Penélope, ¿pececilla o tiburón?. Lorraine Cocó

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Penélope, ¿pececilla o tiburón? - Lorraine Cocó страница 6

Автор:
Серия:
Издательство:
Penélope, ¿pececilla o tiburón? - Lorraine Cocó HQÑ

Скачать книгу

—bramó sin dejar de andar.

      —Por supuesto que no —se apresuró a asegurar Ingrid queriendo quitar hierro al asunto, tablet en mano, revisando los correos que había compartido con la editorial—. Ha sido un problema de comunicación.

      —No es el primero, Ingrid. Y empiezo a estar harto. —Su respuesta cortante hizo que la mujer apretase las mandíbulas, molesta.

      Intentaba complacer a su jefe en todo lo que le pedía, como lo había estado haciendo durante cinco años, pero este último se estaba convirtiendo en una pesadilla. Cuando sus tareas se duplicaron tras su primer gran éxito comercial, no se quejó. Cuando se triplicaron, haciendo que tuviese que viajar con él durante meses en la promoción, tampoco lo hizo. Ni cuando se cuadruplicaron al decidir echar a su agente, Andy Select, tras descubrir que se la estaba jugando. Ni siquiera cuando se negó a contratar a un nuevo representante. Pero eso ya colmaba el vaso. No podía estar en todo, aunque su jefe pareciese pensar que sí.

      Se detuvo tras él, dándose un minuto para respirar. Él siguió caminando varios metros antes de darse cuenta de que seguía hablando solo. Cuando lo hizo, giró sobre sus talones para mirarla con el ceño fruncido.

      —¿Qué haces? Vamos con retraso —espetó.

      —Y más que vamos a ir —repuso ella elevando la barbilla y enfrentándose a él con la seguridad que le daba la confianza que habían alcanzado durante esos años de trabajo.

      —Déjate de tonterías, Ingrid. No es el momento —señaló impaciente, e intentó continuar con su camino, creyendo que su tono adusto conseguiría que se librara de lo que fuera que estuviese haciendo que su ayudante se revelara.

      —A mí me parece que es el momento perfecto, porque ya no puedo más… amo —añadió sin moverse un centímetro de su sitio.

      —Sabes que no me gusta que me llames así —repuso.

      —Lo siento, es el único sustantivo que se me ocurre cuando te comportas como un tirano.

      Frank elevó ambas cejas rubias, sorprendido.

      —¿Un tirano?

      —Ya me has oído. Un tirano insoportable. Un jefe déspota e insufrible. Un dictador egocéntrico que se cree el centro del universo. Un…

      —Está bien, déjalo. Ya veo que has encontrado más adjetivos y me queda claro que soy un jefe de la peor calaña. Alguien insoportable y tedioso, y que trabajar para mí es la peor de las condenas.

      —Me sorprende que lo hayas pillado a la primera, centrado como estás en mirarte el ombligo desde hace meses.

      Frank no quería pensarlo, pero en el fondo de su alma sabía que tenía algo de razón. Cada vez se había apoyado más y más en Ingrid. En realidad, no era así. Se había estado aislando de todo, pasando de todo y dejando que ella asumiese responsabilidades que no le correspondían.

      —Y por eso, lo dejo —dijo ella de repente.

      Beckett escuchó los gritos de los asistentes al evento cuando el presentador anunció su salida inminente al otro lado de la lona, pero él solo tenía ojos para su ayudante, que parecía más decidida que nunca.

      —Tienes que estar de broma… —dijo con una sonrisa nerviosa.

      —¿Tú crees? —La mueca casi maléfica de la mujer no vaticinó nada bueno. Entonces la vio girar sobre sus talones justo después de decir—: Adiós, Frank. Durante un tiempo fue divertido.

      Se quedó paralizado escuchando al presentador nombrarlo por tercera vez. Aun así, salió corriendo tras ella.

      —Ingrid, Ingrid, por favor… —la detuvo cogiéndola del brazo.

      La mujer que lo había visto convertirse en el escritor de éxito que era en ese momento resopló con cansancio antes de devolverle la mirada.

      —No puedes hacerme esto —le dijo él con un nudo en el pecho que hacía tiempo que no sentía.

      —Claro que sí. ¿Sabes lo que no puedo hacer? Perderme otras navidades con mi familia, otro cumpleaños de mi nieto, otra cena de aniversario con mi marido. No puedo seguir recibiendo llamadas en mitad de la noche para comentar lo que has escrito ese día y así ayudarte a tener perspectiva de la trama. Ni organizar tu agenda hasta el punto de tener que recordarte cuándo ir al médico. No puedo seguir haciendo de secretaria, ayudante, amiga, enfermera, agente y hasta madre. No he tenido vacaciones en los últimos tres años…

      Frank, que había escuchado cada palabra completamente alucinado, se dio cuenta de que ella llevaba mucho, muchísimo tiempo intentando decirle todo aquello. Mientras él había sido el ser más egoísta del planeta no habiéndolo visto.

      —Tienes razón. Tómate unas vacaciones.

      —No es suficiente —dijo Ingrid cruzándose de brazos.

      —¡Claro que no! —Frank desplegó una sonrisa encantadora, y hacía tanto tiempo que no la reproducía que le dolió el gesto en el rostro—. Estaba a punto de decirte unas grandes vacaciones. Unas enormes vacaciones pagadas para ti y para John donde queráis. ¿Una semana te parece bien?

      Ingrid entrecerró los ojos.

      —No me ofendas, Frank. En una semana ni deshago la maleta.

      —¿Dos? —preguntó temiendo estar acabando con la paciencia de su ayudante.

      —Cuatro. Y antes de que intentes negociar —le advirtió levantando un dedo—, no puedes. Es eso o nada.

      —Bien… está bien. Cuatro semanas. Eres dura de pelar.

      —Por eso te soporto, pero no es todo. Tengo algunas condiciones más, porque no quiero regresar y que todo vuelva a ser como ahora.

      —Ya sé por dónde vas y no, repito, no voy a contratar a un nuevo agente.

      —Pues entonces tendrás que contratar a una nueva ayudante. Y suerte con eso, porque no creo que nadie más te aguante como lo he hecho yo. —Volvió a girarse dispuesta a marcharse.

      —¡Por Dios, Ingrid! ¿Qué quieres, que me arrodille? —Su tono sonó casi roto y lleno de súplica.

      La mujer se acercó a él para decirle en tono confidente:

      —No, Frank, quiero que lo superes de una vez. Quiero que vuelvas a casa, quiero que dejes de enterrar la cabeza en la tierra y que organices tu vida. Y sí, eso incluye contratar a un nuevo agente.

      Frank apretó las mandíbulas, con fuerza.

      —Señor Beckett… —Ambos oyeron a un hombre que se asomaba por la lona, con cara de apuro y angustia. Y lo entendía, llevaba un buen rato enfrentándose él solo a los fans impacientes.

      —Tranquilo, ahora mismo voy. En cuanto mi ayudante me lance un salvavidas —añadió alzando una ceja suplicante a Ingrid.

      Esta sabía que intentaba manipularla, y no iba a ceder. Aunque aquel hombre tuviese la sonrisa más bonita y la mirada más imponente de la historia. No iba a ceder, por su bien.

      —Solo

Скачать книгу