La experiencia como hecho social. Jorge Eduardo Suárez Gómez

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La experiencia como hecho social - Jorge Eduardo Suárez Gómez

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style="font-size:15px;">      Hablar de historia de vida es al menos presuponer, y esto no es superfluo, que la vida es una historia y que […] es inseparablemente el conjunto de los acontecimientos de una existencia individual concebida como una historia y el relato de esa historia. Esto es lo que dice el sentido común, es decir, el lenguaje ordinario, que describe la vida como un camino, una ruta, una carrera, con sus encrucijadas […], sus trampas, incluso sus emboscadas […], o como un progreso, es decir, un camino que se hace y está por hacer, un trayecto, una carrera, un cursus, un pasaje, un viaje, un recorrido orientado, un desplazamiento lineal, unidireccional (la “movilidad”), que implica un comienzo (un “principio de la vida”), etapas y un fin, en el doble sentido de término y meta (“él hará su camino” significa que lo conseguirá, que hará una bella carrera), un final de la historia (Bourdieu, 1989: 27).

      Asimismo, esto implica aceptar, de manera tácita, una filosofía de la historia, “en el sentido de sucesión de acontecimientos históricos, Geschichte, que está implicada en una filosofía de la historia en el sentido de relato histórico, Historia, en definitiva; en una teoría del relato de historiador o de novelista, indiscernibles en esa relación, especialmente en la biografía o la autobiografía” (Bourdieu, 1989: 27).

      La segunda posibilidad de adquirir experiencias, según Koselleck, reside en la repetición; y está vinculada, a nivel personal, a la disminución de la capacidad de sorprenderse que la mayoría de los individuos experimenta con el incremento de la edad, es decir, a la finitud de la experiencia de la unicidad. En sus palabras: “La experiencia acumulada y la capacidad de procesar experiencias únicas constituye un patrimonio finito, distendido entre el nacimiento y la muerte de un hombre, y que no puede extenderse ilimitadamente entre el nacimiento y la muerte ni sobrecargarse en exceso” (Koselleck, 2001a: 40). Por ello, el espacio temporal mínimo de esta experiencia se extiende durante los periodos que configuran la vida, así como a los espacios de tiempo específicos de las generaciones que conviven, los cuales están marcados por la diferencia temporal entre padres e hijos. Así, las “unidades generacionales” son modificadas constantemente por las tasas de nacimiento y defunción de los individuos que las componen, pero principalmente por la “determinación individual de cada generación, que se puede extender fácilmente a los que viven en el mismo tiempo, cuyas disposiciones sociales y experiencias políticas se parecen entre sí” (Koselleck, 2001a: 40).

      Por otra parte, la experiencia de recurrencia o repetición también se muestra modificable, no con la misma velocidad con la que se vive en las experiencias de unicidad, sino en ritmos más lentos, de mediano plazo. En este sentido, esa experiencia permite preguntar al observador no solo por lo que ocurrió, sino por cómo pudo suceder, lo que supone la búsqueda de motivos en la repetición. Asimismo, dada la diversidad generacional y la acumulación de experiencias que ello provoca, “desde el comienzo de la historiografía y hasta hoy es obligado el recurso a las fuentes primarias para hacerse cargo de lo específico no solo de las experiencias únicas, sino también de las generacionalmente acumuladas” (Koselleck, 2001b: 52).

      Por último, existe un tercer modo de experiencia que provoca un cambio a un ritmo tan lento y de largo plazo que ni las personas ni las generaciones parecen percatarse de él, y solo se reconoce retrospectivamente gracias a la reflexión sociohistórica. A diferencia de las experiencias de unicidad y repetición —personal y generacional— de corte sincrónico, esta experiencia es diacrónica. Según Koselleck, esta es la experiencia más alejada del plano biológico, por lo que se define desde el plano cultural; y es “la experiencia ‘histórica’ en sentido estricto o específico” (Koselleck, 2001b: 54).

      Exploraciones desde la sociología cultural

      Los textos reunidos en este volumen fueron organizados en tres partes de acuerdo con los apartados expuestos en esta introducción, de modo que el lector puede considerar que esta configuración es la clave para entender las distintas exploraciones de los trabajos congregados en esta obra.

      El trabajo de Federico Gobato parte de la dificultad de la noción de “experiencia”, en tanto esta conlleva enfrentar lo inédito y recuperarlo, así como aquello que ha sucedido y sucede. Esto requiere reconocer que la experiencia nos cambia, ya que el suceso experimentado como novedad característica de lo inexplorado requiere actualizar los marcos interpretativos en un sentido imposible de determinar a priori. Situado en esta problemática, el texto busca explorar los modos participativos de traducción de la experiencia y de construcción de lo experimentado, a partir de verificar una obsesión, la obsesión participante, en tanto modo de captura de la experiencia de otro, bien sea este un otro investigado, bien sea un otro receptor de lo investigado.

      El texto de Jorge Lavín García continúa con los problemas de la “observación participante” planteados por Gobato, girando, sin embargo, en torno a la cuestión de los grados de participación posibles en la observación participante, situada en ámbitos donde el ocultamiento y el secreto de lo humano son una constante en el trabajo de campo. La pregunta central que propone este autor es: “¿qué ocurre cuando, tanto el investigador como el actor o sujeto de estudio, ocultan estratégicamente las intenciones de su discurso al momento de entrevistarse?” A lo que se suma el conocimiento reflexivo de cada una de las partes del ocultamiento mutuo de sus estrategias, como investigador y como investigado: ¿qué ocurre cuando, de manera anticipada, se atribuyen estrategias de ocultamiento al sujeto de estudio y se piensa en formas de investigación para el despiste, para la aproximación indirecta a los tópicos de interés, es decir, estrategias que ocultan sistemáticamente lo que buscan, esperando que “la densa sustancia” del dato “emerja”? Para dar respuestas a estos problemas Lavín parte de la idea de grados de participación en la observación participante con la cual busca plantear cómo es posible recabar experiencias mediante estrategias como el espionaje invertebrado (no planeado).

      Las reflexiones de Luis Manuel Hernández Aguilar se caracterizan como (post)metodológicas. El prefijo post colocado entre paréntesis marca la inquietud de un análisis metodológico que se reflexiona después de la experiencia del encuentro con el otro, en este caso la Organización Independiente Totonaca. Las preocupaciones que emergen son: ¿cómo es posible la traducción de la experiencia del otro en la investigación social?; ¿cómo las preguntas que parecen ser trascendentes para el investigador lo son realmente para los investigados? En definitiva, cómo el aquí desde donde parte el investigador puede encontrar un allí sin que esto produzca una violencia hacia el otro. Hernández afronta estos problemas a partir de la propuesta de intervención sociológica de Touraine, cuyo propósito es acompañar y dirigir la reflexión del actor o actores sociales sobre sus propias acciones. Es en este punto donde se instala el investigador, como un traductor de la práctica del actor en el contexto del sistema. Traducción que implica también la reflexividad misma del investigador, quien se plantea el lugar de la entrevista no solo en el proceso de investigación social, sino en la relación del investigador con lo investigado. Las reflexiones de Bourdieu sobre la violencia simbólica en el momento mismo de la entrevista dan espacio a una serie de medidas en el momento en que se desarrolla la inmersión en el campo.

      El trabajo de Lucio Israel Cervantes realiza un análisis de “la cruzada contra el crimen organizado” implementada bajo el gobierno de Felipe Calderón (2006-2012). La “guerra” contra el narcotráfico se estudia a partir de su escenificación como un drama ritual, en el que la performance social y las dimensiones simbólicas de los hechos cobran una especificidad propia. El fenómeno de la “guerra” sirve para observar las pautas simbólicas que constituyen al ejercicio de la política en México. El análisis se centra en el inicio del conflicto, siguiendo las respuestas a las consecuencias inesperadas del mismo, y los cambios de dirección del proyecto (y su propia presentación ante la audiencia de la performance de guerra). Estos cambios se observan al rescatar, en un segundo momento del análisis, la relación que se establece entre el “cruzado” Calderón y la sociedad civil organizada, por medio del Movimiento para la Paz con Justicia y

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