Breve historia de la Economía. Niall Kishtainy

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Breve historia de la Economía - Niall  Kishtainy Yale Little Histories

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Además, ¿cómo se debía dividir toda la nueva riqueza entre los trabajadores y sus empleadores? La nueva economía tenía un potencial tanto para el conflicto como para la armonía; cada uno de los economistas que siguieron a Smith se inclinó hacia alguna de las posibilidades por encima de la otra.

      7

      UN ENCUENTRO ENTRE

      EL MAÍZ Y EL HIERRO

      El historiador y viajero francés Alexis de Tocqueville se sorprendió al ver signos de una nueva sociedad cuando viajó a Mánchester en la década de 1930. Fábricas elevadas que echaban humo y hollín sobre las calles y las casas. Por todos lados escuchaba los sonidos de la industria: «los engranajes chasqueantes de la maquinaria, el silbido del vapor de las calderas» y «el golpeteo regular de los telares». Fábricas como las de Mánchester transformaron la economía británica a lo largo del siglo XIX. Los dueños de las fábricas compraban las herramientas y las máquinas necesarias para producir bienes (telas, vidrio y cubiertos) y pagaban salarios a los obreros que acudían todos los días desde las cabañas circundantes. Se hacían productos de forma más barata y se inventaban otros nuevos. Los hombres, las mujeres y los niños dejaron las granjas y se mudaron a las ciudades en expansión. Allí trabajaban duro junto a maquinaria impulsada por vapor, y ya no los regían el amanecer y el atardecer sobre los campos, sino los relojes y los horarios de sus patronos. Los cambios fueron tan drásticos que más tarde se conocerían como la Revolución Industrial.

      Más allá de la ciudad estaba el campo, donde se cultivaba el trigo necesario para alimentar a los obreros de las fábricas. Durante mucho tiempo, la agricultura había sido el sostén de la economía y, por consiguiente, los terratenientes eran ricos y poderosos. En el pasado, la tierra se había compartido de acuerdo con las viejas costumbres de la aldea. Sin embargo, poco a poco, los propietarios cercaban terrenos para crear grandes granjas, por lo que agricultores y pastores se convirtieron en jornaleros contratados para tabajar en ellas a cambio de un salario. Los agricultores capitalistas empleaban a los jornaleros y producían cultivos que vendían por una ganancia, no para autoconsumo. Los nuevos métodos agrícolas hicieron posible cultivar una mayor cantidad de comida para alimentar a la creciente población de las ciudades. Por consiguiente, conforme Mánchester y otras ciudades similares se llenaron de bodegas y fábricas, la base de la riqueza del país cambió de la agricultura a la industria. Se comenzaron a amasar fortunas invirtiendo en la economía industrial. Un ejemplo fue David Ricardo (1772-1823), un importante corredor de bolsa británico (alguien que comercia en la bolsa de valores). Después de hacerse rico, se interesó por la Economía y mostró capacidades de lógica nunca antes vistas en un economista.

      En el siglo XVIII, se instruía a los hijos de familias adineradas en griego y latín antes de que fueran a la universidad. No ocurrió así con el joven Ricardo. Su padre, un hombre de negocios judío y exitoso, creía que una educación práctica era más importante, por lo que cuando Ricardo tenía catorce años lo envió a trabajar a la bolsa de valores. Resultó ser brillante y ganó mucho dinero. Más tarde ayudó a prestarle dinero al gobierno británico para luchar contra Napoleón. Uno de sus tratos fue justamente apostar sobre el resultado de la Batalla de Waterloo en 1815. Habiendo financiado al gobierno, Ricardo asumió un gran riesgo: si los británicos perdían, perdería mucho dinero. Su amigo, el también economista Thomas Malthus, de quien hablaremos en su momento, tenía una pequeña inversión en el préstamo. Malthus cedió al pánico y escribió a Ricardo pidiéndole que se deshiciera de su inversión. Sin embargo, Ricardo mantuvo el temple y conservó la suya. Cuando llegaron las noticias de la victoria británica, se convirtió en uno de los hombres más ricos de Gran Bretaña de la noche a la mañana.

      David Ricardo se encontró accidentalmente con la Economía en una biblioteca en la que descubrió La riqueza de las naciones de Adam Smith. Resultó ser el libro más importante que leería y el cual lo inspiró a utilizar su formidable mente para el análisis de la economía en una época en la que los nuevos capitalistas competían por el poder contra los antiguos aristócratas terratenientes. La cuestión era cómo dividir la creciente riqueza del país entre los terratenientes, los capitalistas y la masa de obreros. Aunque Smith había demostrado la manera en la que los mercados generaban prosperidad, detectó puntos de conflicto. Estos se volvieron más fuertes a principios del siglo XIX, cuando los elevados precios de la comida encolerizaron a los obreros.

      Algunos creían que tales precios eran el resultado de las altas rentas de los terratenientes, que elevaban los costes de los agricultores. Ricardo no estaba de acuerdo y aseveró que ocurría lo opuesto, que eran los altos precios de la comida los que ocasionaban las rentas elevadas. Creía que los terratenientes estaban sacando la mejor tajada a costa de todos los demás por los elevados precios de la comida. Bajar las rentas no enmendaría este desequilibrio.

      Para explicar su lógica, el corredor de bolsa nos pide que pensemos en la economía como una inmensa granja que produce cereales. Los terratenientes alquilan tierra a los granjeros capitalistas. Los granjeros contratan obreros para que labren la tierra y siembren las semillas, así como para que luego vendan la producción. Cuando crece la población, se necesita más cereal. Quedan pocas tierras, por eso, para cultivar más, los granjeros recurren a cultivar cereales en áreas menos fértiles. Los cereales se vuelven más difíciles de producir y su precio se eleva. Los granjeros de las tierras menos fértiles necesitan muchos obreros para producir una fanega de cereal, por lo que tienen pocas ganancias después de haber pagado los salarios de sus obreros. Quizá usted crea que los granjeros de tierras más fértiles tengan al final mayores ganancias, debido a que pueden producir una fanega con menos obreros. En realidad, son los terratenientes quienes ganan, porque los granjeros compiten por el uso de la tierra: si hubiera granjeros obteniendo ganancias elevadas por cultivar tierras muy fértiles, otros agricultores ofrecerían pagarles una renta más elevada a los terratenientes por el uso de esa tierra. Por consiguiente, los precios elevados de los cereales elevan las rentas que cobran los terratenientes, no las ganancias de los agricultores capitalistas. ¿Qué hay de los capitalistas que son dueños de fábricas en ciudades? Sus ganancias también caen debido a que los elevados precios del cereal hacen que el pan sea más caro y consecuentemente deben pagar salarios más altos para asegurar la supervivencia de sus obreros. En cuanto a los trabajadores, salen perdiendo porque su comida les cuesta más. Por eso, Ricardo concluyó que «el interés del terrateniente siempre se opone al interés de todas las demás clases en la comunidad».

      El poder de los terratenientes minaba la economía, de acuerdo con Ricardo. Cuando los capitalistas construyen fábricas y contratan obreros para que hagan y cultiven cosas, incrementan la producción en la economía, pero con ganancias más bajas los capitalistas tienen menos que gastar y la creación de riqueza se desacelera. Los terratenientes se hacen ricos con el sencillo hecho de recolectar la renta de la tierra. En vez de invertir sus ingresos como los capitalistas, los consumen en sirvientas y mayordomos, en bibliotecas para sus mansiones, quizá en expediciones a los trópicos para conseguir plantas para sus jardines... actividades que no contribuyen a la riqueza a largo plazo de la nación.

      En la época de Ricardo, el desequilibrio se inclinó más en favor de los terratenientes porque Gran Bretaña tenía leyes que prohibían los cereales baratos del extranjero. Se conocían como las «leyes del maíz» y evitaron que el país importara los cereales necesarios para alimentar a su creciente población. El resultado fue una subida aún mayor de los precios de los cereales. El razonamiento de Ricardo mostró que las leyes ayudaban a inflar las rentas de los terratenientes, a disminuir las ganancias de los capitalistas y a empobrecer a los obreros. En 1819, tuvo lugar una manifestación en el Campo de San Pedro, en Mánchester, para exigir el sufragio universal y la derogación de las leyes del maíz. Esta protesta se convirtió en un baño de sangre cuando los soldados le dispararon a la multitud. Algunos de los manifestantes murieron, y cientos de ellos resultaron heridos. El incidente llegó a conocerse como la masacre de Peterloo, trazando una comparación con la batalla de Waterloo.

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