Rasputín. Alexandr Kotsiubinski
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«Hay sólo dos mujeres en el mundo que
me hayan robado el corazón»
Cuando Rasputín convencía a cualquier precio a las mujeres para que se le entregaran y las regalaba con sensaciones eróticas «que a nada podían compararse», en realidad, estaba resolviendo dos problemas que revestían una enorme importancia para él.
En primer lugar, ello le permitía mantener firmemente sometidas a su esfera de influencia a un buen número de mujeres que experimentaban una fuerte tensión sexual, incluyendo, con toda probabilidad, a sus principales protectoras: Alexandra Fiodorovna y Anna Vyrubova. El que el «padre Grigori» no encajara en absoluto, ni por su apariencia ni por sus maneras, en el perfil tradicional de «cortesano modélico» no parecía entorpecer en lo más mínimo sus propósitos. Vyrubova, por ejemplo, y a pesar de que declaraba ante la Comisión Extraordinaria de Instrucción, en circunstancias bastante particulares, no tuvo reparo en comentar que Rasputín lucía «viejo y nada apetecible».221 Ya en el mes de marzo de 1917, V. M. Bejterev adelantó la idea de que Rasputín poseía un «hipnotismo sexual».222 No existe una noción semejante en la actual terminología diagnóstica, aunque no es difícil comprender que el conocido psiquiatra de San Petersburgo aludía a la capacidad de Rasputín para generar una impresión imborrable, y, en ese sentido, hipnótica, en las exaltadas damas que frecuentaba.
En segundo lugar, y en este punto nos apoyamos en la opinión de D. D. Isaev, frente a una disminución del componente sexual de la libido, responsable del comportamiento propiamente sexual (la erección, la eyaculación, la realización del acto sexual, la duración del mismo, la frecuencia con que se practica), es decir, de lo que se conoce como potencia, en Rasputín se observa una acusada exacerbación del componente erótico de la libido, cuyo carácter es eminentemente compensatorio: «Ante la imposibilidad de consumar el acto sexual, se apreciaba en él un erotismo difuso, y una exacerbación ilimitada de su atracción por un gran número de mujeres. La necesidad insatisfecha de amar y sentirse amado lo empujaba a la búsqueda de patrones capaces de sustituir las formas tradicionales de la actividad sexual. Ello hacía de las caricias eróticas prácticamente la única forma posible de actividad sexual y, por lo tanto, podía entregarse a ellas durante horas hasta el completo agotamiento de la pareja. La necesidad imperiosa de “ver, tocar y comentar, y cuanto más tiempo, mejor”: he ahí la esencia y el contenido de la sexualidad de Rasputín».223
Una de las ocupaciones preferidas del starets era entregarse al «amor por la vista». «En una ocasión paseábamos por el Parque de los Laureles», recuerda Iliodor, «y a Grigori no le pasaba inadvertida ninguna dama sin que la atravesara con su mirada penetrante e intensa. Cuando una mujer especialmente bella pasaba por su lado, Grigori decía: “Una mujerzuela como cualquier otra; seguramente va camino de las sábanas de algún monje”». «Según pude observar [Rasputín] nunca rezaba ... Dedicaba todo el tiempo a sus correrías detrás de las mujeres y las jóvenes, a las que perseguía con sus requerimientos».224
La necesidad de una estimulación adicional a su relativamente bajo nivel de sexualidad, aparte de los juegos eróticos y el manoseo al que sometía a las mujeres, conducía a Rasputín a encontrar aún otros sucedáneos de satisfacción sexual entre los que se contaban los bailes desaforados (a los que nos referimos más arriba) y todo un complejo de experiencias sadomasoquistas en las que primaba un claro componente sexual. Un ejemplo de esas prácticas lo encontramos en el placer que proporcionaba a Grigori Yefímovich el obligar a las mujeres que estaban presentes cuando se lavaba los pies a desnudarlo y desnudarse ellas mismas para que así «se sometieran ... y humillaran» durante las abluciones.225 Tras una de sus visitas a los baños, acompañado de sus novicias, Rasputín ofreció esta explicación de sus actividades: «Les bajé los humos de la soberbia. La soberbia es un pecado mayúsculo. Que no vayan a pensar que son mejores que las demás»;226 «Cuando vienen a verme a Pokrovskoie, llegan envueltas en oro, en brillantes, con sus trajes de seda de largas colas, henchidas de soberbia, y yo voy y las llevo desnudas a los baños para que se sometan. Salen de allí totalmente cambiadas»;227 «acaso hay peor humillación para una mujer, que estar completamente desnuda lavándole los pies a un hombre también desnudo».228
Rasputín atacaba la soberbia de Vyrubova, acudiendo a visitarla acompañado de prostitutas, cocineras y sirvientas y obligando a la anfitriona a servirlas.229 En los días de fiesta le gustaba embadurnarse cuidadosamente las botas con alquitrán para que cuando llegaran a felicitarlo los invitados, «las elegantes damas que se enredaban a sus pies se mancharan abundantemente sus trajes de seda»; «las damas besaban sus manos sucias de comida y no hacían ascos a sus uñas negras de mugre. Como Rasputín no utilizaba cubiertos, en la mesa repartía la comida entre sus admiradoras con las manos, mientras que todas ellas se afanaban en convencerle de que consideraban ese trato como una suerte de bendición».230
«Sentado en una ocasión a la mesa, Rasputín se manchó el dedo de mermelada sin querer y lo acercó inmediatamente a los labios de la importante señora que había a su lado diciéndole: “¡Humíllese, condesita, ¡chúpelo ... vamos, chúpelo!”, y a renglón seguido, aquella pobre condesita, que había acudido a tomar el té, comenzó a lamer afanosamente y ante toda la concurrencia aquel dedo mugriento».231
Pero a veces, precisaba de un estimulante sádico aún más tonificante y entonces apelaba a una paliza leve. En Kazán, salió totalmente ebrio de un prostíbulo, pegándole cintarazos a una joven desnuda que huía de sus golpes.232 También ocurría que él mismo se convertía en objeto de sus torturas. De pronto, en algún día especialmente caluroso, tomaba la decisión de imponerse ayunos: «no bebía kvas233», «me contentaba con una pizca de pan, y no ahuyentaba a tábanos y mosquitos».234
A pesar de las evidentes dificultades para la realización normal y plena de sus apetencias sexuales, Rasputín no era absolutamente impotente, de lo que da fe, en primer lugar, que tuviera hijos. Sí es un hecho muy significativo que Iliodor, al conformar la célebre «lista n.º 4», fuera incapaz de aducir siquiera un sólo caso plenamente convincente de cópula de Rasputín con mujeres. Ello a pesar de que Iliodor mantuvo una larga relación con Rasputín, con quien incluso llegó a vivir durante cierto tiempo y a quien, por lo tanto, pudo observar a lo largo de días enteros. Habiendo tenido que conformarse con meros rumores, Iliodor sólo logró precisar doce «víctimas de la cópula», aun incluyendo nombres en la lista que generan todo tipo de dudas, como es el caso de Anna Vyrubova, cuya virginidad fue posteriormente establecida por la Comisión extraordinaria de investigación del Gobierno provisional, así como el de la emperatriz Alexandra Fiodorovna, cuyos contactos carnales con Rasputín no han sido demostrados por fuente alguna, siendo, probablemente, falsos.235
En cuanto a los otros nombres que menciona Iliodor, hay tres que sí han sido documentados de forma exhaustiva.
Elena Timofeievna, proveniente de un instituto eclesiástico, y seguidora durante cierto tiempo del «padre Grigori», tomó súbitamente la decisión de confesarse al obispo Feofán, tras lo que se sumó a una ruidosa campaña contra Rasputín, al que acusaba de haberla obligado durante largos años a practicar el comercio carnal. La evidente afinidad de la «víctima» con los detractores de Rasputín, agrupados alrededor del «santo» Mitia Kozelski, a quien Grigori había apartado de la corte, así como las evidentemente descabelladas afirmaciones de Timofeievna según las cuales Grigori habría ordenado su asesinato a unos mercenarios, provocaron desde el inicio serias dudas acerca de la veracidad de su «testimonio».236
María Vishniakova, la hermosísima hija de un senador y aya del zarevich, comenzó su relación con el «padre Grigori» pidiéndole ayuda para liberarse de la pulsión concupiscente que la atenazaba. Sin embargo, un buen día consideró que el starets le había robado la virginidad durante el sueño y corrió a confesárselo a Feofán.237 En 1917, durante los interrogatorios de la Comisión extraordinaria, Vishniakova declaró: «Una noche Rasputín apareció en mi dormitorio, comenzó a besarme y, tras llevarme