La voluntad de morir. Gracia María Imberton Deneke

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La voluntad de morir - Gracia María Imberton Deneke

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vendían su producto a los rancheros de la región, en general a precios muy por debajo de su valor. De esta manera, quedaron a merced de los altibajos del mercado internacional. Esta actividad, cuyo producto no era dirigido ya al autoabasto sino al mercado, les permitió contar con recursos monetarios que antes no estaban a su alcance.

      El cultivo del café incrementó la presión por ocupar más tierras para su siembra. La primera generación que vivió bajo el régimen ejidal enfrentó mejores condiciones para sostener tanto sus cultivos de subsistencia como los cafetales. Sin embargo, para la segunda y tercera generación los terrenos ociosos comenzaron a escasear, posiblemente por el crecimiento poblacional (tabla 1),[33] así que se plantearon diferentes alternativas. Desde 1936 se había turnado una solicitud de ampliación del ejido a las autoridades de la Reforma Agraria, pero aún no se tenía respuesta.[34] Por tanto, ejidatarios de Río Grande y Cantioc se organizaron para recorrer Tila, con el fin de localizar tierras que aún no estuvieran explotadas y solicitarlas a las autoridades ejidales locales. Algunas familias, en cambio, decidieron abandonar dichos poblados para irse a radicar a Palenque, la selva, Campeche o Tabasco, pues tenían noticias de que allí había tierras disponibles. Otros optaron por permanecer en las localidades de origen, pero dividieron sus propias parcelas para repartirlas entre los hijos varones. Esto último llevó a la situación actual en la que los ejidatarios tienen incluso hasta diez parcelas minúsculas, repartidas en toda la localidad, dedicadas tanto al maíz y el frijol como al café. Fue así como el cultivo del café introdujo elementos de diferenciación socioeconómica. Aparte de la cantidad y calidad de las tierras disponibles para las unidades domésticas, se agregaron otros: la ubicación de las tierras y su uso, ya destinado a la producción para el autoabasto, ya para el mercado.

      Además, al mismo tiempo se fueron adoptando otras prácticas, con la anuencia de las autoridades ejidales, aunque prohibidas por esta legislación: la venta de tierras entre ejidatarios (de preferencia de la localidad) y su renta (préstamo), con mucha frecuencia a cambio de una parte de la cosecha. Actualmente algunos pobladores ya no tienen tierra, apenas cuentan con el solar en el pueblo, y otros se han unido para comprar colectivamente tierras de propiedad privada fuera de la localidad.

      La presión por la tierra generó importantes conflictos por linderos entre ejidos y dentro de las mismas localidades. Esto fue resultado tanto del retraso de la Reforma Agraria en la delimitación de las fronteras ejidales, como por falta de criterios claros en la demarcación de parcelas de uso individual por parte de los representantes ejidales locales.

      Otro cambio que trajo consigo el cultivo del grano aromático fue que introdujo las relaciones salariales en el interior de las colonias o rancherías, entre los ahora pequeños productores. Por características propias de este cultivo, el fruto debe recogerse en el momento en que está maduro, bajo riesgo de perderse si no se hace a tiempo. Esto concentra la actividad en pocos días y la fuerza de trabajo familiar resulta muchas veces insuficiente para realizar esta tarea, dependiendo de la extensión del cafetal. Fue así como aquellos que gozaban de más tierras cultivadas de café necesitaron contratar trabajadores entre los que disponían de tiempo, que eran en general los que no tenían cafetales o su parcela era reducida.

      Ante la falta de carreteras o de caminos adecuados para sacar el producto de las localidades de la región, los grandes comerciantes o acaparadores regionales optaron por trasladarlo en avionetas.[35] (Tiempo atrás se transportaban las mercancías en animales de carga, o incluso por personas.) En la década del sesenta se construyó en Río Grande una pista de aterrizaje donde se concentraba la producción de los poblados vecinos para trasladarla a Yajalón, de esa forma este poblado se convirtió en el centro económico cafetalero de la región, desplazando de ese papel a Salto de Agua. Las avionetas sacaban el café e introducían mercancías que se vendían en Tila, en este caso, a precios muy altos, para costear su traslado. Varios ejidatarios de Río Grande trabajaron como cargadores en la pista, transportando primero sacos de café y luego mercancías hasta el pueblo.

      Diversificación productiva, presencia del Estado, nuevas opciones religiosas y políticas

      Entre las décadas de 1960 y 1980 hubo otras transformaciones relevantes en la región. Conforme la producción de café se expandía y consolidaba entre los ejidatarios, el Estado extendió su presencia hacia estas localidades, por medio de diferentes instituciones. Algunas impulsaron programas de desarrollo de la agricultura. En los setenta, el Instituto Mexicano del Café (Inmecafé) trabajó de modo relevante brindando apoyo a los ejidatarios en la producción y la comercialización. Por un lado, les proporcionaba asistencia técnica sobre nuevas variedades de café, los cuidados que se debía dar a los cafetales y viveros o el manejo de fertilizantes y agroquímicos. Y, por otro, pretendía romper la dependencia que tenían respecto de los comerciantes y acaparadores locales; éstos daban préstamos antes de la cosecha, a condición de recibir el pago con café a precios que ellos estipulaban. Para contrarrestar esta dinámica, el Inmecafé instituyó programas de crédito a modo de anticipos a cuenta de cosecha, que se otorgaban en diferentes momentos del proceso productivo (para la fertilización y limpia de cafetales, y luego para el corte del café), a la vez que garantizaba la compra de la cosecha a partir de un precio mínimo que fijaba (García y Pontigo, 1993b). Sin embargo, muchos campesinos reclaman que la corrupción y la ineficiencia de la burocracia del Inmecafé impidieron que cumpliera a cabalidad sus objetivos.

      Otras instituciones como la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos (sarh) y el Instituto Nacional Indigenista (ini) impulsaron programas de crianza de puercos (con razas mejoradas) y granjas de pollos o la instalación de apiarios, entre otros. Se estableció además la Compañía Nacional de Subsistencias Populares (Conasupo), con tiendas rurales que vendían productos de la canasta básica, a precios más bajos que en las tiendas de ladinos en las cabeceras y pueblos cercanos.

      Ante la escasez de tierras,[36] el crecimiento demográfico y la necesidad de dinero, nuevas actividades lentamente complementaron la agricultura. En Río Grande y Cantioc surgieron especialidades como la carpintería, albañilería, confección de ropa y producción de pan. Algunos ejidatarios abrieron pequeñas tiendas de abarrotes o de ropa. Además, el trabajo asalariado se volvió una opción, pues garantizaba el ingreso monetario que ahora se requería para la compra de mercancías que estaban al alcance. Si en estos poblados ya se daba la contratación de fuerza de trabajo asalariada durante la cosecha, muchos buscaron empleo en los pueblos o ciudades cercanas, ya fuera temporal o definitivo. En este sentido, antes que los hombres, las mujeres laboraron por un salario, como empleadas domésticas en Tila o en poblados de Tabasco. Aunque los hombres, llegado el momento, comenzaron a emigrar para buscar trabajo en la agricultura, la construcción, o como cargadores y pescadores, entre otras alternativas, en pueblos cercanos, y en Tabasco y Quintana Roo. Algunos viajaban a diario a su lugar de trabajo, mientras que otros permanecían allí durante meses, para regresar a su localidad de origen esporádicamente. En la actualidad, muchas familias combinan trabajo agrícola y asalariado, aunque difiere el peso que le dan a uno u otro. Incluso existen familias que ya no dependen de la agricultura para su sobrevivencia.

      De las instituciones del Estado, la escuela ha jugado un papel muy importante en los cambios operados en la dinámica local. En Río Grande incluso se atribuye a un maestro la iniciativa de promover entre los ejidatarios la conformación de un pueblo centralizado en torno a la escuela y abandonar así el estilo de vida disperso. En la década de los sesenta se abrieron las primeras aulas en ambas poblados, cada una con un maestro de primaria.[37]

      De este modo, la escuela posibilitó la castellanización de niños y jóvenes, lo que tuvo el beneplácito de los padres de familia pues consideraban que el español les permitiría desempeñarse mejor en el medio urbano y en las relaciones con los ladinos.[38] Además, la escuela abrió un espacio de convivencia entre jóvenes (hombres y mujeres), al margen de la supervisión familiar, lo

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