Breve historia de la Economía. Niall Kishtainy
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Los zigzags de Quesnay produjeron sorpresa y confusión. Una vez que Mirabeau entendió lo que significaban, declaró que Quesnay era el hombre más sabio de Europa, tan inteligente como Sócrates. Sin duda, esta tabla tuvo una gran influencia. Economistas posteriores, entre ellos Smith, la alabaron y hasta la fecha la idea de la circulación de recursos entre trabajadores, compañías y consumidores es fundamental para nuestro entendimiento de la economía.
El doctor tenía una cura para la enfermedad de Francia: incrementar el excedente que se producía en la economía. Mirabeau se había metido en problemas intentando explicar la manera de hacerlo. Los zigzags de Quesnay mostraban el problema de imponer impuestos sobre los agricultores. Los impuestos más elevados los dejaban con menos semillas que cosechar al año siguiente y menos dinero que gastar en mejorar sus herramientas. Si solo se cobraran impuestos a los aristócratas terratenientes, entonces los agricultores tendrían más recursos con los que cultivar la tierra. Esto ayudaría a incrementar el excedente general de la economía. Al final, incluso los aristócratas se beneficiarían porque la economía crecería, un argumento al que se hizo caso omiso cuando se encarceló al desafortunado Mirabeau.
Además de la opresión de impuestos onerosos, a los agricultores no se les permitía exportar maíz, y debían seguir normas sobre cómo venderlo a sus compatriotas. Las restricciones disminuían lo que ganaban y reducían aún más el excedente. Quesnay instó al Estado a liberar la agricultura de todos estos controles asfixiantes y a abolir los privilegios de los mercaderes. Argumentaba a favor de una política del laissez faire, que literalmente significa «dejar hacer»; en la actualidad todavía usamos este concepto francés para describir una política económica no intervencionista por parte del gobierno. Los fisiócratas tuvieron cierta influencia sobre las políticas, por ejemplo, cuando el gobierno francés facilitó en la década de 1760 que los agricultores vendieran maíz. Más tarde, la escuela de pensamiento de Quesnay se deterioró y él abandonó las preguntas prácticas en torno a la economía por los placeres abstractos de la geometría.
Quesnay era extremadamente moderno al intentar encontrar leyes para describir el comportamiento de la economía y al mostrarlas en modelos. En la actualidad, ese es el método de la Economía. Antes de él, la economía se veía a través de los ojos de la religión y la tradición o, cuando la religión se hacía a un lado (como en el caso de los mercantilistas), a través de una niebla de ideas opuestas, apenas como un conjunto claro de principios. Al argumentar que era mejor dejar en paz a la economía, anticipó una creencia de muchos economistas en la actualidad: el no intervencionismo del gobierno en la economía. Por ejemplo, al imponer muchos impuestos elevados. El hecho de que ubicara la fuente del valor económico de modo firme en cosas reales (trigo, cerdos y pescado) en vez de solo en el dinero fue revolucionario. Al restringir la fuente de valor a la agricultura, los fisiócratas estaban atrapados en el pasado. Escribían justo antes de una revolución económica que transformaría a Europa y en la que los fabricantes generarían valor al hacer bienes de forma más barata y al inventar otros nuevos. La abundancia de la naturaleza pronto daría frutos en las fábricas y no solo en los ríos y los campos.
Al final, Quesnay fue a la vez un crítico y un defensor del sistema económico francés. Tuvo la audacia de argumentar a favor de los impuestos para los aristócratas franceses, pues no tener que pagar impuestos era un privilegio que valoraban profundamente y un símbolo importante de su estatus social. También se mostró audaz al criticar a los reyes franceses por asfixiar su economía. Al final, las preocupaciones de Quesnay por molestar al rey no llegaron a mucho. Después de que Mirabeau cayera en la deshonra con su libro, madame de Pompadour ayudó a que lo liberaran y Quesnay llegó a una edad avanzada y sobrevivió a su rey por unos cuantos meses. Aunque Quesnay corrió el riesgo de molestar a los ricos y poderosos, fue leal. Pasaba sus días paseando por corredores palaciegos en camino a audiencias con el rey y con madame de Pompadour. Era parte del «antiguo régimen» de reyes y reinas en Europa y creía en la división de la sociedad en clases de aristócratas y campesinos. Así que, a pesar de insistirle al rey con que alterase su enfoque de la economía, aún quería un monarca omnipotente que gobernara sobre todas las cosas. Incluso economistas audaces como él suelen tener que pensar de acuerdo con los términos de las personas más poderosas de sus sociedades.
Después de la muerte de Quesnay, los aristócratas franceses fueron arrastrados por ríos de sangre cuando la poderosa revolución de 1789 destruyó el antiguo régimen de reyes, duques y campesinos. Los economistas hicieron a un lado la fe de Quesnay en la autoridad absoluta de los monarcas, pero él les había abierto un camino hacia la forma moderna que la economía presenta en la actualidad.
6
LA MANO INVISIBLE
El filósofo escocés Adam Smith (1723-1790) era famoso por perderse de tal manera en sus pensamientos que a veces olvidaba dónde estaba. Sus amigos lo veían hablando consigo mismo, sus labios se movían y asentía con la cabeza, como si probara alguna idea nueva. Una mañana se despertó y comenzó a caminar por el jardín de su casa en el pequeño poblado escocés de Kirkcaldy, tremendamente concentrado. Solo llevaba su bata, caminó hasta la carretera y siguió hasta que llegó al siguiente poblado a diecinueve kilómetros de distancia. No fue hasta que oyó el sonido de las campanas de la iglesia que llamaban a la misa dominical cuando regresó en sí.
Tenía buenas razones para estar perdido en sus pensamientos. Se había alejado del bullicio de las ciudades donde adquirió fama como filósofo para escribir lo que se convertiría en el libro más famoso de la historia de la Economía. Alimentado por caminatas tonificantes y noches de insomnio, este robusto libro se publicó en 1776 y tuvo por título La riqueza de las naciones (The Wealth of Nations).
En él, Smith planteó una de las preguntas fundamentales de la Economía: ¿es el interés propio compatible con una buena sociedad? Con el fin de entender lo que esto significa, vamos a comparar el funcionamiento de la sociedad con el de un equipo de fútbol. Un buen equipo necesita buenos jugadores, obviamente. Los buenos jugadores hacen más que simplemente bloquear y chutar bien. Saben jugar como un equipo. Un defensa se mantiene en la retaguardia y protege la portería, un delantero avanza e intenta anotar, etc. En un mal equipo a los jugadores únicamente les importa la gloria personal: solo quieren anotar goles por su cuenta, por lo que todos persiguen el balón en vez de separarse y ayudar a los otros a anotar. El resultado es el caos en el campo de fútbol y muy pocos goles.
La sociedad es un equipo de millones de personas que trabajan y comercian en conjunto. ¿Qué se necesita para que el equipo funcione bien? Si la economía es como el fútbol, entonces, lo que la sociedad necesita son personas que trabajen en equipo por el interés de toda la sociedad. Lo que no necesita son personas que se preocupen principalmente por ellas mismas (por su interés propio), como los futbolistas obsesionados con la gloria personal. Por ejemplo, en vez de intentar hacer tanto dinero como sea posible, los panaderos se asegurarían de que sus vecinos tuvieran suficiente pan para la cena; los carniceros contratarían nuevos asistentes no porque de verdad los necesiten, sino porque sus amigos necesitan trabajos. Todos serían amables entre sí y la sociedad sería un lugar armónico.
Smith le dio la vuelta a esto. Argumentó que a la sociedad le va bien cuando las personas actúan por interés propio. En vez de intentar ser amables todo el tiempo, haciendo lo mejor para ellos benefician a más personas. «No es de la benevolencia del carnicero, el cervecero o el panadero de donde esperamos recibir nuestra cena, sino de la atención a su interés propio», dijo. Usted recibe su cena del panadero, no porque sean personas amables: algunos lo son, otros no. En realidad, no importa. Lo que importa es que obtiene