Patrias alternativas. Jordi Pomés Vives (Eds.)
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Si bien es cierto que, con la vuelta del absolutismo, las formas de sociabilidad en las que las mujeres compartían espacios con los hombres fueron diluyéndose —al mismo tiempo que se ponían trabas al debate político e intelectual y se vetaba la prensa política—, las españolas no se volvieron irrelevantes. Ya fuera en el exilio o en el interior, algunas de ellas supieron desarrollar desde el ámbito privado unas atribuciones clandestinas que el nuevo Estado, que persistía en adjudicar a este espacio los más bajos valores de la consideración política, no había previsto.
2. LAS PRIMERAS EXILIADAS
Con la vuelta de Fernando VII y el regreso del absolutismo, quienes se posicionaron a favor de la causa constitucional o habían luchado junto al bando francés fueron perseguidos duramente. El exilio fue la única salida para una parte importante de los liberales y afrancesados, entre ellos muchas mujeres.
Respecto a las dos primeras oleadas de emigraciones, la josefina de 1813 y la liberal de 1814, conviene aclarar que en las listas de refugiados o damnificados hay pocas referencias a mujeres. Tanto si llegaron solas a su destino como si abandonaron España en compañía de sus esposos o familias, los registros oficiales suelen omitir sus nombres. Solo han trascendido las vicisitudes de personalidades destacadas, como Juana de la Vega y su madre, Josefa Martínez y Losada.21 Sin duda, su unión con personalidades destacadas favoreció su visibilidad, mientras que para el resto resultó difícil y prevaleció el anonimato al quedar integradas en el núcleo familiar. Así ocurre, por ejemplo, en el amplio expediente sobre José Barrera y su familia, donde se recogen testimonios en los que se ven envueltos miembros femeninos del núcleo familiar.22
Por su parte, Josefa Martínez y Losada colaboró en la fuga de varios oficiales presos en La Coruña proporcionándoles los medios logísticos y económicos necesarios para su huida. De convicciones liberales, asimismo inculcó a su hija el gusto por la lectura y la cultura, y le ofreció una completa formación en letras y humanidades. A ella se sumó la instrucción recibida a través de las amistades ilustradas y liberales que visitaban a su padre. Por todo ello, se inició en las labores de apoyo a la resistencia liberal con tan solo trece años de edad ejerciendo de enlace entre su padre y sus compañeros huidos de la justicia.23 Tras la participación de Juan Antonio de Vega en el pronunciamiento fracasado de Juan Díaz Porlier, toda la familia emigró a Portugal,24 incluida la hija Juana, que por aquel entonces ya había contraído matrimonio por poderes con el general liberal Francisco Espoz y Mina, a quien siguió en su exilio.25 A lo largo de su vida en común, el general empleó a su mujer como secretaria particular y como intermediaria con el resto de los exiliados liberales; la falta de ilustración del militar sin duda le supuso un lastre, que compensó con la formación de su esposa.26
Tal fue la influencia y el estatus de algunas de estas señoras fuera de nuestras fronteras que incluso despertaron el interés de las autoridades. Sospechosas de intrigar usando como tapadera sus intensas vidas sociales (salones, tertulias, bailes, etc.), los Gobiernos propios y externos no dejaron nunca de ejercer una estrecha vigilancia sobre damas como la duquesa de Híjar. Desde luego, su extenso expediente policial no deja lugar a dudas:27 ya en 1817, recién llegada a París, hay evidencias de su apoyo a los planes conspirativos de algunos liberales para reponer a Carlos IV en el trono.28 Asimismo, se advierte de su hospitalidad y ayuda a algunos exiliados, por lo que la Policía la consideraba favorable a los liberales. En realidad, sus preferencias políticas estaban a la vista de todos y no se ocultaban. Según los informes policiales, recibía a numerosos e importantes personajes —entre ellos, a «ingleses»— y trataba con particular atención a los españoles refugiados, en especial al conde de Toreno, a quien estaba muy unida. El seguimiento de las actividades de la duquesa tendría un largo recorrido y se intensificaría a partir de 1824, como consecuencia de la llegada de un segundo aluvión de liberales procedentes de España.
Casos como el anteriormente expuesto muestran que para la Policía una mujer de recursos e independiente que tuviera trato con personalidades liberales era directamente sospechosa de ser una intrigante. No hay duda de que el celo por vigilar a la duquesa no provenía tanto del carácter de sus propias acciones como de las de su entorno. No obstante, el interés de la Policía no solo se centró en la vida cotidiana de los extranjeros residentes en Francia. También organizó un sistema de registro de las entradas y salidas de extranjeros. Ahora bien, tal y como he adelantado anteriormente, no todas las mujeres despertaron el mismo interés administrativo y policial. Si se revisan los expedientes y las listas de registro, se descubre que las que llegaban a la frontera acompañadas por un cabeza de familia, por lo general, no despertaban suspicacias. La cosa cambia cuando se trata de una mujer sola: ante un caso así, automáticamente había motivos de sospecha y se hacía necesario ahondar y averiguar si realmente la alarma policial tenía alguna base.
Tal fue el caso de Teresa Gual, quien, tras permanecer en Francia entre 1814 y 1822, viajó a España en 1820 y 1822 con un pasaporte de indigente, a pesar de gozar de buenas ropas y equipajes. Por todo ello fue vigilada por la Policía francesa, que tenía abiertas sospechas de que era una confidente que ejercía funciones de correo. Su expediente volvería a abrirse de nuevo en 1823, al constatarse un nuevo viaje a Francia.29
Por su parte, Josefa Ramírez, viuda de Miguel Ramírez, también llamó la atención en 1814 de una policía que no dejó de seguirle los pasos en su periplo desde Marsella a París.30 Una vez allí, y habiendo afirmado que tuvo que expatriarse como consecuencia de sus ideas constitucionalistas, solicitó al Gobierno un subsidio como refugiada política. Hasta entonces y bajo el atento control policial, apenas había conseguido mantenerse. Finalmente, Madame d’Azeville se apiadó de ella y le ofreció alojamiento y comida a cambio de su trabajo.
No menos rocambolescas y sin duda excepcionales fueron las peripecias de María del Carmen Silva en su exilio. De ella sabemos que en 1808 tomó parte en la liberación de los soldados españoles que, al mando del general Carrafa, habían sido apresados por Junot. Por ello, se vio obligada a huir de la capital portuguesa y trasladarse a Badajoz, donde, como recompensa por los servicios prestados, recibió una pensión y una licencia para abrir un estanco.31 Fue entonces cuando conoció al que sería su compañero, el médico y periodista Pedro Pascasio Fernández Sardinó. Con él, y tras la capitulación de Badajoz, en marzo de 1811, escapó hacia la zona de Cádiz. Aquí Sardinó iniciará la publicación de El Robespierre Español,32 desde cuyas páginas atacó a estamentos militares, acusándolos de inoperancia. Finalmente, Fernández Sardinó fue apresado y se precipitó el matrimonio por poderes de la pareja, pues de otra manera no se hubiera permitido que una mujer hiciera visitas a un preso.33 Se originó un gran escándalo al salir a luz que la pareja no estaba casada, de resueltas del cual a Carmen Silva la perseguiría siempre el estigma de mujer ilegítima.
Silva se encargó entonces de la edición del periódico. Bajo su dirección, El Robespierre se convirtió en una tribuna desde la que esta señora, pluma en mano, solicitó la excarcelación de su marido apoyándose en su defensa de la libertad de imprenta.34 Tras la liberación de su cónyuge, y después de colaborar un tiempo con El Redactor General, en 1814, la pareja abandonó Madrid para eludir la represión fernandina.35
Los encontraremos en Francia, primero en Burdeos36 y, a partir de 1816, en la isla de Oleron.37 Su estancia allí sería breve. Las maquinaciones de algunos refugiados contra el honor de Carmen Silva por su pasada unión ilegítima acabaron teniendo consecuencias. No solo se la castigó con el pago de una multa, sino que acabó por salir a la luz la identidad política de su pareja. Fichados ya como conspiradores exaltados, decidieron huir. Gracias a los informes policiales sabemos que, en 1817, un confidente situó al matrimonio en París, donde localizaron a Espoz y Mina. Sería él quien los pusiera en contacto con las redes que les permitirían huir hacia Inglaterra.38 Con las autoridades