¿Cómo correr?. Nicholas Romanov
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Observa estas imágenes y verás con claridad que todos los atletas corren apoyando la porción anterior del pie y que no aterrizan sobre el talón. Al correr descalzos, era la técnica obvia para correr con eficacia y prevenir lesiones. A mi entender, este estilo al correr descalzos en que se aterriza sobre el antepié es el ejemplo más puro de la correcta naturaleza de las carreras…, y los griegos lo sabían hace siglos.
No creo que los griegos carecieran de los conocimientos necesarios para comprender la esencia de una actividad como correr. Aunque no tuviesen los conocimientos científicos subyacentes, tenían una poderosa capacidad para entender la realidad, mentes agudas y la más infrecuente de las virtudes, sentido común.
Como agudos observadores del mundo, los griegos apreciaban la armonía de la interacción del hombre con la naturaleza. Con ese enfoque holístico, valoraban el papel íntegro de la humanidad en el mundo. Fue una época en la que gozaba de alta estima la pureza de pensamiento y acción.
Figura 2.1 (b). Otra imagen de una carrera.
A medida que fue quedando atrás la Edad de Oro de Grecia, la humanidad pareció dejar de lado esos valores. Durante mucho tiempo, pareció como si se hubiera perdido el valor de correr per se. Sólo a finales del siglo XIX, con el revivir de los Juegos Olímpicos, pareció recuperarse el valor de esta actividad elemental del ser humano.
Aunque las Olimpiadas y el Maratón de Boston surgieron cuando el siglo XIX daba paso al siglo XX, no fue hasta la década de los sesenta cuando se produjo el primer bum de amplio espectro con el éxito de los corredores australianos y neozelandeses, sobre todo tras los libros publicados por el famoso entrenador neozelandés Arthur Lydiard (3). En Estados Unidos, la moda de correr se desencadenó con la victoria olímpica en 1972 del maratoniano Frank Shorter (1).
Correr dejó de considerarse un capricho estudiantil que había que abandonar en la adultez, y empezó a considerarse como un componente clave de un estilo de vida completo. En algunas instancias, se vio casi como una panacea, como una cura para todos los males de la sociedad moderna. Como sucede con todo primer amor, parecía que no tuviera defectos, sólo méritos.
A medida que correr se convirtió en un deporte de masas, empezó a mostrar todos los aspectos de aquella sociedad. Mientras antes sólo unos pocos lunáticos se derrengaban corriendo en pantalones cortos y deportivas, de pronto las zapatillas para correr se convirtieron en el calzado de rigor para la vida diaria. Las empresas fabricantes de zapatillas prosperaron de la noche a la mañana hasta convertirse en gigantes del mercado. El campo de la competición se trasladó a las calles de las principales ciudades, en las que se corrían carreras de 5 km, 10 km y maratones. Parecía como si correr estuviera a punto de convertirse en una religión nacional.
A medida que el arrebato del enamoramiento empezó a mitigarse, se plantearon preguntas inevitables. La gente se preguntaba: si correr es tan bueno, ¿por qué los corredores siempre cojean? Si correr 48 kilómetros semanales es bueno, ¿no sería mejor correr 96 kilómetros semanales y con mayor rapidez? Llegó la inevitable reacción. Para las personas sedentarias, la imagen de un corredor demacrado, trastabillando y agotado era la confirmación de las virtudes de estar sentado ante el televisor. Menos mal que nunca me puse a correr, podría decir un poltrón pagado de sí mismo. Mira lo que ha hecho contigo.
En vez de acabar con el deporte, esta nueva visión de las carreras llevó a realizar estudios más sobrios sobre los aspectos positivos y negativos del deporte. El aprecio recién adquirido por correr no murió, sino que, como sucede con las grandes historias de amor, maduró hasta convertirse en una relación de por vida.
Al acabar la fase de amor platónico, el arte de correr recibió un nuevo impulso saludable basado en la influencia combinada de los estudios científicos y los intereses comerciales. Aunque ahora había una visión más equilibrada del papel de correr en un estilo de vida saludable, los problemas permanecieron y algunos eran muy urgentes.
Uno de los desafíos globales, determinar el modo de convertir la carrera en un medio en verdad eficaz para estar sano, mantener en buen estado el cuerpo y listo para correr, pasó a estar en la agenda de los entrenadores, científicos, médicos y los mismos corredores. El hecho fue que a medida que las carreras siguieron creciendo en popularidad, también la incidencia de lesiones de atletismo fue pisándole los talones.
Las causas aisladas de las lesiones y la adquisición de medios para prevenirlas se convirtieron en el tema de numerosos estudios, de los cuales hablaremos en capítulos posteriores. Aunque gran parte del debate se centró en el desarrollo de mejores zapatillas o en el diseño de un régimen de entrenamiento más sensato, quedó claro que había llegado el momento de abordar un tema aún más capital. ¿Hay alguna técnica correcta y universal para correr?
Si bien a alguien ajeno al tema podría parecerle una pregunta evidente y perfectamente razonable, en las filas de la comunidad atlética se convirtió en objeto de acalorados debates. La pregunta se discutió muchísimo, y fue estudiada desde los puntos de vista del sentido común, la experiencia de los entrenadores y la investigación científica de cientos de artículos, libros y tesis doctorales. Pero incluso en el momento en que escribo estas líneas, ni los científicos ni los entrenadores en activo han alcanzado un consenso sobre la técnica correcta para correr, y mucho menos sobre cómo enseñarla.
En un lado estaban los que creían que correr era algo natural y que, en principio, todo el mundo sabe correr. Tipifica esa actitud la siguiente cita: «A lo largo de kilómetros y kilómetros depuré la acción de las piernas […]» (2). Es decir, la técnica se amalgama con un kilometraje significativo. Se podría bautizar con el nombre de escuela de pensamiento «abracadabra». Corre lo suficiente y, ¡abracadabra!, correrás de manera correcta. ¿No sería algo maravilloso?
En el otro lado estaban los que admiten la existencia de una técnica correcta para correr, aunque paradójicamente afirmen: «No existe una técnica ideal con bases científicas que se ajuste a todo el mundo […], ni hay posibilidad de evaluar la disposición individual para ciertas actividades deportivas. Afirmaciones absolutas como “esto está mal” o “esto está bien” sólo revelan la falta de conocimientos de los entrenadores a la hora de proceder a una evaluación técnica […]; un buen entrenador debe poseer conocimientos sobre la teoría del movimiento de la cinesiología y […] ser capaz de transferir observaciones a una técnica adaptada de forma individual.» (Arno Nytro) (3). Es decir, el entrenador tiene que conjurar un estilo perfecto al correr que sea exclusivo de cada persona.
Si tuviera que tomar partido por uno de estos puntos de vista, tendría que admitir que a la naturaleza «no le importa» cómo se realizan los movimientos con que se corre respecto a la fuerza de la gravedad y los esfuerzos aplicados. Pero no estoy de acuerdo, porque creo que dentro de la naturaleza es posible encontrar pautas y principios que nos demuestran la forma correcta de desplegar toda actividad natural. Acepto la filosofía de la naturaleza como un todo y la existencia del ser humano como un elemento clave dentro de la naturaleza, la cual impone límites a nuestras funciones fisiológicas y biomecánicas.
En vez de aceptar que no hay una técnica correcta para correr o que la técnica correcta es exclusiva de cada individuo, creo que mediante el estudio de las fuerzas naturales en las que se mueve el ser humano es posible hallar los principios que lleven al descubrimiento de una técnica ideal para correr y apta para todas las personas, con independencia de su tamaño, somatotipo, edad y sexo.
Empecé con el concepto de que el ser humano nace, crece y vive dentro del campo gravitatorio de la Tierra, y que actúa con más eficacia dentro