Entrenamiento total. Jürgen Weineck
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•Al iniciar un entrenamiento de rendimiento se debería efectuar una exploración general a cargo de un ortope– da y de un internista, con el fin de detectar, en la medida de lo posible, los síntomas patológicos y las alteraciones en el marco del aparato locomotor activo y pasivo y en el sistema cardiopulmonar que pudieran plantear un riesgo.
Esta exploración debería repetirse a intervalos de tiempo regulares, para reconocer a su debido tiempo, y en consecuencia evitar, los daños por sobrecarga originados en el entrenamiento.
•Todo entrenamiento de rendimiento debería efectuarse por propia voluntad y no bajo la presión de padres o entrenador.
•El entrenamiento debería organizarse en consonancia con la edad y las circunstancias psicofísicas de los niños.
•El entrenamiento no debería suponer un lastre para la formación escolar o profesional.
•El entrenamiento debería dejar a niños y jóvenes tiempo libre suficiente para otros intereses al margen del deporte.
Como vamos a exponer, los niños y jóvenes no son “adultos en miniatura” ni sus actividades deportivas se pueden reducir a un “entrenamiento de adultos reducido”. El entrenamiento infantil y juvenil incluye también un proceso de ejercicio sistemático y a largo plazo; sin embargo, los objetivos, contenidos y formas de proceder se diferencian en muchos aspectos frente al mundo adulto. Los problemas de la adecuación al niño, a la edad y al desarrollo merecen toda nuestra atención.
Al afirmar que “el entrenamiento infantil y juvenil no es un entrenamiento de adultos reducido” nos basamos en varias razones, pero sobre todo en el hecho de que el niño y el joven –en contraposición al adulto– se hallan aún en crecimiento; de esta circunstancia se derivan un gran número de cambios físicos, psíquicos y psicosociales, y una serie de particularidades del desarrollo con las correspondientes consecuencias para el entrenamiento infantil y juvenil.
Por estas razones, antes de comentar de forma específica las características anatomo-fisiológicas y psicológicas de cada una de las etapas de la edad, describiremos de forma general las particularidades originadas por el crecimiento en la edad infantil y juvenil.
Particularidades de las edades infantil y juvenil debidas al crecimiento
Como se puede ver en las figuras 44 y 45, los distintos segmentos del cuerpo muestran intensidades de crecimiento diferentes en cada edad. Ello provoca cambios de las proporciones corporales, característicos de los distintos períodos de crecimiento.
Como se muestra en la figura 46, las curvas de crecimiento del desarrollo de la cabeza/encéfalo y del cuerpo en general tienen un transcurso muy diferente. Llama la atención sobre todo el rápido desarrollo del encéfalo: con 6 años ya se ha alcanzado el 90-95 % del tamaño adulto. Por el contrario, el crecimiento general del cuerpo no ha alcanzado en este momento ni la mitad del valor del adulto.
Figura 43. Relación entre la edad y la percepción subjetiva de la carga en relación con la frecuencia cardíaca máxima (de Bar-Or, 1982, 27).
Como muestra la figura 47, las células nerviosas del sistema nervioso central experimentan ya en el transcurso de los primeros años de vida una reticulación creciente, de gran importancia para el futuro potencial funcional. Se suele aceptar que esta germinación de nuevas fibras es especialmente intensa hasta el tercer año de vida aproximadamente (cf. Akert, 1979, 509, citado por Falck/Lehr, 1980, 103; Le Boulch, 1978, 54; David, 1981, 9) y se puede incrementar con el ejercicio adecuado.
Figura 44. Cambios de la estatura corporal y de las proporciones entre los segmentos corporales durante el crecimiento (de Demeter, 1981, 10).
Figura 45. Relación entre las dimensiones de la cabeza y del cuerpo, que cambia con el paso de la edad. Las cifras en el margen superior indican las veces que la altura de la cabeza está contenida en la del cuerpo (de Stratz, citado en Demeter 1981, 11).
Figura 46. El desarrollo de la cabeza/cerebro y el crecimiento corporal general hasta alcanzar la edad adulta (modificado de Scammon, citado en Hellbrügg/von Wimpffen, 1977, 21).
Desde el punto de vista del movimiento interesa, pues, proporcionar al niño de corta edad estímulos suficientes para la formación de sus estructuras reticulares y, por tanto, para la configuración plástica de sus áreas cerebrales. Si no existen estos estímulos favorables, o no se dan en la medida suficiente, el resultado será una infraestructura menos marcada de las estructuras cerebrales correspondientes, esto es, un menor grado de maduración funcional (cf. Pickenhain, 1979, 45).
El rápido desarrollo del cerebro permite una elevada capacidad de rendimiento en el ámbito de las capacidades coordinativas, el “equivalente deportivo” del sistema nervioso central, que ya funciona perfectamente; por ello el entrenamiento infantil deberá centrarse en la formación óptima de las destrezas y técnicas deportivo-motoras y en la ampliación del repertorio de movimientos y de la experiencia motora. El entrenamiento de las capacidades físicas tiene lugar en paralelo a este proceso, si bien sólo en la medida en que lo requiera una formación coordinativa global, y aquí observamos una diferencia básica respecto al entrenamiento de adultos: las capacidades físicas en la edad infantil no se forman para maximizar sino para optimizar.
Otro problema del crecimiento consiste en que niños y jóvenes no crecen de forma continua, sino mediante estirones (fig. 48).
Como muestran los estudios de Lampl/Veldhuis/Johnson (1992, 802), los lactantes y niños en la pubertad crecen entre 0,5 y 1,65 cm por día y unos 2,5 cm por semana. Alternan fases de crecimiento y de estancamiento (¡hasta 63 días!).
La velocidad del crecimiento disminuye progresivamente desde el nacimiento hasta la edad adulta. Una excepción la constituye la aceleración transitoria de la época de pubertad. Este empujón del crecimiento se inicia por lo general en las chicas entre el 11o y el 13o año de vida, y en los chicos, entre el 13o y el 15o. Observamos aquí que los diferentes segmentos del esqueleto experimentan su empujón del crecimiento en momentos diferentes: pies y manos maduran antes que pantorrillas y antebrazos, y éstos, a su vez, antes que muslos y brazos; se constata una regularidad centrípeta del crecimiento (cf. Zurbrügg, 1982, 53).
Figura 47. Células nerviosas y uniones de sus fibras en el transcurso del desarrollo infantil. De izquierda a derecha: neonato, niño de 10 días, de 10 meses y de 2 años (de Ackert