Patrias alternativas. Jordi Pomés Vives (Eds.)
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Patrias alternativas - Jordi Pomés Vives (Eds.) страница 11
Caso aparte son los de Joaquina Urtazun, alias Jacinta Loreto, y Juana Gallego, alias Josefa Hernández. La primera, vecina de San Sebastián y viuda del coronel Asura, organizaba en su casa reuniones clandestinas y redirigía correspondencia hacia los núcleos conspiradores del sur de Francia. Precisamente, uno de los contactos de Joaquina era Juana Gallego, quien desde Salamanca mantenía correspondencia con los exiliados de Bayona, entre los que se encontraba su esposo, León Arnedo. Por último, Joaquina Urtazun fue descubierta en otoño de 1831 cuando se dirigía en barco hasta Bayona con cartas comprometedoras para Espoz y Mina.89
Igual que la trama de Torrijos, la conspiración de Agustín Marco-Artu y Acha de 1831 proporciona varios ejemplos de colaboración femenina.90 Tanto su esposa, Eugenia Morales, como la prima de esta Esperanza Planes Bardají, alias Peligros, los escondieron de las autoridades. De hecho, justo en el momento en que la policía irrumpía en la casa para detenerlo, saltó por el balcón y huyó. Lamentablemente, Esperanza Planes, que estaba en esos momentos en la casa, no tuvo oportunidad de escapar y fue detenida por ocultar a su primo y mantener correspondencia con Espoz y Mina. Seguramente, la Peligros, como se hacía llamar para ocultar su identidad, estaba casada con Florentino Arizcum —un revolucionario muy cercano a Espoz y Mina—, por lo que las cartas que se encontraron en su poder y la incriminaban por conspiración posiblemente eran de su esposo.91 Otra de las detenidas como consecuencia de la trama de Marco-Artu fue la esposa de Antonio Buch, María Teresa Panigo. A esta también se la acusó de mantener correspondencia subversiva. Fue condenada a muerte, aunque finalmente se le conmutó la pena a seis años de reclusión en el Real Colegio de San Nicolás.92
5. UN NUEVO EXILIO (1823-1832)
La reacción absolutista de 1823 provocó que muchos partidarios del sistema constitucional se vieran obligados a abandonar España para buscar refugio donde las circunstancias políticas se adecuaban a sus ideales. Asimismo, se produciría un efecto llamada que haría que los exiliados y exiliadas se congregaran en determinados destinos. De hecho, la supervivencia de estos expatriados dependió en buena medida del mantenimiento de los contactos personales entre liberales. La mayoría optó por tomar rumbó a Francia e instalarse en ciudades como Marsella, Burdeos o París. Portugal o Estados Unidos también fueron destinos de acogida de exiliados, pero si hay que destacar un enclave donde los exiliados establecieran su red de apoyo y crearan un entorno en el que sentirse seguros, sin duda, ese sería el Reino Unido.
Como había sucedido después de 1814, muchas de las mujeres que optaron por Reino Unido lo hicieron movidas por vínculos familiares. Entre las que acompañaron a sus maridos al exilio británico cabe citar a Ramona Bustamante, esposa del militar Evaristo Fernández San Miguel y Valladares, y a Paulina Canga, hija de Canga Argüelles, que llegó a Inglaterra en compañía de su esposo, Pedro Celestino Méndez Vigo. También Josefa Mallén, esposa de Vicente Salvá, y Antonia Alonso Viado Castro, esposa de José María del Busto, y Vicenta Rodríguez y su hija Josefa López Rodríguez, familia de Ramón López de Acevedo, entre otras muchas, se decantaron por Inglaterra como lugar de exilio.93
Tal y como indican las memorias y la correspondencia de estos exiliados, la acogida que recibieron del pueblo británico fue muy cordial y caritativa pues, a su condición de liberales, se sumaba su pasado común como enemigos de Napoleón. Por este motivo, el Gobierno británico había establecido comités de asistencia, cuya principal tarea era ayudar a los recién llegados y sus familias. La mujer y los hijos de José Díaz Avilés o la esposa de Juan Villa se beneficiaron de los socorros mensuales del City Committee. Igualmente, se organizaron suscripciones públicas y eventos sociales por parte de la aristocracia y los comerciantes británicos para recaudar fondos y ayudar a los liberales españoles, que se encontraban en una situación económica muy apurada.
La anteriormente citada Paulina Canga, hija de José Canga Argüelles, era una de las estrellas invitadas en este tipo de actos benéficos. Cantante muy cultivada, se convirtió en una habitual de los conciertos y actuaciones a favor de los exiliados españoles que se organizaron en Londres entre 1826 y 1829. Incluso la prensa se hizo eco de las dotes vocales e interpretativas de esta dama española que, en solidaridad con sus compatriotas emigrados, interpretaba un repertorio lleno de canciones patrióticas.94 Unos años después, Paulina intentaría repetir sus éxitos en París, pero le fue imposible al denegársele el pasaporte «por ser mujer de revolucionario». Finalmente, regresó a España en 1831, pero fue detenida y encarcelada bajo la acusación de haber mantenido económicamente a su marido.95
La mayoría de los emigrados no hablaban inglés y no conocían a nadie más allá del núcleo de expatriados, por lo que tenían problemas serios para conseguir un empleo. Afincados en el barrio londinense de Somers Town, una zona de viviendas baratas unida a la capital por un camino conocido como New Road, deambulaban individuos vestidos con capas raídas, que pasaban el día vagando por Euston Square y las zonas próximas a St. Pancras Church.
Quizás por esa razón, durante el exilio de la segunda restauración absolutista, hubo mucho trasiego de emigrados que pasaban de Inglaterra a Francia buscando mejorar su situación. Este fue el caso de la antes mencionada Josefa Mallén, hija del librero francés Diego Mallén afincado en la ciudad de Valencia y esposa de Vicente Salvá, que se refugió en Londres junto con su marido y varios de sus hijos. Su periplo comenzó en Cádiz y siguió en Gibraltar, donde permaneció hasta finales de 1824, cuando embarcó hacia Londres. Allí, la familia inició un negocio de libros, pero en 1830 decidieron mudarse a la capital francesa para mantener un mayor contacto con sus actividades comerciales en Valencia. Pese al cambio, el negocio no acabó de cuajar y la situación económica de la familia se resintió.96
La situación de los exiliados en Francia no era mejor que la que pudieran tener en Inglaterra, y aun así iniciarán ese viaje Joaquina Sitjes (o Sitches), que, desde Inglaterra, se dirigía sin pasaporte a París,97 o Rosa Aché de Tacón, que sí consiguió un pasaporte para ella y sus dos hijos.98 Como pudo comprobar María de Lázaro, la situación en Francia también era muy dura. Habiendo perdido a su marido y a su padre por su relación con el general Riego y temiendo las represalias por sus conexiones liberales, decidió exiliarse. En 1833, tras la promulgación de la amnistía que a partir de 1832 permitió la vuelta a España de la mayoría de los liberales exiliados, María decidió regresar y solicitar un subsidio. En su exposición afirmaba que, a pesar de su difícil situación, no importunó a sus compañeros de infortunio y se mantuvo en Inglaterra y Francia trabajando «con sus manos».99 Fue parecido el caso de Antonia Fernández, quien también trabajó desde el inicio de su emigración como sirvienta, pero en 1832 solicitó un subsidio para volver a España aludiendo a su situación de extrema miseria.100
Como es de esperar, el deseo de volver al país de origen se convirtió en uno de los sustentos vitales de los exiliados. Es fácil suponer que quizás soportaran las penurias de su situación pensando en que algún día regresarían a su hogar y se reunirían con sus familias. Por esta razón, pasado el peligro, a partir de la amnistía, aumentaron notoriamente las demandas de las refugiadas que solicitaban ayuda a los Gobiernos francés y británico para su viaje de vuelta a España.101
Algunas de ellas, como María Luisa López, casada con Benito Mayordomo, interventor de Aduanas en Madrid, argumentaban que su marido se había marchado para participar en las insurrecciones liberales y que no había vuelto a tener noticias de él, razón por la que manifestaba encontrarse en la más absoluta miseria y viviendo gracias a la misericordia del resto de emigrados españoles, como Romero Alpuente —quien según su relato se mostraría especialmente generoso con ella—.102 Parecidos son los acontecimientos que vivió Rita Janer, esposa de Paul Janer, consejero de la Municipalidad de Barcelona y condenado a pena de muerte por haber