medio de sus instituciones, la diversificación productiva y la resultante diferenciación socioeconómica. De igual modo se revisa el impacto del arribo de nuevas organizaciones políticas y religiosas, así como la crisis económica y política de la década de 1990, entre los procesos fundamentales.
El cultivo del café y las fincas en la configuración regional
Entre finales del siglo xix y principios del xx, diversas empresas agroexportadoras extranjeras se instalaron en el norte del estado de Chiapas, en la región habitada por población de lengua chol. Las políticas de progreso que impulsaba el gobierno federal que presidía Porfirio Díaz,[9] promovían la explotación de tierras ociosas (nacionales o ejidales) para desarrollar la agricultura y ganadería comercial, y alentaban la inversión extranjera. Animadas además por las favorables políticas estatales que decretó el entonces gobernador de Chiapas, Emilio Rabasa (1891-1894),[10] dichas empresas se dedicaron al cultivo del café y a la explotación del hule y las maderas preciosas. En el municipio de Tila, perteneciente entonces al departamento de Palenque, se establecieron explotaciones cafetaleras conocidas como fincas, en su mayoría en manos de alemanes y estadounidenses.
La producción de café para exportación se había iniciado en la Verapaz y la Costa Cuca en Guatemala desde mediados del siglo xix, con