Penélope, ¿pececilla o tiburón?. Lorraine Cocó
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Читать онлайн книгу Penélope, ¿pececilla o tiburón? - Lorraine Cocó страница 5
—Claro… —dijo por fin, tras sacudir la cabeza—. No dejes que nadie la pise.
Y tras aquella declaración se incorporó y empezó a silbar como el mejor de los cabreros, intentando llamar la atención del personal de seguridad que había salido de la lona.
—¡Ayuda! ¡Mi amiga se ha desmayado! —gritó alzando los brazos con grandes aspavientos.
Respiró con alivio cuando vio que una de las mujeres de seguridad la veía y haciendo señales a otro de sus compañeros, lo instaba a acercarse y averiguar qué pasaba. El tipo, del tamaño de un armario ropero de cuatro puertas, se abrió paso entre la gente con facilidad hasta llegar a ellas. No le dio tiempo a decirle lo que había pasado, porque la chica de los ojos castaños lo hizo por ella con resolución. El tipo, sin mutar su gesto pétreo, se agachó y tomó a Penélope del suelo, como si esta fuese una pluma.
—Seguidme —les dijo a ellas en un tono tan grave y solemne que ninguna de las dos lo pensó dos veces antes de seguirlo a través de la gente, que había dejado de gritar, alucinada con la escena.
Lo último que pensó Zola antes de adentrarse escoltada por otro miembro de la seguridad, que las siguió al interior de la lona hasta una sala privada, fue que su amiga, para no gustarle llamar la atención, sabía hacer las entradas más melodramáticas del mundo.
Capítulo 3
—¿Qué ha pasado?
Una voz masculina las recibió en la sala. Zola y la otra chica que las acompañaba miraron al hombre que acababa de pronunciarse y, tras reconocerlo, tardaron un par de segundos en reaccionar. Inmóviles las dos, lo miraron como si fuera una ensoñación. Algo a lo que debía estar muy acostumbrado porque no pareció afectado por su repentino estado de idiotez. Lo vio acercarse a su equipo de seguridad y comenzar a hablar con ellos, mientras clavaba la vista en su amiga, que había sido depositada sobre un pequeño sofá de dos plazas colocado en el lateral de la sala. Zola miró a Penélope al saberla objeto del escrutinio del hombre al que ella tanto admiraba y no tardó en correr y, abriéndose paso entre los que la rodeaban, alargar el brazo para bajarle la faldita azul, percatándose de que esta se le había subido y por lo tanto estaba enseñando sus braguitas de Piolín, amarillo chillón. Puso los ojos en blanco antes de forzar una sonrisa exagerada dedicada al escritor que ahora la observaba a ella entornando la mirada.
—Este disfraz… no deja nada a la imaginación —puntualizó, sin parar de sonreír. No supo si el comentario le hizo gracia o no, porque el tipo no respondió. Solo se limitó a preguntar a sus empleados.
—¿Se pondrá bien? ¿Alguien ha llamado al personal sanitario de la feria? —Lo oyó inquirir a una mujer que debía rondar los cincuenta y tantos años y que había aparecido tras él, con el sigilo de un ninja. Esta no tuvo tiempo de contestar antes de que lo hiciera la chica que los había acompañado.
—No es necesario, soy enfermera —anunció esta—. Necesito agua y una toalla o algo que pueda empapar para refrescar su rostro y cuello… Parece un simple desmayo. Puede que la emoción o la aglomeración de gente… —Se encogió de hombros—. La he visto caer y no se ha dado ningún golpe en la cabeza.
—Traed una botella de la mesa —ordenó Beckett sin apartar la vista de Penélope, con el ceño tan fruncido como sus labios, que mostraban un rictus inflexible. En cuanto la botella llegó a sus manos, se la ofreció a la enfermera junto con el foulard gris que hasta el momento había reposado sobre su cuello.
—Gracias —repuso la chica con una sonrisa azorada antes de volver a girarse hacia Penélope y tras abrir la botella, empapar con parte del líquido fresco la suave prenda y depositarla sobre la frente de Penélope, que a los pocos segundos empezó a mover levemente el rostro, arrugando la naricilla salpicada de pecas.
—Parece que se recupera —dijo Zola con una gran sonrisa, feliz de comprobar su mejoría.
—Bien. Esto no debería haber ocurrido —intervino Beckett con las mandíbulas apretadas.
—Para que no se repita, deberíamos empezar con el evento ya. El público lleva mucho esperando y el ambiente está caldeado —oyeron que decía la mujer detrás del escritor.
Este se giró a observarla con gesto glacial antes de dirigirse de nuevo a ellas.
—Señorita… —empezó a decir Beckett.
—Cox, Courteney Cox —se apresuró en presentarse la enfermera sin dejar el gesto embobado.
—¿En serio? ¿Como la actriz de Friends? —intervino Zola, interrumpiendo.
—¡Sííí! ¿Te gusta la serie?
—¡Muuuuchoooo…!
Ambas se sonrieron, registrando sus rostros mutuamente.
Penélope intentó abrir los párpados, pesados como losas, y al hacerlo la luz blanca de un enorme flexo sobre ella se filtró entre sus largas pestañas, cegándola.
Sintió gente a su alrededor, pero no se oía a nadie. Aquello le extrañó e hizo un nuevo intento por abrir los ojos. Y entonces una voz masculina y rotunda rompió el silencio tras carraspear, aclarándose la garganta.
—Bien, señorita Cox, cuide de ella, por favor. Cualquier cosa que necesite, pídasela a mi asistente, que estará encantada de proporcionársela. ¿Verdad, Ingrid?
Ingrid… pensó Penélope. ¿Se trataría de Ingrid Cowell, la ayudante de Frank Beckett? La excitación y los nervios se abrieron paso en su pecho, impulsándola a querer abrir los ojos nuevamente. Lo consiguió justo en el momento en el que él giraba. Solo tuvo tiempo de ver su perfil varonil apenas una centésima de segundo, antes de que este le diera la espalda. Una espalda ancha, enfundada en un suéter azul que estaba segura de que resaltaría la tonalidad oceánica de sus ojos. Clavó los codos en el sofá y alzó una mano estirando el brazo en dirección al escritor que tanto admiraba. No sabía por qué estaba allí, ni qué había pasado, pero no podía dejar que se fuera sin intentar hablar con él.
Pero una mano, apoyada en su hombro, la empujó para tumbarla de nuevo.
—No te muevas, por favor, bebe antes un poco de agua. Te sentará bien.
Penélope resopló al ver como definitivamente el escritor abandonaba la sala acompañado de su personal de seguridad y tras él, corrió su ayudante, con gesto apurado. Se dejó caer de nuevo con resignación, bajo la atenta mirada de Zola y su recién estrenada amiga Courteney.
—¿De veras era necesario este espectáculo? —preguntó Frank tras enviar de vuelta a su equipo de seguridad a controlar a las masas, mientras él caminaba por los pasillos enmoquetados de gris de las zonas adyacentes a las del público. Su ayudante lo seguía intentando mantener el ritmo frenético de su paso.
—No tiene nada que ver con nosotros, Frank. Te lo juro. Lo ha dispuesto todo la nueva agencia de comunicación de la editorial, en colaboración con los organizadores de la feria.
—No lo entiendo, sea como sea, creo que he dejado claro más de una vez que no me gustan estas cosas. Había accedido a un meet and greet con los fans. Algo privado y discreto. La última