Rasputín. Alexandr Kotsiubinski
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«No hay nada malo en que uno haya andado dando tumbos por la vida, con tal de que no se deje dominar por el pecado, con tal de que uno no esté pensando en el pecado y se aparte de las buenas acciones. Te diré lo que hay que hacer: si incurres en pecado, olvídalo».253
«“En mi juventud me dominaban las pasiones, pero eso está bien, hay que nadar hasta lo profundo, cuanto más hondo te sumerjas, más cerca estarás de Dios. A que no sabes para qué tienen los hombres un corazón. ¿Y sabes donde tienen el espíritu? ¿A que te crees que aquí?”, dijo señalándose el corazón, “¡pues nada de eso!”, y R[asputín] se levantó y se bajó el sayón en un abrir y cerrar de ojos: “¿A que lo comprendes ahora?”».254
La recia envoltura que dotaba de solidez y unidad complementarias a tan peculiar abanico erotosófico era el «dogma» de la santidad del «padre Grigori», es decir, su inocencia real, que le permitía convertir cualquier pecado que cometiera él mismo o fuera cometido sobre él —incluyendo el pecado de la carne— en un no pecado, «puesto que mi espíritu es puro y todo lo que hay en mí es puro».255 Tras asegurarse de esa forma el derecho a cualquier comportamiento que implicara desenfrenos sexuales —aquellos que siendo formalmente «pecaminosos», en la doctrina de Rasputín se despojaban de cualquier hálito de pecado—, Grigori afirmaba su incuestionable valor espiritual y en su prédica declaraba que nadie podría salvarse sin la ayuda del starets. Ello concernía especialmente a las mujeres, quienes, debido a su más débil naturaleza, necesitaban al starets aún más que los hombres, puesto que sólo él era capaz de liberarlas de sus lascivas pasiones.256
El principio curativo del starets, que era al mismo tiempo el más importante atributo de su santidad, radicaba en su «carencia de pasión»: «Para mí es lo mismo tocar una mujer que un tocón. ¿Quieres saber cómo lo he conseguido? Pues te lo voy a explicar», instruía Rasputín al entonces todavía joven sacerdote Iliodor. «Cuando me vienen las ganas, las desvío del bajo vientre a la cabeza, a la mente. Y entonces me hago invulnerable. Y la mujer que me toca en ese momento se libera de las pasiones de la lujuria. Por eso las mujeres se arremolinan a mi alrededor: tienen ganas de juguetear con un buen hombre, pero como no pueden, porque temen perder la virginidad o temen el pecado en general, entonces vienen a mí para que las libere de las pasiones, para que las haga tan desapasionadas como yo mismo. Te voy a contar lo que sucedió una vez: venía en viaje hacia aquí desde Piter [San Petersburgo] acompañado de L., Mary, Lienka, B., V. [por este orden: O. Lopujina, M. Vishnyakova, E. Timofeievna, J. Berlandskaya, A. Vyrubova] y otras mujeres. Por el camino, entramos a Verjoturie, al monasterio. ... Nos tendimos en el suelo. Las hermanas me rogaron que me desvistiera, para poder así tocar mi cuerpo desnudo e iluminarse, purificarse ... Y no iba yo a ponerme a discutir con las mujeres, tontas como son, ¿no crees? Como lo hagas, te desnudan ellas. Así que me quité la ropa y ellas se acostaron a mi alrededor como mejor podían: Lienka apretó mi pierna izquierda entre las suyas desnudas, L. hizo lo propio con mi pierna derecha, V. se apretó contra un costado, Mary hizo lo mismo contra el otro y así sucesivamente ... Después las traje aquí [a Pokrovskoie] y las conduje a todas a los baños. Me desnudé y les ordené que se desnudaran. Y comencé a explicarles que en mí no hay pasiones; ellas se postraron ante mí y besaron mis pies. Más tarde, ya en la noche, se desató una pelea entre Mary y L. Discutían acerca de cuál se acostaría junto a mi costado derecho y cuál junto al izquierdo ... y llegaron a tirarse de las trenzas».257
No es difícil percatarse de que la tesis acerca de la «carencia de pasiones» del starets incurre en una evidente contradicción con la circunstancia de que se le reconociera el derecho a mantener trato carnal con las mujeres. Tal «aspereza lógica» se resolvía mediante la declaración de la unión carnal como una suerte de «efecto colateral», que ocurría de vez en cuanto por causas ajenas al starets y carentes de cualquier relación con su profunda y espiritual esencia: «Y es que jamás pienso yo en eso. Llega y pierdes la cabeza ... se va, y te quedas con náuseas ... Llega, te envuelve y al final te suelta, y nada hay en eso que yo tenga por pecado o gozo. Porque no es cosa que salga de mí, así que carezco de voluntad para resistirlo».258
La manera ostentosa en que Rasputín se refería al pecado carnal como a algo externo, casual, insignificante y, en esencia, indeseado, no sólo le servía como excusa adicional para evadir la responsabilidad moral por la comisión de acciones que la Iglesia considera pecaminosas, sino que también le permitía reconocer abierta y «serenamente» su impotencia sexual, lo que entrañaba una importancia enorme a efectos de la hipercompensación: «No es en pos de ese pecado, en el que rara vez incurro, que acudo yo a los baños»259 con las mujeres, sino para curarlas: predicarles la idea de la «carencia de pasiones», liberarlas del «demonio de la lujuria», humillarlas en su soberbia y purificarlas de sus miserias.
En el desarrollo de la idea de la «curación por el desapasionamiento», Rasputín planteó una suerte de «homeopatía sexual», es decir, un tratamiento con pequeñas dosis de una «medicina» cuyos mecanismos de acción coincidían con los del mal enfrentado y que, en grandes dosis, significaba un peligro. Grigori consideraba que debía besar a las mujeres hasta que sus besos «les resultaran repugnantes»260 e impedir así que la «pequeña fornicación» segregase la «gran fornicación».
Según el punto de vista de D. D. Isaev, la práctica de actividades esencialmente «pecaminosas» pero situadas en el marco de la lucha contra el «pecado de la carne» resultaba harto conveniente, puesto que arrojaba una luz de «decencia moral» sobre Rasputín que le permitía continuar atrayendo a nuevas devotas: «Este planteamiento psicoterapéutico, como diríamos ahora, en ocasiones servía efectivamente al objetivo de superar las barreras psicológicas y neuróticas que impedían a las mujeres alcanzar una descarga orgásmica. Por lo tanto, no sorprende que desde la perspectiva de los enfoques tradicionales acerca de la imagen masculina del sexo, Rasputín fuera considerado un “gigante sexual” ... mientras que, simultáneamente, pueda considerársele poco menos que impotente, dado que era prácticamente incapaz de realizar el acto sexual ... Además, era frecuente que sus adoradoras y pacientes llegaran a “perder la razón” en el trato con su ídolo, quien ... de forma bien original ... aplacaba su deseo sexual (llevándolas, de hecho, al máximo nivel de excitación y a veces hasta el clímax), sin obligarlas, con ello, a incurrir en infidelidades. La táctica descrita podría pasar perfectamente por una variante de las terapias para tratar las disfunciones sexuales femeninas. Y muchas de las usufructuarias de la misma no sólo estaban agradecidas a Rasputín, sino que lo adoraban, ya que les había brindado por vez primera la posibilidad de disfrutar de ese aspecto de la vida».261
También es cierto, como deja entrever Iliodor, que Rasputín se entregaba con denuedo a la «cura» de las más jóvenes y hermosas, «pero dado que las mujeres de más edad también pugnaban —¡y con mucho más ahínco que las jóvenes!— por gozar de los besos del starets, él las rechazaba sin ningún tipo de ceremonia».262 A pesar de que a Iliodor le apenaba la suerte que corrían las pobres ancianas, interpretaba su rechazo con ingenuidad propiamente monacal: «claro que es cierto que las ancianas no padecen los asedios de la carne, así que Grigori actúa con justicia».263
Además de su dedicación a la «cura» de mujeres sexualmente atractivas, Rasputín se entregaba con fruición al tratamiento de los hombres, hacia los que también manifestaba un evidente interés erótico. Ya en sus años de juventud, durante una de sus peregrinaciones, Grigori fue objeto de una agresión homosexual. Ello ocurrió en el monasterio de Verjoturie, donde a lo largo de varias noches padeció el asedio de los padres Iosif y Serguei, quienes estuvieron a punto de violarlo. Rasputín cuenta que terminó gritándoles: «Me niego a participar en vuestras fornicaciones», antes de escapar a la carrera.264
No obstante, en el futuro, el comportamiento de Rasputín pondría claramente en evidencia su naturaleza bisexual: «No sólo a las mujeres curo ... a los hombres también. ¿Conoces al obispo Innokentii? ... Pues es muy amigo mío. Sufre y mucho, el pobrecito, de pensamientos lascivos. En cuanto ve a una mujer, y esto me lo ha dicho él mismo, le da por saltarle encima como un garañón sobre una yegua. Lo he estado tratando. Cada vez que voy a verlo, me mete con él en la cama, bajo la manta, y me dice: “Échate