Patrias alternativas. Jordi Pomés Vives (Eds.)

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Patrias alternativas - Jordi Pomés Vives (Eds.) monografías

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del comunismo de las Baleares desde 1936 al desarrollismo ilustra muy bien los efectos combinados de la clandestinidad y el exilio. En «Martirios, exilios y reconstrucciones en el comunismo balear (1936-1968)», David Ginard ofrece detalles valiosos del dinamismo comunista en el exterior y el interior: cifras concretas, nombres propios de los comunistas isleños exiliados, además de una cronología precisa, condiciones y causas de las principales oleadas de expatriaciones. En cuanto a estas últimas, además de la de 1936-1939, destaca también la que el autor llama el segundo gran éxodo, entre finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta, dirigido fundamentalmente hacia Argelia, Venezuela y Francia, en el que se combinaron razones políticas y económicas, pero cuyos protagonistas fueron en su mayoría colaboradores de la resistencia antifranquista. Ello no debe hacernos olvidar al otro de los grandes brazos tradicionales del movimiento obrero español —y balear—, sometido a significativa opresión a partir de la Guerra Civil: el anarcosindicalismo, y, sobre todo, su gran central sindical, la CNT.

      Una visión bastante menos optimista del devenir humano que la enunciada al principio de esta introducción admitiría que, en efecto, la civitas se ha expandido en muchos países hasta integrar a la mayoría de su población, pero recordaría que permanece una fuerte tendencia en sentido contrario. No en vano, ACNUR es una de las agencias de la ONU que ha tenido mayor desarrollo y ha concitado más simpatías en los últimos tiempos, por encima de otras de gran arraigo. Por otra parte, la historia contemporánea, sobre todo la del siglo XX, ha mostrado repetidamente que el marginado de ayer se convierte con facilidad en el marginador de hoy o de mañana: no habían transcurrido muchos lustros de la restauración de un Estado polaco cuando este representó un triste papel en la Shoá; pocas décadas después de que los supervivientes de aquellos campos de exterminio fundaran el Estado de Israel, este renunciaría a integrar a la población palestina; tras una interminable dictadura, los líderes de la Myanmar democrática, incluida la premio nobel Aung San Suu Kyi, han propiciado la tragedia de los rohinyá. En cuanto a los exiliados, y una vez más, ¿también lo son quienes escapan de la justicia de un Estado liberal-democrático o de la universal? ¿Les cuadra ese calificativo a los criminales de guerra nazis refugiados en el Cono Sur americano tras la derrota del Tercer Reich? ¿Era un exiliado Ronald Biggs, el famoso ladrón del tren de Glasgow escapado con su botín al Brasil? ¿Y el general Pinochet, mientras se dirimía en Londres su extradición a España? ¿Y Josu Ternera?

      Con todo, también cabría un balance positivo a partir de los ejemplos recogidos en este volumen, que distan de ofrecer una panorámica completa de las muchas formas de exclusión y expulsión de las que adoleció España en los últimos dos siglos. Se podría concluir también que la marginación o la represión no comportaron ni el total exterminio ni el silencio permanente en la mayoría de los casos. Como si de un fenómeno físico se tratara, a menudo se produjo un efecto de reacción, en virtud del cual las víctimas resultaron reforzadas o resarcidas, a veces en períodos de tiempo sorprendentemente cortos, gracias a su perseverancia, empeño y firmeza. A pesar de todo, quizá se pueda seguir suscribiendo aquel fragmento del poema «El nuevo coloso», que escribió Emma Lazarus en 1883 y hoy sigue figurando en el pedestal de la Estatua de la Libertad neoyorquina: sin distinción de causa ni de lugar de origen.

      ¡Dadme a vuestros rendidos, a vuestros pobres

      Vuestras masas hacinadas anhelando respirar en libertad

      El desamparado desecho de vuestras rebosantes playas

      Enviadme a estos, los desamparados, sacudidos por las tempestades a mí!

      LOS EDITORES

      Notas

      1 Llamó la atención sobre esta realidad ineluctable Immanuel Wallerstein, «Citizens all? Citizens some! The Making of the Citizen», Comparative Studies in Society and History, vol. 45-4, 2003.

      2 Como señala Mary Nash en «Representaciones culturales y discurso de género, raza y clase en la construcción de la sociedad europea contemporánea», en Mary Nash y Diana Marre (coords.), El desafío de la diferencia: representaciones culturales e identidades de género, raza y clase, Bilbao, Publicaciones de la Universidad del País Vasco, 2003, págs. 21-36.

      3 Constituye una excepción a esta regla el excelente, aunque ya antiguo volumen colectivo coordinado por Teresa San Román, Entre la marginación y el racismo. Reflexiones sobre la vida de los gitanos, Madrid, Alianza Editorial, 1986.

      4 Valgan como ejemplos los dosieres «Homosexualidades», en la revista Ayer, núm. 87, 2012, y «El hombre español frente a sus otros: masculinidad, colonialidad y clase», de Rubrica Contemporanea, núm. 13, 2018.

      5 Sobre las antiguas y las nuevas funciones de la frontera pirenaica, puede leerse con provecho Benjamin Duinant, «Transgressions, perméabilité et construction de la frontière. Brigands, déserteurs et prêtres à travers les Pyrénées basques (1789-1802)», Histoire des Alpes-Storia delle Alpi-Geschichte der Alpen, núm. 23, 2018, págs. 89-106.

      6 Se hallará un inventario de urgencia en Juan Bautista Vilar, La España del exilio. Las emigraciones políticas españolas en los siglos XIX y XX, Madrid, Síntesis, 2006.

      7 Se encontrará una aproximación multidisciplinar a él en Francisco Durán Alcalá y Carmen Ruiz Barrientos (eds.), La España perdida. Los exiliados de la II República, Córdoba, Diputación de Córdoba/Patronato Niceto Alcalá-Zamora y Torres/Universidad de Córdoba, 2010.

      8 Los retrató con ternura no exenta de crítica Vicente Llorens, él mismo exiliado, en Liberales y románticos. Una emigración española en Inglaterra (1823-1834), Madrid, Castalia, 1968.

      ELENA FERNÁNDEZ GARCÍA

      Conseguida la victoria definitiva sobre las tropas francesas y el Gobierno del rey intruso José I, Fernando VII recuperaba en diciembre de 1813 la corona de España. En aquel momento tenía dos opciones como rey legítimo: volver al statu quo anterior a 1808 o jurar la Constitución de 1812. Eligió lo primero. Se reveló como un soberano absolutista, cuya política se centraría en preservar su trono aplastando con mano de hierro cualquier brote de oposición.

      Con la restitución del absolutismo a partir del decreto del 4 de mayo de 1814 y hasta su muerte en 1833, el monarca desató una lucha sistemática y tenaz contra los hombres y mujeres del bando liberal y afrancesado.1 Suerte variada tuvieron aquellos que, en función de su trayectoria política o militancia liberal, sufrieron los efectos del absolutismo fernandino. Mientras que unas quince mil personas acabarían huyendo hacia el exilio, la gran mayoría permanecieron en España integradas, en mayor o menor medida, en la lucha clandestina contra el absolutismo.2 Muestra de lo dicho es que, hasta el triunfo de Riego en 1820, el despliegue del sistema represivo no pudo evitar la sucesión de conspiraciones por parte de aquellos que, a pesar de la violencia, mantuvieron el anhelo por el retorno del sistema constitucional. Pero de nuevo, tras la experiencia del Trienio y la derrota de las tropas españolas a manos de los invasores en 1823, muchos de los partidarios y combatientes del ejército vencido fueron apresados u obligados a huir a los países vecinos.

      Sin duda, las mujeres también experimentaron las vicisitudes que acompañaron al desarrollo del primer liberalismo en España. Entre el Sexenio Absolutista (1814-1820) y la Década Ominosa (1823-1833), alrededor de mil quinientas mujeres padecieron el exilio, principalmente en Francia e Inglaterra.3 Por supuesto, la situación no fue fácil para aquellas que, siendo esposas o hijas de políticos y militares liberales, no pudieron seguirles en su huida. Su relación de parentesco las convirtió directamente

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