Penélope, ¿pececilla o tiburón?. Lorraine Cocó

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Penélope, ¿pececilla o tiburón? - Lorraine Cocó HQÑ

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preguntó Penélope nada más entrar en el espacio en el que las había dejado—. Courteney se ha tenido que marchar para ver la presentación. He insistido en que lo hiciera porque me encuentro bien, pero te ha dejado una nota.

      Su amiga miró a un lado y a otro comprobando que así era, con decepción, pero no pudo pensar más en ello, ya que tenía a Ingrid empujándola por la espalda. Mostró una mueca de disculpa para Penélope, alzando las manos.

      —Lo siento, me he entretenido por el camino y se me ha olvidado que había salido en busca del hielo.

      —¿Se te ha olvidado? —preguntó asombrada Penélope, ya que había sido la misma Zola la que tras descubrir que se había golpeado en un codo al caer, había insistido en que se pusiese hielo en la extremidad.

      —Pero vengo con algo mucho mejor —dijo con una gran sonrisa.

      —Alguien, viene con alguien mucho mejor —apuntó Ingrid entrando tras ella.

      Penélope, que aún estaba medio recostada en el sofá, se incorporó inmediatamente al verla, completamente avergonzada. En un apresurado intento por parecer más normal se quitó de un tirón la peluca y estiró la falda de su disfraz, aunque este último gesto no sirvió de mucho.

      —¡Señora Cowell! —exclamó azorada. Llevaba meses persiguiendo a esa mujer y ahora la pillaba allí, disfrazada, en el momento más patético y bochornoso de su vida.

      —Y usted es la señorita Appleton, por lo que tengo entendido —repuso la mujer acercándose hacia ella con el brazo extendido, ofreciéndole su mano.

      Penélope no lo dudó y le devolvió el saludo tras levantarse con premura. Dedicó a Zola una mirada interrogante y esta le sonrió con picardía.

      —He traído a mi nueva amiga Ingrid, porque tras escuchar una conversación, sin querer —puntualizó—, me he dado cuenta de que podemos ayudarnos mutuamente.

      —¿Tu amiga? Zola… ¿qué has hecho? —preguntó tensa.

      Quería a su amiga, la quería como a la hermana que nunca había tenido, pero el amor no era ciego y sabía que era un imán para los problemas. Que se hubiese marchado a por hielo y minutos más tarde hubiese aparecido con la ayudante de Frank Beckett era muy inquietante y se preguntaba qué había hecho para lograrlo.

      —Tengo que decir que al principio era un poco escéptica, su amiga es… peculiar…

      El adjetivo, lejos de ofender a Zola, la hizo sentir orgullosa, pues odiaba todo lo que tuviese que ver con la normalidad.

      —Pero cuando me ha dicho quién es usted, he empezado a pensar que el plan podía funcionar.

      —¿Plan? ¿Qué plan? —preguntó aún más confusa, mirándolas a ambas.

      —Uno en el que podrías durante las próximas semanas convertirte en la sustituta de Ingrid, como ayudante de Beckett —apuntó Zola con el gesto de estar soltando la idea del siglo.

      —¿Su ayudante? Pero yo ya tengo un trabajo…

      —Lo sé, cariño, pero Ingrid necesita unas vacaciones y tú tener acceso a tu escritor favorito con tiempo para convencerlo de que se convierta en tu representado.

      —El problema es que Frank no quiere contratar a un agente, aunque hace meses que le hace falta. Su última experiencia fue desastrosa y ahora se niega a que nadie lleve sus asuntos. Sin embargo, creo que con tiempo y conociendo previamente a la persona finalmente terminaría por ceder.

      —Pero si no quiere ni oír hablar de agentes, ¿por qué va a querer que una trabaje para él, aunque sea de ayudante? ¿No lo verá sospechoso?

      —No… claro que no. Porque no va a saberlo. Le he dicho que buscaría una sustituta para mis cuatro semanas de vacaciones y es lo que he hecho. Le diré que eres mi sobrina, que vives en la ciudad y que estás capacitada para el puesto. No puedes decirle quién eres de verdad porque entonces creerá que es una encerrona y se negará.

      —¡Ingrid! Eres maquiavélica… Me gusta cómo piensas —exclamó Zola interrumpiendo. Elevó la palma para chocar con la mano de la mujer, pero esta, tras mirarla confusa, la ignoró dirigiéndose de nuevo a Penélope. Pero antes de que volviese a hablar intervino ella, que empezaba a negar con la cabeza.

      —Señora Cowell, yo… le agradezco mucho la confianza que está depositando en mí, pero es un plan descabellado. Sobre todo, porque en algún momento tendría que decirle al señor Beckett la verdad y entonces se enfadaría mucho. No confiaría en mí para que lo representase y a usted podría despedirla.

      Ingrid rio con ganas dejándola pasmada, pues estaba siendo completamente honesta. Gina siempre insistía en la importancia de crear vínculos de confianza con los clientes. ¿Cómo iba ella a empezar una relación profesional sólida con Frank Beckett, mintiéndole? No le parecía bien.

      —Eres entrañable y refrescante. Sin duda algo insólito en un mundo como este, lleno de tiburones —le dijo Ingrid cuando terminó de reír, y a ella le recordó a cuando Gina la llamaba su pececilla de colores. No le gustaba que lo hiciera, por cariñoso que fuera el apelativo, significaba que no la veía capaz de desenvolverse en una profesión en la que en ocasiones había que sacar los dientes. Y por eso apretó las mandíbulas, resoplando.

      —No se confunda, señora Cowell, saco los dientes cuando tengo que hacerlo. Soy dura en las negociaciones y a la hora de defender a mis clientes no hay nadie tan entregado y leal como yo —dijo con un brillo en la mirada alimentado por la necesidad de defenderse como profesional.

      —Bien —repuso la mujer satisfecha—, respeto mucho eso porque yo soy exactamente igual. Frank me importa. Es casi como un hijo para mí. Lo he dado todo por él durante los últimos cinco años, por encima de mis responsabilidades porque es un gran hombre. Un hombre que, aunque terco, impertinente, intransigente y hermético…

      —¡Vaya perla! —exclamó Zola interrumpiendo. Y ambas la miraron entornando los ojos, por lo que hizo que se cerraba una cremallera invisible sobre los labios y dio un paso atrás.

      —En fin, que se merece lo mejor, pero no sabe pedir ayuda. Cree que eso lo hace débil. Y no se da cuenta de que poco a poco se va hundiendo. Yo ya no puedo hacerlo todo sola, y él se ha dado cuenta esta tarde cuando le he dicho que dimitía.

      Penélope abrió mucho los ojos al escuchar aquello.

      —¡No puede hacerlo, es usted la mejor asistente que conozco! Le puedo asegurar que ninguna otra ha conseguido darme esquinazo durante tanto tiempo.

      —Lo sé, son años de experiencia —repuso ella con orgullo—. Y no pensaba hacerlo. Ese chico no sabría qué hacer sin mí.

      A Penélope le hizo gracia que llamase chico a un hombre hecho y derecho de treinta y cinco años.

      —Pero necesitaba que le lanzara un órdago —continuó la mujer—, y gracias a Dios se lo ha creído. Aunque no servirá de nada si a mi vuelta las cosas siguen como siempre. Necesito su ayuda, señorita Appleton.

      Penélope se vio sorprendida por el gesto de la mujer, que la cogió de las manos, de repente.

      —Necesito una compañera de equipo, la mejor compañera de equipo. Y créame, conozco a Frank

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