Saltar el torniquete. Marisol Alé Tapia

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Saltar el torniquete - Marisol Alé Tapia

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de Camilo Catrillanca ha sido un emblema en Temuco y también en Santiago. Ahora siento que las personas se identifican más con nuestro pueblo y sus raíces, se reconocen con sangre mapuche y eso los enorgullece.

      Cuando se acabe la pandemia esto va a seguir con fuerza y se buscarán soluciones. Una nueva Constitución puede ser una de ellas, pero mientras haya esta desconexión de los políticos con nosotros no pasará nada. Exigimos cosas básicas, que se cuiden nuestras tierras, el agua, el medioambiente, que se respete a las personas y para eso necesitamos una renovación completa de la gente que participa en política.

      En el Wallmapu veo un cambio, ya no hay la resignación de antes, la gente se ha empoderado y sabe que unida puede hacerse escuchar, ya no está esa conformidad del “no se puede hacer nada”.

      ***

      CAROLINA SÁEZ4

      Soy Carolina, tengo 25 años y vivo en la comuna de El Bosque. Toda mi vida ha transcurrido aquí y en San Bernardo, y recién empecé a conocer otras comunas cuando entré a la universidad. Actualmente vivo con mis papás y mis hermanos, somos una familia de clase baja, mi papá siempre ha trabajado en una bomba de bencina y mi mamá es dueña de casa, mi hermana trabaja en un local de comida y mi hermano chico terminó recién de estudiar la educación media.

      Soy la primera de la familia que tiene un título universitario, estudié trabajo social en la Alberto Hurtado y estoy buscando trabajo.

      Desde muy chica sentí interés por los temas sociales y creo que por eso estudié trabajo social. En el colegio estuve en varias marchas. Aunque estaba en básica, recuerdo el movimiento pingüino y de más grande pude participar en las movilizaciones del 2011, yo estudiaba en un colegio particular subvencionado, un colegio católico de la “burbuja” que nunca se unía a ninguna protesta, a diferencia de los liceos comerciales e industriales de la comuna, éramos como los niños buenos y pavos de San Bernardo. Pero las protestas del 2011 fueron tan grandes, que hasta nosotros nos sumamos.

      Los jóvenes nos dimos cuenta que esta democracia al final es una falsa democracia, que pone un manto sobre las injusticias sociales, eso era lo que los adultos no lograban distinguir tan bien, porque antes que eso recuperaron libertades básicas como salir a la calle con más tranquilidad y vivir sin toque de queda.

      Mis papás vivieron la dictadura en Chillán y a pesar de la edad que tienen, apoyaron el estallido social. Yo noto una diferencia en cómo mi papá entiende la política y cómo la entiendo yo. Para él su prioridad es el voto, siempre alega que “por qué los cabros no votan, si a nosotros nos costó tanto”, pero ese voto es una vez cada cuatro años y luego se desentienden, entonces el estallido era demostrarle que habían otras formas de hacer política, que ya el tema no era tan partidista como de izquierda o derecha, y no porque alguien viniera de un partido socialista quería decir que iba a estar todo bien.

      Me acuerdo que vi en la tele las evasiones en el Metro y quedé sorprendida, no me imaginé que algo así pudiese pasar. Me junté con mis amigos del colegio, mis compañeros de empaque del supermercado en el que trabajo y amigas de la U, la mayoría son bien activos políticamente y quisimos participar de una experiencia nueva, marchas y protestas masivas en San Bernardo y El Bosque, nuestro espacio. En una de esas marchas me llegaron dos perdigones en la pierna derecha y además de la ayuda de mis amigos, recibí contención de la gente que estaba ahí. Recuerdo en especial a una paramédica y los abuelitos de un amigo que fueron a buscarme en auto. Cuando me hice la radiografía los balines estaban ahí y no eran de goma, mis papás lo pasaron mal y me retaron mucho.

      Me quedé tranquila, porque a pesar de que los balines estaban dentro, me dijeron en el hospital que podría hacer mi vida normal. Pero no fue así. Empecé a perder movilidad en mi pierna e iba todos los días con mi mamá, que estaba muy estresada, a hacerme las curaciones en el consultorio. Al final una amiga kinesióloga me decía que la única forma de recuperar la movilidad era operándome, cuando fui al Barros Luco me tuvieron esperando semanas e insistían que los proyectiles no se sacaban y que se me pasaría con el tiempo, pero a las tres semanas estaba mucho peor.

      En medio de esto conocí a una chica que también le llegaron perdigones que le fracturaron la mano y aunque la tramitaron mucho, al final terminaron operándola en el mismo Barros Luco y yo aún no tenía respuestas, así que a pesar de nuestros problemas económicos, pedimos hora en una consulta particular y mi mamá me dijo que me operaría en un centro médico más confiable. Mis profes de la universidad y cercanos organizaron una colecta y gracias a eso pude operarme. Son tantas las diferencias que existen, supe de gente que había recibido balines y se atendieron en la Clínica Alemana y listo, yo gracias a que tenía redes de apoyo logré finalmente operarme de manera particular, pero aquí cerca de mi casa hay un muchacho que recibió un perdigón en un ojo y aunque hicimos bingos y completadas, no alcanzó para que se tratara en el sistema privado. En esa época yo estudiaba y trabajaba, pero no soy la sostenedora del hogar. Tuve la posibilidad de quedarme en mi casa, mejorarme bien y cumplir con la licencia, pero otros conocidos que recibieron balines no les quedó otra, porque si no, no comen.

      Siento que el estallido social me cambió, corté algunas relaciones cercanas porque hablaron mal de mí a propósito de lo que me pasó o avalan el daño que han causado los carabineros y militares, algunos dicen que el estallido no es político, pero sí lo es y creo que cambió mi forma de pensar y de relacionarme con los demás.

      Crédito: Fernanda Urrutia, Santiago, octubre de 2019.

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