Las cosechas son ajenas. Juan Manuel Villulla

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Las cosechas son ajenas - Juan Manuel Villulla Tierra indómita

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y su conflictividad a las ciudades durante los años ‘30 y ‘40 atrapó la atención de la mayoría de las investigaciones historiográficas sobre el movimiento obrero de ahí en adelante. Mientras tanto, salvo algunas excepciones (Mascali, 1986; Luparia, 1973; Viñas, 1973) para la vasta producción de la historia agraria, luego de la posguerra los sujetos sociales del agro pampeano se redujeron a variantes de agricultores familiares, chacareros o grandes empresarios de distinta índole. Como consecuencia, la historiografía sólo ofrece piezas sueltas sobre el devenir de los trabajadores en las pampas después de los años ’50.

      Por otro lado, en los últimos años las indagaciones sociológicas sobre los asalariados rurales han crecido muchísimo en cantidad y en profundidad. No obstante, hubo pocas dedicadas al estudio de los que se abocaron al cultivo de maíz, trigo o soja. La mayoría se enfocó sobre otros territorios y cultivos, tales como la yerba, la caña de azúcar, el tabaco, el limón u otras frutas de exportación (Aparicio y Benencia, 1997 y 2001; Bendini y Radonich, 1999; Giarraca et al, 2000; Diez, 2009; Rau et al 2011; Steimbreger et al, 2012), así como en los de producciones pampeanas intensivas -como arándanos o cítricos entrerrianos-, o los de los cinturones hortícolas periurbanos (Benencia y Quaranta, 2005; Craviotti et al 2008; García y Lemmi, 2011; Jordán, 2014). Es decir, casos donde todavía -o hasta hace poco tiempo-, siguieron concentrándose obreros en cierto número para realizar tareas de tipo manual, y donde es más frecuente el conflicto manifiesto.

      Las últimas referencias detalladas sobre obreros pampeanos dedicados a cereales datan de hace más de treinta años y fueron desarrolladas por Korinfeld (1981). Desde entonces, ellos quedaron mezclados con otros asalariados rurales en el marco de estudios más generales, de corte estructural y de base estadística (Gallo Mendoza y Tadeo, 1964; Bisio y Forni, 1977; Forni et al 1984; Ekboir et al, 1990; Neiman et al 2001; Neiman et al 2003; Benencia y Quaranta, 2006; Neiman et al, 2010; Quaranta, 2010; Baudrón y Gerardi, 2003; Neiman et al, 2006; Rau, 2010).

      Parte de las preguntas básicas que intentó responder esta investigación, entonces, fueron quiénes son —en sentido amplio— esos hombres que hacen girar una de las ruedas maestras de la economía argentina; cuál es concretamente su rol en la producción de las cosechas récord; qué parte de la riqueza que generan queda en sus manos; cuáles son sus condiciones de trabajo y el modo de vida que llevan; en qué cambiaron sus quehaceres y su cotidianidad fruto de los cambios sociales y tecnológicos que lograron instalar los empresarios los últimos veinte años; cuándo y por qué dejaron de ser parte distinguible de los sectores del movimiento obrero o de las luchas agrarias de la zona pampeana; a través de qué otras formas canalizaron sus descontentos; qué luchas sí emprendieron y cuáles fueron sus resultados; cómo se perciben a sí mismos, y a su mundo; y en definitiva, cómo fue el proceso histórico a través del cual se conformaron como los obreros invisibles detrás del boom agrícola contemporáneo.

      En relación a quiénes son los trabajadores agrícolas pampeanos, los primeros tres capítulos de este libro componen una secuencia dedicada a analizar cómo a lo largo del siglo XX se conformaron como un tipo muy especial y definido de trabajadores entre los asalariados rurales, y cómo sus condiciones de trabajo y de vida tuvieron que ver, por un lado, con escenarios planteados por los empleadores, pero también por las luchas —con sus avances o derrotas— que emprendieran los propios trabajadores, mediadas por situaciones y correlaciones de fuerzas políticas. Este proceso reconoció etapas, según el tipo de prácticas sociales que configuraron su condición obrera, abonando distintas concepciones sobre sí mismos y sobre el mundo. En otras palabras, los obreros agrícolas no son ni fueron un ente abstracto o inmutable —como un mero factor económico de la producción que sólo actúa adaptándose a contextos exteriores— sino que fueron conformando su fisonomía particular a través de esa dialéctica única con su entorno y entre sí, según quiénes y cómo fueran sus empleadores directos y sus compañeros; el lugar donde residían y el modo de vida que llevaran allí; las distintas ideas políticas de su tiempo; sus referentes y las corrientes sindicales; el contenido y el desenlace de sus luchas; la ausencia de leyes o la legislación que los contenía —la que pudieran conquistar o la que les impusieran—; la relación que mantuvieran con el Estado y sus personificaciones en todos sus niveles; y también, desde ya, el tipo de técnicas productivas que sus patrones lograran implementar, en la mayor parte de los casos, contra ellos. En esta clave, entonces, analizamos cómo y por qué esta masa obrera transitó una fuerte metamorfosis entre la efervescencia político-sindical que la caracterizó a principios del siglo XX, y la cotidianidad despojada de la actividad gremial o política organizada que los distingue en nuestros días.

      Esta ausencia de conflictos resonantes se asocia frecuentemente a situaciones de bienestar social. Sin embargo, esto no siempre tiene en cuenta las situaciones esencialmente contradictorias que de todos modos suponen los vínculos salariales —tanto por la explotación económica que implican como por las relaciones de poder que demandan—; las dificultades objetivas y subjetivas para que algunos grupos de trabajadores articulen siempre expresiones abiertas y visibles de descontento; o la posibilidad de que esas luchas transiten —con más o menos éxito— por carriles subterráneos y menos manifiestos que los de las organizaciones sindicales o las instituciones previstas por la ley para las negociaciones entre el capital y el trabajo. Así, el capítulo 4 explora la dinámica formal e informal de las disputas entre asalariados y empleadores alrededor de cómo distribuir la riqueza agrícola en un período en el que, en general, los patrones supieron imponerse a los obreros. Esto no significó necesariamente que los trabajadores atravesaran siempre situaciones de miseria extrema, ni de que no tuvieran espacio para negociaciones y avances circunstanciales o puntuales. De lo que se trató —más exactamente— es que, en general, durante el último ciclo histórico, los obreros tendieran a tributar a sus empleadores una mayor parte de la riqueza producida con su trabajo. Es decir, sufrieron un incremento de su explotación (Marx, 1999), configurando un escenario fuertemente desigual, disimulado y alimentado a la vez por la abundancia del boom sojero.

      En este sentido es necesario volver sobre el hecho básico de que los propietarios no pagan a los obreros por todo su trabajo, sino que sólo les abonan el tiempo que les llevó crear las riquezas para pagarse sus salarios, sean altos o bajos, dependiendo del resultado de sus luchas y negociaciones. Si en vez de remunerar sólo eso, el capital pagara a los obreros por todo el producto de su trabajo —y la riqueza no viene de otro lugar—, no existiría apropiación alguna de valor excedente de su parte, ni por lo tanto, capital (Marx, 1999). Es cierto que la producción agraria tiene sus particularidades y que el capitalismo en general asiste a lo que algunos denominan “tercera revolución industrial”. Pero en el último tiempo —y acaso como expresión cultural de la ofensiva del capital sobre el trabajo— estos fenómenos han sido sobreestimados hasta tal punto que terminó por atribuirse la generación de valor a las “tecnologías de conocimiento”, a nuevas formas organizacionales de los empresarios, o a la renta agraria per sé, en vez de explicarse por el trabajo y quienes lo realizan. Por eso, partimos de considerar que, en rigor, las nuevas tecnologías aplicadas al agro no crean nuevo valor una vez tranqueras adentro, sino que sólo constituyen medios que posibilitan crear nuevas riquezas a quienes trabajan allí. Y a su vez, por el lado de la tierra, ella tampoco agrega valor a los productos agrícolas: aunque un mejor terreno haga más productivo el trabajo, no lo hace por sí mismo. Es cierto que se trata de un medio de producción que no se pude reproducir por el hombre, se trata de un medio de producción que no se puede reproducir por el hombre. Y así, el empresario que posee una mejor tierra dispone de una diferencia de competitividad que otro no puede conseguir. Ese plus por la propiedad exclusiva de ese pedazo de planeta que hace más productivo el trabajo humano es lo que se llama renta. Pero eso que se produce allí tanto más provechosamente, es —de nuevo— el fruto del trabajo, y no la obra de la tierra por sí sola, ni mucho menos de sus propietarios (Bartra, 2014).

      Por eso dedicamos el capítulo 5 a analizar el rol económico y social de los trabajadores en la producción, y cuál fue el papel que jugó el salto tecnológico en el marco de estas relaciones de explotación. Es decir, en el impulso a la producción de más riquezas, pero también en la puja por quién se las apropiaría. Así, se detallan las consecuencias

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