La experiencia como hecho social. Jorge Eduardo Suárez Gómez
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En la perspectiva de la pragmática cultural, las representaciones colectivas, performances, deben de ser evaluadas por su efectividad dramática; no hablan por sí mismas sino que, como en el teatro, son “la literatura que camina y habla ante nuestros ojos” (Boulton citado en Alexander, 2006: 33). “Es esta necesidad de caminar y hablar —y de mirar y escuchar a los que caminan y hablan— la que hace a la práctica pragmática de la performance la lógica cultural del texto. La pragmática cultural nace en este entrecruzamiento” (Alexander, 2006: 33).
La introducción de la noción de performance en la sociología, mediante la sociología cultural, busca sustituir la noción de práctica por un concepto más multidimensional; es decir, nuevamente se trata de un intento por articular las dimensiones ideales y materiales sin caer en posiciones unilaterales (idealismo versus materialismo).[4]
Las performances sociales, sean individuales o colectivas, pueden ser comparadas con las performances teatrales (el teatro en Erving Goffman, el dramatismo en Kenneth Burke) y su núcleo se condensa en la noción de ritual. Los rituales
son episodios de comunicación cultural repetidos y simplificados en los cuales los participantes directos de la interacción social, y aquellos que la observan, comparten la creencia mutua en la validez descriptiva y prescriptiva de los contenidos simbólicos de la comunicación y aceptan la autenticidad de las intenciones respectivas. Esta comprensión compartida de intención y contenido, por la validez intrínseca de la interacción, es la que hace que los rituales tengan su efecto y su afecto (Alexander, 2006: 29).
Sin embargo, los elementos de la performance social se de-fusionan al volverse las sociedades más complejas: audiencia-actores-mise-en-scène, scripts, acción con sentido, medios simbólicos de producción, representaciones colectivas de trasfondo y poderes sociales. En las sociedades menos complejas estos elementos están fusionados por el ritual, mientras que en las sociedades modernas se pierde la centralidad del ritual:
Antes que estar organizadas primariamente a través de rituales que afirman las creencias metafísicas y consensuales, las sociedades contemporáneas se han abierto a sí mismas a procesos de negociaciones y de reflexividad acerca de los medios y los fines, con el resultado de que el conflicto, la desilusión y los sentimientos de mala fe resultan por lo menos tan comunes como la integración, la afirmación y la potenciación del espíritu colectivo (Alexander, 2006: 30).
Sin embargo, la dicotomía entre civilizado y bárbaro, tradicional y moderno, simple y complejo que se dice superar no se repite entre fusión y defusión, es decir, sociedades con rituales y sociedades sin rituales. Alexander afirma (provisoriamente) que, por todas partes, tanto a nivel micro como macro, así como en las relaciones entre los individuos y las relaciones entre las comunidades, persisten comportamientos ritual-like (semejantes a los rituales), y que en esta semejanza o analogía reside una dificultad central:
Somos conscientes de que en las sociedades complejas existen procesos simbólicos muy importantes, y que estos, por momentos, son también integrativos a nivel de grupo, inter-grupo e incluso a nivel societal. Pero también sabemos claramente que estos procesos no son rituales en el sentido tradicional […]. Incluso cuando estos afirman la validez y la autenticidad y producen integración, su efervescencia tiene vida corta. Si logran tener simplicidad es improbable que sean repetidos. Si son repetidos es improbable que la comunicación simbólica pueda llegar a ser tan simplificada en la misma manera de nuevo (Alexander, 2006: 31).
La pregunta a contestar en relación con la teoría de la performance apunta esencialmente al problema de las sociedades complejas:
Es posible desarrollar una teoría que pueda explicar ¿cómo la integración de grupos particulares y, por momentos, incluso de colectividades totales puede ser realizada a través de comunicaciones simbólicas, a la vez que da cuenta de la complejidad cultural y la contradicción, de la diferenciación institucional, el poder social en disputa y la segmentación? ¿Puede una teoría dar completo crédito al rol continuo de la creencia a la vez que reconoce que la no-creencia [unbelief] y la crítica son también hitos centrales de nuestro tiempo? (Alexander, 2006: 31).
El argumento central de Alexander al respecto es que:
Cuanto más simple es la organización colectiva, menos segmentadas y diferenciadas están sus partes sociales y culturales, tanto más fusionadas [fused] están las performances sociales. Cuanto más compleja, segmentada y diferenciada es la colectividad, tanto más devienen de-fusionados [defused] estos elementos de la performance social. Para ser efectivas en una sociedad de complejidad creciente las performances sociales deben comprometerse [engage] en un proyecto de re-fusión. En la medida en que se logra la re-fusión, las performances sociales devienen convincentes y efectivas —más semejante al ritual [ritual-like]. En la medida en que las performances sociales permanecen de-fusionadas, parecen artificiales y artificiosas, menos semejantes al ritual y más similares a las performances en el sentido peyorativo (Alexander, 2006: 32).
La cultura como experiencia temporalizada
Desde la perspectiva de la historia, puede entenderse que la cultura se realiza a través de los distintos estratos de tiempo que pautan la experiencia. Para el historiador Reinhart Koselleck: “en griego «historia» significa inicialmente lo que en alemán denominamos «experiencia». «Hacer una experiencia» quiere decir ir de aquí hacia allá para experimentar algo; se trata al mismo tiempo de un viaje de descubrimiento.* Pero únicamente a partir del informe sobre ese viaje y de la reflexión del informe surge la historia como ciencia” (Koselleck, [1995] 2001a: 36). Cita que se completa con la llamada de asterisco: “*Koselleck juega aquí con la similitud en alemán de las palabras experimentar (erfahren) y viajar (fahren). (N. del t.).”
A partir de esta reflexión conceptual sobre la experiencia temporalizada o historizada, Koselleck afirma que las historias surgen de las experiencias de los participantes, lo cual es el presupuesto de la narratividad propia y ajena; y, por ello, “los modos de contar las historias o elaborarlas metodológicamente pueden referirse a los modos de hacer, recoger o modificar experiencias. Cada adquisición y modificación de la experiencia se despliega en el tiempo, de modo que de ahí surge una historia” (Koselleck, [1988] 2001b: 50).
El primer modo o tipo de experiencia se caracteriza por su singularidad e irrepetibilidad. Los participantes de esta experiencia la viven como sorprendente, algo que sucede de manera diferente a como se había pensado o esperado. Koselleck sugiere llamarla experiencia originaria, en el sentido de única y extraordinaria.
Es este tipo de experiencia la diferencia temporal mínima entre el antes y el después, el demasiado pronto y el demasiado tarde; y se percibe como inmediata y, sobre todo, personal aunque sean muchas las personas sorprendidas. Ello explica la remisión del observador —historiador, sociólogo o antropólogo— a su experiencia personal como recurso para entender sus innovaciones, así como la necesidad del individuo no experto de interpretar una y otra vez la experiencia sorprendente.
Según Koselleck, sin este tipo de experiencia única no tendría lugar ni la biografía ni la historia. Esta relación y sus consecuencias han sido abordadas por el sociólogo Pierre Bourdieu, a partir de la historia de vida, la cual implica hacer de la vida una historia, construir una narración sobre esta vida. De esta manera, se enmarca