Breve historia de la Economía. Niall Kishtainy
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De acuerdo con David Ricardo, ¿qué ocurriría si se eliminaban las leyes del maíz? Habría un flujo de cereales extranjeros baratos. Los obreros no tendrían que lidiar con los altos precios de la comida y los capitalistas tendrían una factura menor por salarios, porque sus empleados no necesitarían gastar tanto en comida. Las ganancias de los capitalistas aumentarían y comenzarían a invertir de nuevo. La creación de riqueza se aceleraría.
Sin las leyes del maíz, el país compraría cereales baratos del extranjero y produciría menos. Cultivar todo el cereal no siempre tiene sentido, afirmaba Ricardo. Un país puede producir otros bienes (telas y hierro en las fábricas) y venderlas a los extranjeros a cambio de su cereal. Si Rusia puede producirlo de manera más barata que Gran Bretaña, y esta última puede producir hierro de forma más económica que Rusia, resulta fácil ver que ambos países ganan cuando Gran Bretaña solo hace hierro, Rusia solo cultiva cereales y los dos países intercambian dichos bienes.
El astuto razonamiento de Ricardo iba todavía más lejos. Ambos países podían ganar del comercio aun si uno de ellos era mejor para producir cereales y hierro. Con el fin de entender su lógica, imaginemos que a una amiga y a usted les asignan una tarea como mover algunas cajas pesadas de un garaje y barrer el suelo. Usted puede mover las cajas más rápido que su amiga, y además es mejor barriendo. ¿Debería barrer y mover las cajas? No necesariamente. Al barrer renunciaría a hacer un progreso rápido para mover las cajas. Su amiga, no obstante, quizá no renuncia a tanto en términos del número de cajas movidas al barrer un metro del suelo. Quizá en el tiempo que le lleva a su amiga barrer un metro, podría mover dos cajas. En el tiempo que le lleva a usted barrer ese metro, podría mover cinco. En términos relativos, su amiga tiene una ventaja sobre usted al barrer. Tiene una «ventaja comparativa» al barrer aun si en términos absolutos es peor que usted en ello. En conjunto terminarían la tarea más rápido si usted se restringe a mover cajas y su amiga a barrer.
La misma lógica implica que si Gran Bretaña tiene una ventaja comparativa en el hierro y Rusia en cereales, entonces Gran Bretaña solo debería hacer hierro e importar sus cereales de Rusia y esta solo debería cultivar cereales e importar su hierro de Gran Bretaña. Se trata de una idea significativa porque cada país tiene una ventaja comparativa en algo y cada nación tiene el potencial de crecer al especializarse y comerciar. Es mejor que los países abran sus fronteras al comercio exterior a que intenten ser autosuficientes. Aunque unos cuantos economistas se oponen a esta idea (véase el capítulo 12), la opinión de Ricardo sobre la ventaja comparativa se convirtió en uno de los principios más valiosos para los economistas.
David Ricardo recibió elogios por haber introducido un nuevo estándar de razonamiento en la Economía. El escritor británico del siglo XIX, Thomas de Quincey, se interesó por la Economía después de darse cuenta de que su consumo de opio lo había vuelto incapaz de abordar sus lecturas habituales de Matemáticas y Filosofía. Los escritos de los economistas no lo impresionaron en lo más mínimo. Dijo que cualquiera con un poco de sentido común podía estrangular a los estúpidos economistas y «carcajearse de sus cabezas llenas de hongos hasta que se conviertan en polvo con el abanico de una dama». Luego alguien le prestó un libro de Ricardo y antes de terminar el primer capítulo exclamó: «¡Tú eres el hombre!». El estilo del pensamiento de Ricardo consistía en comenzar en un punto de partida simple —los fragmentos de tierra tienen una fertilidad variable, por ejemplo— y observar hasta dónde lo conducía, sin dejar nunca el camino de la lógica estricta. De Quincey lo elogió por usar la lógica para encontrar sus leyes económicas, rayos de luz en el caos de los hechos y la historia. Economistas posteriores descartaron muchos de los puntos de partida de Ricardo, pero su método —construir una larga cadena de causas y efectos— se convirtió en el de los economistas. Sus amigos solían decir que no le importaba ganar las discusiones, solo usaba la razón para descubrir la verdad, aun cuando la verdad se opusiera a sus intereses. En 1814, compró una finca de 5.000 acres de la cual obtuvo ingresos considerables. Ricardo se había convertido en un terrateniente, pero su posición no evitó que argumentara, sin cansancio, en favor del libre comercio; algo que hubiera puesto en riesgo la riqueza que había acumulado con sus tierras, pero que sus principios económicos le habían demostrado ser lo correcto.
8
UN MUNDO IDEAL
A veces se dice que los pobres merecen serlo; son pobres simplemente por vagos o malvados. Pero en el siglo XIX, en su famoso libro Los miserables (Les Misérables),
La Revolución Industrial volvió ricos a algunos, pero muchos siguieron viviendo en una profunda pobreza. Las personas se hacinaban en ciudades con condiciones nefastas. Había miles y miles de Fantines. Las largas horas de trabajo en las fábricas dejaban a los niños lisiados, y las enfermedades estaban por doquier. En Gran Bretaña, los pobres podían ir al «refugio para pobres» , donde se les daba comida y una cama, si podían soportar las duras condiciones del lugar.
Previamente hemos hablado de Adam Smith y David Ricardo, quienes afirmaban que el comercio y la competencia llevaban a la prosperidad. Sabían que ganar dinero no era perfecto, pero en general creían que el capitalismo conducía al progreso. Un grupo diferente de pensadores perdieron por completo las esperanzas en la sociedad que los rodeaba. Observaron la miseria de las ciudades —los desnutridos niños analfabetos y los obreros que gastaban sus últimos centavos en alcohol, para ahogar sus penas— y consideraron tarea imposible reparar el capitalismo. Tan solo una sociedad completamente nueva podía salvar a la humanidad.
Uno de estos pensadores fue Charles Fourier (1772-1837), francés de vida solitaria y monótona que trabajaba como oficinista. Pero aprovechó el tiempo escribiendo textos excéntricos con títulos extraños como Teoría de los cuatro movimientos y de los destinos generales (Théorie des quatre mouvements et des destinées générales). Fourier condenó la totalidad de la civilización europea. Pensaba que la sociedad de fábricas y ganancias era brutal e inhumana. Recordemos la fábrica de alfileres de Adam Smith, donde cada persona lleva a cabo una pequeña tarea. Se hacen muchos alfileres, pero ¡qué aburrido es pasar los días afilándoles la punta! La sociedad comercial también hace que las personas sean hostiles hacia los demás. Los vendedores de vidrio esperan que una tormenta de granizo rompa las ventanas de todo el mundo para que puedan vender más. Asimismo, en la sociedad comercial, los ricos y poderosos hacen todo por proteger su posición, aunque terminen pisoteando a los pobres.
Fourier propuso una nueva sociedad. La llamó un sistema de armonía. Imaginó a las personas viviendo en pequeñas comunidades llamadas falansterios. El falansterio sería un edificio rectangular que contendría talleres, bibliotecas e incluso una ópera. Sería un lugar donde podrían dedicarse a sus pasiones. Fourier se refería a pasiones comunes como la amistad, la ambición y el amor por la comida y la música. También estaba la pasión de la «mariposa», la afición por revolotear entre diversos conjuntos de actividades e incluso la del «cabalista», un gusto por