Saltar el torniquete. Marisol Alé Tapia

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Saltar el torniquete - Marisol Alé Tapia

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      Lorena Pérez y María Constanza Ayala

      El invierno del 2011 será recordado por muchos como el inicio del despertar de Chile. Las grandes manifestaciones que inundaron de jóvenes secundarios y universitarios las calles de las ciudades más importantes de Chile comenzaron no solo a inaugurar un ciclo de protestas de alta masividad en nuestro país, sino a instalar con fuerza el rechazo por el endeudamiento estudiantil y el lucro en el sistema universitario. Las altas tasas de interés de los créditos universitarios, las condiciones de pago perjudiciales para los jóvenes deudores y la promesa de movilidad social que ofrecía el endeudamiento estudiantil comenzaron a ser cuestionados en el seno de un movimiento estudiantil con alta legitimidad social. Ocho años más tarde, el endeudamiento universitario vuelve a aparecer en las pancartas de las masivas manifestaciones de octubre del 2019: “Toma conciencia que tu deuda universitaria es para el resto de tu vida”; “5 años estudiando, 15 pagando”; “Ilustrada pero endeudada”.

      Llegar a encontrarse en una situación de endeudamiento problemático es la consecuencia de una serie de acontecimientos que se inicia para muchos jóvenes chilenos cuando acceden a la educación superior. La prevalencia de la deuda educativa se concentra en la población de adultos jóvenes —particularmente entre aquellos que estudiaron a fines de los 90 y principios de los 2000—, años en que la política de financiamiento de la educación superior se abrió a las instituciones financieras de la mano del crédito Corfo de pregrado (1998) y el Crédito con Aval del Estado (2006). En efecto, según las cifras de la Encuesta Financiera de Hogares (2018), un 12,3% de los hogares chilenos tiene deuda educativa y esta se concentra principalmente en la generación de adultos jóvenes, específicamente en el tramo que va desde los 25 años hasta los 29 años (27,82%).

      Ahora bien, el acceso a la educación superior abre, a su vez, una serie de posibilidades de acceso a una vasta línea de servicios y productos financieros. Los bancos a través de alianzas con las instituciones de educación superior se instalan de manera transitoria o permanente en las instituciones de educación superior, para ofrecer productos especialmente pensados en ellos. Según los datos del Servicio Nacional de Consumidores (en adelante Sernac), el 85% de los bancos ofrece algún producto para estudiantes universitarios (2017). Más aún, el Instituto Nacional de Juventud (en adelante Injuv) muestra que uno de cada tres jóvenes entre 15 y 29 años posee al menos una deuda, préstamo o crédito a su nombre (2018).

      Acceder a esta diversidad de instrumentos financieros trae consigo una nueva problemática: ¿son los jóvenes capaces de pagar sus deudas educativas, bancarias y de casas comerciales? Según los datos del último informa de morosidad (Equifax-Universidad San Sebastián, 2020), del total de la mora nacional un 13,7% correponde a jóvenes entre 25 y 29 años. Su promedio de deuda es de $1.028.216. Los ingresos inestables de la población juvenil y el trabajo informal son, a juicio de las instituciones financieras, las principales razones que podrían explicar estas dificultades financieras (sbif, 2017).

      En este contexto de alta prevalencia de deuda educativa y de deuda de consumo, el propósito es explorar el peso económico de la deuda en profesionales que trabajan, pero que, a pesar de ello, no pueden hacer frente a sus compromisos financieros. Para esto se utiliza información de una encuesta online aplicada a jóvenes y adultos profesionales deudores que tienen entre 25 y 40 años, que residen en Santiago y Concepción.

      La precariedad del privilegiado

      Los jóvenes y adultos profesionales deudores que participaron en esta encuesta señalan que, en su mayoría, se encuentran trabajando de manera dependiente y presentan ingresos mensuales con una gran variación. De hecho, más de la mitad posee ingresos por trabajo entre el ingreso mínimo y un millón de pesos chilenos, pero en algunos casos llegan a más de un millón y medio. Comparativamente con lo que sucede a nivel país, se puede inferir que los jóvenes profesionales encuestados reciben ingresos mayores a lo que sucede con la inmensa mayoría de trabajadores chilenos.2 A primera vista, esta situación tiende a confirmar el supuesto de que el paso por la educación superior implica un beneficio económico para los jóvenes y adultos profesionales. Sin embargo, un gran porcentaje de estos jóvenes profesionales tuvieron que endeudarse para poder sostener los altos costos que en Chile implica acceder a la enseñanza superior, siendo aún mayor para quienes se encuentran atrasados en alguna de sus deudas (ver gráfico 1).

      Gráfico 1. (a). Tipo de deuda según situación de morosidad

      Gráfico 1. (b). Tipo de deuda atrasada para morosos

      Fuente: elaboración propia sobre la base de “Encuesta sobre formas de endeudamiento y las obligaciones crediticias 2016-2017”.

      Nota: los porcentajes refieren a las respuestas positivas dentro de cada grupo y del total.

      La alta prevalencia de morosidad en las deudas educativas de los deudores encuestados —ver gráfico 1(b)—, devela el peso que tienen los créditos universitarios en la situación financiera de los jóvenes adultos. Ahora bien, los resultados también muestran que los jóvenes morosos tienen mayores niveles de desempleo que aquellos que se encuentran al día en sus pagos, y que sus ingresos son también inferiores. Si bien la literatura ha demostrado la importancia de los ingresos a la hora de mantener los compromisos financieros y sugieren que los salarios deberían aumentar en función del nivel de educación de los deudores (Oksanen, Aaltonen y Rantal, 2016; Despard et al., 2016), nuestros resultados muestran que esta relación es sensible a la modalidad de financiamiento de la educación superior. Esta evidencia permite cuestionar el supuesto de que toda la deuda educativa es, en sí misma, una inversión. Utilizando la expresión de Seamster y Charron-Chénier (2017), los créditos educativos parecen ser una práctica institucional “depredadora”, que se presenta como una oportunidad para el progreso social y económico de los individuos más vulnerables, pero que, a largo plazo, reproduce la desigualdad y la inseguridad, al permitir que las personas con una mejor situación económica y social obtengan beneficios mucho más significativos.

      Ahora bien, no solo las deudas educativas apremian a los profesionales encuestados; también se superponen deudas de consumo, lo que aumenta considerablemente su carga financiera. En el gráfico 1(a) es posible observar el peso de las deudas bancarias y de casas comerciales (retail), estando presentes en más del 50% de quienes se encuentran atrasados en el pago de sus deudas. En este sentido, podemos suponer que esta superposición de deudas profundiza aún más las dificultades económicas que enfrentan los profesionales morosos.

      Soportar económicamente a otros

      Una de las principales funciones que cumple la familia es la transmisión intergeneracional, entendida como el movimiento de traspaso de bienes materiales e inmateriales de una generación a otra (Araujo, 2016). Estos circuitos de intercambio de bienes son estrategias de supervivencia que le permiten a las familias, particularmente a las más pobres, operar en la asignación de recursos escasos y distribución de servicios insuficientes; disponer de seguridad colectiva en contra de las amenazas del sistema formal y como fuente de recursos en caso de emergencias (Lomntiz, 2008). Anteriores trabajos muestran cómo los hogares activos en el mercado laboral soportan económicamente en gran medida a sus dependientes tanto dentro del hogar (pareja/hijos/as) y fuera del hogar (padres, madres y otros) (Pérez-Roa y Donoso, 2018). En un contexto de envejecimiento de la población y de precarización de las condiciones de jubilación de los adultos mayores, los padres enfrentan una baja de ingresos que es sostenida por aquellos que se encuentran activos en el mercado laboral (Andrade, 2020). En este sentido, juegan el rol de la “generación sándwich”, es decir, son quienes

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