Saltar el torniquete. Marisol Alé Tapia

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Saltar el torniquete - Marisol Alé Tapia

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ese es el fondo del asunto: se ha formado un pueblo (nuevo) que no se conforma con el régimen hyle-mórfico de siempre de la sociedad chilena. Y las clases dirigentes siguen imaginando que hubiera de contentarlos con esta posmiseria.

      Así se explica su acomodo rentista o extractivista, bien apañado en su autoimagen de estamento superior. Para los muchos, trabajos simples en abundancia; para los selectos, trabajos complejos, a su escala. Todo cuadraba.

      No habrá solución sin cambio del modelo de desarrollo, comenzando por repensar la matriz de empleo basada en la explotación, improductiva, aunque rentable, de las capacidades humanas. Eso solo genera ganancia y empleos para los del estamento dominante.

      Acaso sea lo mismo, habrá que hacer la crítica de una clase dirigente que nunca ha asumido el principio racional o moderno, dicho en la lengua de los que saben de esto, los uruguayos, que nadie es más que nadie.

      g) Rabia o esperanza

      Octubre trae rabia y abrió una esperanza (después del tan dolido ya no, de nuevo un todavía no). Si no se politiza lo segundo, se va a radicalizar lo primero. Si no fuere así, no se escuchará de futuros distintos a esta forma actual ya ostensiblemente aborrecida, el ser social seguirá torcido y la rabia campeará.

      Si se logra politizar la esperanza que deja octubre, entonces, quizás, otro gallo cantará de nuevo y quiera la sociedad chilena reconstituirse después de estos 45 años de neoliberalismo.

      ***

      GONZALO SERRANO1

      Soy Gonzalo, tengo 26 años y vivo en la comuna de Puente Alto. Nací en San Bernardo, viví un par de años en La Florida en la casa de mi abuela y luego nos cambiamos con mi familia a la casa donde vivimos actualmente. Si bien no éramos pobres, pertenecíamos a un nivel socioeconómico bajo, realidad que fue cambiando por el esfuerzo de mis padres y mis tíos y tías.

      Mi círculo cercano no era un espacio muy politizado, la vida de los adultos se iba en trabajar y compartir el poco tiempo que quedaba con los hijos. Mi interés por los temas sociales y políticos fue surgiendo en la educación media específicamente, empecé a informarme más, a conocer a los políticos y políticas que nos gobernaban, leer más noticias y así me pilló el movimiento estudiantil del 2011 con su inolvidable eslogan: “Educación pública, gratuita y de calidad”. La verdad es que en ese minuto no sabía ni entendía tanto, pero igual participé activamente de las marchas, me quedaba hasta el final a escuchar las tocatas y mirar los desmanes que quedaban a pasos del escenario. Durante mi infancia y adolescencia casi no salí de Puente Alto y gracias a las marchas conocí mejor Santiago, fue una época increíble, acompañada de un movimiento social muy vibrante.

      El 2011 me cambió, sentí que era una persona politizada y mi interés por estos temas fue creciendo, hasta que decidí estudiar ciencia política en la Universidad Diego Portales. Al igual que a todos, allí se me abrió un mundo nuevo, conocí personas de distintas clases sociales, de otras regiones y distintos pensamientos políticos. Esta experiencia me ayudó a dimensionar la profunda desigualdad de oportunidades que existe y el falso mito de la meritocracia.

      Mis papás vivieron toda la dictadura y pese a que no conversábamos nunca de política, siempre fueron fieles a la Concertación e indirectamente yo me fui formando bajo esa misma corriente. Al final éramos el resultado del discurso del esfuerzo personal y la movilidad social, el cuento de la reducción de la pobreza y los logros económicos de todo este período, aunque claramente la desigualdad y la sensación de desigualdad nunca se fueron.

      Apenas salí de la universidad empecé a trabajar, eso también me abrió un nuevo mundo, viajé a distintas localidades del norte del país y ahí sí que conocí el abandono total, pueblos y comunas que no reciben ayuda de nadie, espacios donde el Estado no existe. Realidades escondidas para quienes vivimos en la capital, comunidades que viven apenas con unas pocas horas de electricidad y acceso al agua, o derechamente el agua es un lujo. Todo esto me ha ido reafirmando cómo el discurso de este país exitoso y el esfuerzo personal para surgir son palabras armadas por personas desconectadas de la realidad.

      Aunque durante los años de la Concertación se hicieron varias cosas buenas, veo que nadie se ha hecho responsable por cómo durante este período se normalizaron y profundizaron el abuso de las élites a todos y todas nosotros. La excepción fue el segundo gobierno de Bachelet, que intentó realizar algunos cambios a los que nuevamente las élites se opusieron. La agenda de ese gobierno apuntaba en la dirección correcta y, sin embargo, gente incluso de su propia coalición le hizo la vida imposible, obstruyendo y dificultando todas las reformas que se requerían. Aquí queda claro que quienes se ven favorecidos por este sistema no tienen el mínimo interés en cambiar las cosas, les da igual el bien común y solo quieren mantener su poder intacto. Así nos fuimos acercando cada vez más al 18 de octubre, entre la acumulación de todas estas rabias y frustraciones, y un gobierno insensible a los abusos y humillaciones que las personas viven día a día.

      Nunca olvidaré el 18 de octubre. Fui después del trabajo a tomar cerveza con unos compañeros a Providencia, a esa altura ya sabía que sería difícil volver a Puente Alto porque el transporte público dejó de funcionar, el Metro ya estaba cerrado y no pasaban micros, así que decidí despreocuparme de la vuelta a mi casa y caminamos de Providencia a Macul, a la casa de un amigo. En el camino nos encontramos con barricadas e íbamos informándonos sobre las estaciones de Metro de la línea 4, la línea que yo uso habitualmente, se estaba incendiando, realmente no sabía bien hasta dónde iba a llegar todo esto. Durante ese fin de semana participé de las movilizaciones que hubo en Puente Alto, nunca había visto tanta gente reunida en mi comuna, en todas las estaciones de Metro había gran número de personas manifestándose, haciendo barricadas, o solo mirando este momento excepcional.

      Cuando comenzaron las primeras concentraciones y marchas en Plaza Italia, me di cuenta de que el movimiento era realmente popular. Durante todo octubre, noviembre y diciembre fui después de trabajar a muchas convocatorias, no importaba si estaba cansado o si era lunes o martes, necesitaba estar ahí. Participé el 25 de octubre de “la Marcha más Grande de Todas” y no me perdí ninguna de las convocatorias de los viernes. Además de ir a protestar valoro mucho el haber podido compartir con mis amigos de toda la vida y amigos de la universidad, también volver a encontrarme con gente que no veía hace años y sentir que además había alegría y esperanza: cantar y gritar, ver a la tía Pikachú y distintos colectivos bailando, los fuegos artificiales por las noches y la creatividad de los miles de carteles, compartir con personas desconocidas, volver a la casa en micros pirata con gente que también había ido a la manifestación y conversar de todo lo que estaba pasando.

      Sin embargo, no todo fue bonito y alegre, este proceso está teñido por mucho dolor, angustia e incertidumbre, al principio fue el estado de excepción y los toques de queda, pero esto no era nada con lo que vendría después. Las marchas se fueron haciendo cada vez más represivas, la policía estaba descontrolada, saltándose todos los protocolos y normas que se supone debería cumplir. Estuve ahí al lado de mucha gente a la que le dispararon perdigones, la policía tiraba lacrimógenas sin tener motivos para hacerlo, vi cómo personas desesperadas huyendo de la violencia policial se tiraban a la ladera del río Mapocho. Sentí miedo a que me pasara algo grave, nunca había sentido un miedo así y también mucha impotencia de ver en vivo y por redes sociales abusos y violaciones a los derechos humanos que se repetían en todo el país.

      Veo el futuro con optimismo, el estallido social derribó el mito de que los chilenos y las chilenas dejamos que se acumulen los abusos; sin duda tenemos la misma capacidad de cualquier otro país de levantarnos y demandar nuestros derechos. A pesar de toda la incertidumbre que hay en el proceso constituyente, tengo esperanza porque es una oportunidad única. Quizás estoy pecando de optimista, pero si me

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