Saltar el torniquete. Marisol Alé Tapia

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Saltar el torniquete - Marisol Alé Tapia

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href="#uf080ecc5-41a6-52ce-a88c-d63c6c3265b8">Capítulo Quinto EMOCIONES Y CONSIGNAS DE LA PROTESTA

       1. Acontecimiento y ambivalencia emocional: la experiencia de jóvenes de Valparaíso en la revuelta social

       Bibliografía

       Historia de vida: Mateo

       2. Entre la rabia y la esperanza

       Bibliografía

       Historia de vida: Antonia

       3. “Unidos somos cruos”: consignas juveniles en el levantamiento popular en Magallanes

       Bibliografía

       Epílogo

       La rebelión de octubre como estallido generacional: pánico, “beaterías juveniles” y monsergas seniles

       Bibliografía

       Agradecimientos

       Sobre los autores y autoras

      Introducción

      SÍ HAY ALTERNATIVA

      Estamos peor, pero estamos mejor,

      porque antes estábamos bien, pero era mentira,

      no como ahora que estamos mal, pero es verdad.

      Texto escrito en un pizarrón

      La sociedad chilena está en un profundo proceso de cuestionamiento al orden que se construyó en los últimos 47 años. El relato que por años articuló los distintos ámbitos de la vida nacional, que marcaba un horizonte de futuro para las personas, empezó a perder credibilidad hasta caer en una completa deslegitimación.

      En lo económico, el camino del crecimiento y las políticas públicas focalizadas fueron insuficientes para enfrentar las profundas desigualdades, minimizadas por los triunfalismos. La bonanza económica fue solo para unos pocos. La política institucional perpetuó el modelo obsoleto de la transición, el “consenso” se volvió sinónimo de inmovilidad y, al final, en nombre de la moderación y la estabilidad consagrada en la Constitución, se frenó el avance en derechos sociales, políticos, sexuales y reproductivos. La ciudadanía infantilizada por los nuevos códigos políticos poco podía hacer para incidir en las decisiones que los afectaban día a día y la participación quedó relegada al ritual de la votación de autoridades.

      El discurso de la meritocracia y la movilidad social, ejes centrales de ese nuevo Chile, alimentaron los sueños de las nuevas capas medias surgidas del crédito y el acceso a la educación superior. Orientados hacia el futuro y orgullosos de ser el motor del país, inútilmente esperaron por el reconocimiento y compensación a sus esfuerzos desmedidos. No hubo mucho, el país está clausurado para la mayor parte de sus habitantes.

      Pero no solo fueron las promesas rotas, con el tiempo se fue haciendo insostenible el contraste de los privilegios de las élites políticas y económicas respecto de la experiencia de los comunes y corrientes.

      Aunque por años pensamos que los robos millonarios, los fraudes al fisco, las autoridades deshonestas y los sobornos políticos eran cosa de otros países, descubrimos que el abuso y la corrupción estaban en todas partes, en el mundo empresarial, en las instituciones del Estado, en los partidos políticos, en las fuerzas armadas, carabineros y en las iglesias.

      La precarización generalizada de la vida, la desigualdad en el trato social, la lucha por subsistir en medio de una vida social irritada, transformaron en poco tiempo el malestar anunciado en los años 90, en frustración; y la frustración en una rabia muy profunda, pero aún contenida hasta que aconteció lo impensado: todas las fracturas y debilidades del orden económico, político y social impuesto por el neoliberalismo, evidenciaron lo que éramos realmente. El “oasis de paz” no era más que un espejismo.

      Desde octubre de 2019, Chile inició un proceso de cambio. Las y los jóvenes estudiantes de enseñanza media y luego quienes están en educación superior, seguidos por personas de diversas edades, sectores sociales y organizaciones, se sumaron a lo que se ha registrado como una de las mayores movilizaciones populares de nuestra historia.

      Lo que comenzó saltando el torniquete en el Metro de Santiago, para protestar por un alza en la tarifa adulta del servicio, se regó por todo el país entre el 18 y 19 de octubre. En ese fin de semana, las chilenas y chilenos abrimos las compuertas para expresarnos contra la desigualdad y para reclamar dignidad.

      El imaginario simplista que se ha intentado construir de una juventud individualista y apática fue rebatido, los y las jóvenes no viven en otro mundo, son conscientes de sus historias familiares, han vivido junto a sus madres, padres, abuelos y abuelas, la experiencia de la asfixia y el agotamiento.

      Queremos poner de relieve que estas generaciones de jóvenes volvieron a activarse, como en dictadura, como a principios de siglo, como el 2006 desde la enseñanza media, como el 2011 desde la enseñanza superior, como el 2018 con las feministas y disidencias sexuales. Volvieron a mostrarnos que son actores y actoras que buscan protagonismo en tiempo presente, que no quieren ser el futuro (si ello implica postergar el mañana). Han construido un acontecimiento, esos hitos que marcan transformaciones profundas en el devenir de una sociedad, y han mostrado que, eventualmente, el individualismo podría dar paso a mayores niveles de colaboración, la discriminación a un respeto más profundo por la diversidad y la endogamia de las élites a un sistema más plural y representativo.

      Hemos logrado por fin quebrar la impotencia reflexiva en la que hemos vivido, tal como una mujer adulta expresaba en una pancarta: “Este movimiento me quitó la pena”. Nos hemos atrevido a soñar un país con nuevos horizontes y sacarnos de encima la profecía autocumplida que Margaret Thatcher sentenció en los 80, “no hay alternativa”.

      En esta activación juvenil e intergeneracional, llama la atención, entre otras cuestiones, las formas de acción política a las que se ha recurrido. Ellas marcan continuidades con antiguas maneras de acción, pero también han aparecido nuevos repertorios que nos interesa observar y poner en la conversación. Una de estas novedades está en el fuerte guiño a lo emocional, como un componente que necesita ser estimulado en los procesos sociales de movilización, a contracorriente con la supuesta racionalidad que prima para negar otras formas humanas de expresión. El abrazo intergeneracional en este acontecimiento tiene mucho de esta emocionalidad de quienes agradecen a las y los jóvenes por “ayudar a despertar”.

      Rescatamos también la potencialidad que han cobrado las expresiones performáticas, en que los cuerpos son constituidos como continentes de las expresiones de las luchas realizadas. El baile, el canto, el teatro, la pintura en la piel, la “primera línea”, el voluntariado y el socorro ante el ahogo, todas expresiones de una forma de “poner el cuerpo en la lucha”. La performance de Las Tesis, que dió la vuelta al mundo, es un muy buen ejemplo del cuerpo como territorio de lucha.

      Tejer redes, aprovechar las plataformas digitales como instrumento de acción política, es una característica novedosa que, desde los blogs del movimiento estudiantil del 2006 hasta ahora, sigue ganando espacio en las luchas sociales y cada vez con mayor amplitud de uso —las

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