Entrenamiento total. Jürgen Weineck

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Entrenamiento total - Jürgen Weineck Entrenamiento Deportivo

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otros fenómenos, a una mejora de la capacidad muscular anaeróbica.

      Dado que la capacidad anaeróbica no aumenta de forma notoria hasta la entrada en la pubertad (en niños de corta edad la formación de ácido láctico es aún muy limitada, su máximo se alcanza entre los 20 y los 30 años de vida [cf. Keul, 1982, 31]), las cargas que conllevan una elevada producción de lactato no se deberían aplicar con frecuencia (en la pág. 199 nos ocupamos específicamente de la capacidad anaeróbica en la edad infantil).

      Como compensación de la menor capacidad glucolítica, el niño dispone de una mayor capacidad para los procesos metabólicos oxidativos: un porcentaje mayor de enzimas oxidativas en relación con las glucolíticas permite a la célula muscular del niño aprovechar con mayor rapidez los ácidos grasos libres, y por tanto proteger las reservas de glucosa en mayor medida que el adulto (cf. Berg/Keul/Huber, 1980, 490 s.). La presencia en los niños de un número de mitocondrias –lugares de producción de energía aeróbica– mayor que en los adultos nos confirma estas apreciaciones (cf. Bell/Mac Dougall/Billeter/Howald, 1980, 28).

      Para optimizar el entrenamiento infantil y juvenil necesitamos algunos conocimientos básicos de particularidades psicofísicas en las diferentes etapas de edad. Sólo con este bagaje podremos practicar un entrenamiento adecuado a la edad y al estado del desarrollo, acorde con las aspiraciones y necesidades de niños y jóvenes.

      En la siguiente descripción no nos ocuparemos de las condiciones anatomo-fisiológicas importantes para el desarrollo de las formas principales de trabajo motor (estas explicaciones se incluyen después de la descripción detallada de dichas formas principales), sino de las particulari dades psicofísicas de las diferentes etapas que interesan para la configuración del entrenamiento.

       Tabla 12. Clasificación de las etapas de edad según la edad cronológica

      La tabla 12 nos presenta un resumen de la clasificación de edades que utilizaremos en lo sucesivo. Esta clasificación no se debe tomar como un patrón rígido sino como una orientación general: las transiciones son fluidas y están en parte sometidas a oscilaciones individuales considerables.

      Lactancia y primera infancia

      La edad del lactante y del niño de la primera infancia tiene una importancia decisiva para el desarrollo global del niño. Para el desarrollo motor, el aprendizaje de la marcha y la integración social asociada a este proceso ocupan un lugar de preeminencia. No obstante, esta etapa es irrelevante para la incorporación a un proceso selectivo de ejercicio o de preentrenamiento. Corresponde a los padres la responsabilidad de crear para el niño un entorno psicosocial óptimo y estimulante en el aspecto motor, que se corresponda con las necesidades del niño y favorezca su desarrollo.

      Edad preescolar

      La edad escolar abarca el período entre los 3 y 6 o 7 años (ingreso en la escuela), y se la conoce como “edad de oro de la infancia”. Esta etapa se caracteriza por una intensa pulsión por el movimiento y el juego, una marcada curiosidad por todo lo desconocido –que se manifiesta con especial claridad en la “edad de las preguntas” entre 4 y 5 años–, el gusto por la fabulación y la predisposición afectiva hacia el aprendizaje. El continuo cambio de actividad en esta edad se explica por una capacidad de concentración escasa debido a un predominio marcado de los procesos cerebrales de estimulación frente a los de inhibición. El niño participa en una gran cantidad de juegos, que cambia y reorganiza de múltiples formas.

      El pensamiento del niño en edad preescolar es intuitivo, concreto, próximo a la práctica, estrechamente asociado a la experiencia personal y a una intensa emotividad. Se desarrolla bajo el influjo del juego y de acciones y experiencias motoras prácticas (cf. Demeter, 1981, 60). De aquí se deduce que toda restricción en el juego influye desfavorablemente sobre la capacidad de rendimiento mental. El ingreso en el jardín de infancia (o instituciones similares) supone una primera separación de la casa paterna y conlleva una ampliación del campo de aprendizaje social. Allí el niño, capaz de correr con rapidez, de atrapar un balón o de trepar con habilidad, disfruta de una alta consideración social. La eficacia de sus movimientos convierte a un niño en el compañero de juegos deseado. Las capacidades motoras mejoran de manera sustancial la capacidad de acción social y apoyan el sentimiento de la propia valía.

      Hacia el final de la edad preescolar (entre el quinto y el séptimo año de vida) se produce la primera transformación morfológica, caracterizada por un aumento de estatura y la pérdida de las proporciones típicas del niño de corta edad.

       Consecuencias para la práctica del “entrenamiento

      El gusto por el movimiento y la disposición al aprendizaje del niño deberían orientarse en una dirección concreta: adquirir una base amplia de destrezas mediante un gran número de ejercicios elementales y mediante la oferta de oportunidades de aprendizaje. Los niños en la edad preescolar necesitan una cantidad suficiente de posibilidades motoras que, usando su fantasía y su capacidad para la variación, les inciten a correr y saltar, arrastrarse, trepar, balancearse, colgarse, columpiarse, mecerse, tirar, empujar y acarrear, lanzar y atrapar, entre otras formas de movimiento (cf. Winter, 1981, 194). La actividad deportiva debería organizarse de forma divertida, incidiendo en el gusto y la alegría de participar. Las historias contadas con movimientos (que deberían satisfacer el entusiasmo de los niños por narraciones de todo tipo) y la resolución autónoma de tareas motoras deberán ampliar el repertorio motor y favorecer en los niños la creatividad motora y la experiencia física de sí mismos.

      Edad escolar temprana

      La edad escolar temprana abarca el período del ingreso en la escuela (sexto o séptimo año de vida) hasta el décimo año de vida aproximadamente.

      Esta edad se caracteriza por un comportamiento motor al principio casi desbocado, que se va tranquilizando hasta alcanzar unos hábitos normales al final de esta fase. La expresión de este gusto desmedido por el movimiento es un interés por el deporte próximo al entusiasmo; por ello, la cifra de inscripciones en clubes deportivos es máxima en este momento (fig. 54).

      Otras características: equilibrio psíquico, actitud optimista ante la vida, ausencia de preocupaciones; la adquisición de conocimientos y destrezas es entusiasta pero carente de espíritu crítico.

      La edad escolar temprana es una etapa óptima para el aprendizaje; ello se explica por las buenas condiciones corporales –los niños son pequeños, ligeros y gráciles, y su relación fuerza-palanca es favorable– y por la mejora de una serie de capacidades: concentración, en comparación con la etapa previa, diferenciación motora fina y recepción y elaboración detallada de la información (cf. Winter, 1981, 255). No obstante, la capacidad de aprender casi al vuelo nuevas destrezas, desarrollada en alto grado durante esta etapa, no va unida a una capacidad igualmente desarrollada de fijar los movimientos recién aprendidos. El predominio, aún presente, de los procesos de excitación, asociado a unos procesos acentuados de irradiación de la regulación nerviosa central, provoca una “difuminación” fácil del bucle motor característico de cada movimiento, dificultando así la retención (cf. Hotz/Weineck, 1983; v. pág. 493). Por este motivo, los movimientos recién aprendidos se deberían repetir a menudo en esta edad, para integrarlos de forma estable en el repertorio motor del niño (cf. Demeter, 1981, 77/78).

      

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