Penélope, ¿pececilla o tiburón?. Lorraine Cocó
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—Estupendo, corre a atender a tus fans. Yo voy a encargarme de buscarte una ayudante suplente y a mi vuelta te concertaré citas con agentes. Nos vemos en cuatro semanas.
Y antes de que pudiese parpadear dos veces, la vio darle la espalda y marcharse, despidiéndose de él con el alegre aleteo de sus dedos.
De lo que no se había dado cuenta ninguno de los dos era de que, lejos de lo que pudiesen pensar, aquella no había sido una conversación privada. Pues detrás de una de las lonas que formaban el pasillo, unos oídos curiosos habían registrado cada palabra.
Capítulo 4
—¡Ingrid!
La mujer se dio la vuelta, sorprendida, al escuchar que la llamaban ya a punto de abandonar la carpa. Su sorpresa aumentó al reconocer que se trataba de una de las chicas que acompañaban a la que se había desmayado. Frank les había dicho que podían pedirle lo que necesitasen y ella se había olvidado del tema por completo, dispuesta a marcharse lo antes posible para planificar las merecidas vacaciones que tendría con su marido. En el momento en el que se dio la vuelta, tras poner contra las cuerdas a su jefe, había empezado a imaginar los diversos y exóticos destinos que se abrían en su mente como tentadoras posibilidades. Y dichos sueños se acababan de romper. Aun así, forzó una sonrisa, girándose hacia la chica, pues ella no tenía la culpa.
—¿Algún problema? ¿Puedo hacer algo por vosotras?
La amplia y enigmática sonrisa que le mostró la joven la hizo fruncir el ceño.
—La pregunta no es… ¿qué puede usted hacer por nosotras? Sino, ¿qué podemos nosotras hacer por usted? —Alzó las cejas varias veces sin menguar aquella inquietante sonrisa y temió que fuera una de esas seguidoras locas que mandaban cartas y fotos inquietantes a su jefe cada dos por tres.
Miró a lo largo del pasillo. Solía haber personal de seguridad por todas partes. No solo la que contrataba para proteger a Frank, también estaba la del evento, pero no había nadie. Llevaba horas encontrándoselos por todas partes, y en ese momento, cuando realmente se les necesitaba, ni uno solo.
—Mire, señorita, lo siento mucho, pero el señor Beckett no tiene citas con fans, no puedo conseguirle prendas íntimas suyas, ni que le firme ninguna parte… comprometida del cuerpo.
—¡Señora! Que sí, que el tipo está bueno, pero no toco yo los gayumbos de un tío ni con un palito. ¡Puag! ¡Qué asco! —dijo mostrando su cara más repugnante.
—¿No? Entonces… entonces… ¿qué quiere? —Ingrid preguntó con unas ganas enormes de terminar cuanto antes.
—Ya se lo he dicho, voy a hacerle un favor. No es que estuviese espiándolos, pero estas lonas no proporcionan mucha intimidad, ¿sabe? Mucho menos en una conversación tan intensa como la que acaba de tener con el macizo de su jefe.
—¿Nos ha oído?
—Me temo que sí. Pero ha tenido usted mucha suerte, porque de entre todas las personas que podían haber sido testigos de semejante momento, y tengo que decirle, antes de nada, que ha estado usted magnífica plantándose con él… Si no llega a ser porque no quería que me pillaran la habría vitoreado y todo…
Ingrid no daba crédito a lo que estaba oyendo. Aquella joven era una descarada. Hablaba a mucha velocidad, tanta, que daba la sensación de que solo escupía lo que pasaba por su mente, sin ordenarlo, y sin filtrarlo antes.
—Pero ese no es el caso. Sino el hecho de que yo tengo todas las soluciones a sus problemas.
—Mi problema ahora mismo es que me está entreteniendo y quiero marcharme cuanto antes de aquí. Estoy a punto de tomarme unas vacaciones…
—Lo sé, y por lo que he oído muy merecidas. —Ingrid frunció los labios y se cruzó de brazos—. Pero antes tiene que encontrar una ayudante sustituta y un nuevo agente para el señor Beckett.
—¿De eso va este numerito? ¿Quiere colarse en la vida de mi jefe siendo su nueva ayudante?
—¡No, qué va! No se me ocurre trabajo más tedioso que el de satisfacer todos los deseos de un hombre. —Cuando Zola vio la mirada ofendida de la mujer, decidió sonreír y terminar de explicarle, antes de meter nuevamente la pata—. Yo soy artista, no se me dan bien las agendas y esas cosas. Pero, ¿sabe a quién sí? ¡A mi amiga la desmayada!
Zola le guiñó un ojo al tiempo que hacía el ruido de un chasquido con la boca.
—Señorita, está usted como una cabra —espetó la mujer queriendo girarse para terminar de marcharse, pero se vio sorprendida cuando la joven la tomó por los hombros y la detuvo. Antes de poder ordenarle que no la tocara, ella siguió hablando sin control.
—No me ha entendido. Mi amiga es agente literaria. Una de las mejores, de hecho…
Ingrid alzó una ceja, incrédula.
—¿Pertenece a la agencia de Barbara Queen?
Zola resopló con gesto espantado con tanta fuerza que de sus labios salió una especie de pedorreta.
—¡Claro que no! ¿Cómo hay que ser de engreída para hacerse llamar la reina Barbara?
Ingrid pensó, aunque no se lo iba a reconocer a esa loca, que ella misma había tenido ese pensamiento miles de veces al ver los anuncios de la agencia.
—Le he dicho que es una de las mejores agentes. ¡Es Penélope Appleton!
Ingrid puso una cara rara que no supo descifrar.
—La mejor agente de la agencia de Gina…
De repente pareció iluminada y no la dejó terminar.
—¡Oh! Ya me acuerdo de ella, es esa señorita que me ha dejado al menos una veintena de mensajes para intentar hacer una propuesta a Frank.
Zola abrió los ojos desorbitadamente e intentó disimular el gesto con otro de entusiasmo y asentimiento. No sabía que Penélope era una acosadora.
—Esa misma. Mi chica es la más persistente de todas. No sé usted, pero yo creo que la perseverancia es la clave de un buen trabajo —dijo con una solemnidad forzada que casi hizo que pusiese los ojos en blanco.
Ingrid se sorprendió al pensar por segunda vez que estaba de acuerdo con esa chiflada. Como persona extremadamente disciplinada y sistemática, era una de las incuestionables virtudes que consideraba que debía poseer una buena ayudante, y mucho más una valiosa agente.
Ingrid se detuvo a pensar unos segundos. No lo podía creer, pero era muy probable que aquella loca chica le estuviese ofreciendo de veras la solución a sus problemas. Aun así, debía tener una charla muy seria con la señorita Appleton, porque ella podía estar deseando marcharse de vacaciones, pero no abandonaría a su jefe en manos de cualquiera. Lo protegía como un perro guardián, y no iba a dejar de hacerlo solo por necesitar tomarse unos días para sí misma.
—Está bien. Vayamos a verla. Hablaré con ella y si veo que es adecuada…
—Lo