Patrias alternativas. Jordi Pomés Vives (Eds.)
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La otra hermana, Matilde de Soto y Urquijo, conseguiría quedar purificada en segunda instancia, a pesar de que en ambos procesos hubo informantes que la describieron como una persona que desde la niñez apoyaba a los constitucionales, celebraba sus triunfos y durante el Trienio llevaba las cintas verdes y una mantilla con un bordado donde se podía leer «Constitución o muerte».56
Otro ejemplo es el de Clara Ignacia de Madariaga y Aróstegui, la hija del marqués de Casa Alta. Ella y su marido, Alfonso Ramírez de Briones, fueron acusados de ser exaltados y de acompañar al Gobierno constitucional en Cádiz. Sin embargo, la mujer murió antes de que todo el proceso acabase y el marido mantuvo el empeño en conseguir la purificación. En segunda instancia se matizó su consideración de exaltada y los nuevos informantes, aunque afirmaban su apoyo a los liberales, coincidieron en señalar que la señora siempre mantuvo una conducta juiciosa y moralmente intachable.57
De todas estas causas, la más conocida es la petición de pensión de viudedad que Emilia Duguermeur, esposa de Luis de Lacy, solicitó en 1818.58 Invocó la misericordia del rey que, si había perdonado a los traidores que lucharon contra él y a favor de los franceses durante la guerra de la Independencia, seguro que valoraría la heroicidad de su esposo en dicha guerra, por encima del resentimiento que pudiera sentir hacia el general fusilado que en 1817 se había pronunciado en Cataluña junto a Milans del Bosch a favor de la Constitución de 1812.59 Su intención era señalar que su esposo no había sido degradado y, por lo tanto, tenía los mismos derechos que cualquier otra viuda de militar. Por supuesto, su petición no fue tenida en cuenta y no sería hasta la primavera de 1820 cuando, aprovechando el cambio de régimen, Emilia Duguermeur iniciaría de nuevo el pleito sobre su pensión.60 Se le concedería por fin en julio de 1821. Asentada en Madrid, utilizó la memoria del general Lacy para proyectarse políticamente.61 En octubre de 1822 volvió a Barcelona, donde permanecería hasta el fin del Trienio. Se exilió entonces a Francia, donde se le pierde la pista hasta que en 1832, en virtud de la amnistía aprobada por Fernando VII, regresó a España.
Respecto a las conspiradoras, su actividad se desarrolló al tiempo que se estaba elaborando la estrategia del pronunciamiento insurreccional. En esta etapa de 1814 a 1820, de nuevo destacan las mujeres más notables, sobre todo las esposas de los héroes o mártires de la revolución. Personalidades de la talla de Josefa Queipo de Llano62 o Luisa Carlota Sáenz de Viniegra63 contrastan con la poca información que existe sobre las conspiradoras anónimas.
De Josefa Queipo de Llano, dama cultivada y liberal, se conoce que participaba directamente en las tertulias organizadas por su marido en su casa de Oviedo y que frecuentaron personajes como Francisco Martínez Marina. Por su activa intervención en la organización del pronunciamiento de su marido en La Coruña en septiembre de 1814 sería condenada a cinco años de reclusión en el colegio de huérfanas de Betanzos. No sería liberada hasta el 23 de febrero, en vísperas de la Revolución de 1820. No obstante, sus últimos años de vida estuvieron marcados por la persecución de las autoridades fernandinas y los cargos de conspiración porque en su casa se imprimían papeles subversivos.64
Igualmente, es de sobra conocida la labor de Luisa Carlota Sáenz de Viniegra, esposa del general Torrijos, en los complots liberales que se urdieron entre 1817 y 1819. Entre sus labores principales estuvo la de operar como enlace entre los liberales en la clandestinidad y su esposo. En noviembre de 1823, tras la entrega de Cartagena a los franceses por orden de Fernando VII, se embarcó junto con su esposo rumbo a Francia con 13.400 reales, para más tarde marchar a Inglaterra, donde Torrijos obtuvo un subsidio por los servicios prestados a los ingleses durante la guerra de la Independencia.65 La pareja no se separó hasta el fusilamiento de Torrijos, tras el cual Luisa permaneció en Francia hasta su regreso a España en 1834. Dedicó el resto de su vida a reivindicar la memoria de su esposo y a escribir su biografía recopilando todos los documentos de la conspiración que pudo reunir. Tras la muerte de Fernando VII, recibió los títulos de condesa de Torrijos y de vizcondesa de Fuengirola, la playa malagueña donde había desembarcado su marido.
Otro de los casos más destacados es el de Vicenta Oliete. Mujer de origen humilde, en 1815 entró a trabajar en el servicio de Romero Alpuente y en 1818 fue desterrada de Madrid por no querer colaborar con la Inquisición en el enjuiciamiento del célebre abogado liberal.66 En 1822 regresó a Madrid para ocupar el puesto de presidenta de la Junta Patriótica de Señoras. Debido a su trayectoria, al caer el régimen constitucional en 1823, fue detenida en Toledo y encarcelada en Valencia, de donde consiguió huir y llegar a Gibraltar.67 Una vez allí, le resultó más fácil marchar al exilio junto con su tío Romero Alpuente.68 Ya en Inglaterra, donde llegó en 1825, hay evidencias de que Vicenta Oliete actuó como agente doble entre 1826 y 1827 y proporcionó información sobre el exilio a las autoridades españolas a cambio de un salvoconducto que le permitiera volver a España con inmunidad y una compensación económica.
Se han podido rescatar algunos nombres de las conspiradoras anónimas, como el de Josefa Maruco, quien junto con su esposo fue acusada de dar apoyo a liberales. Condenada a diez meses de prisión, desgraciadamente dio a luz en prisión y fue obligada a dejar a la criatura en la inclusa, donde moriría a los pocos días.69 O el de madame Saturnin, D.ª Mariquita o la tía Pepa, agentes clandestinas citadas en la correspondencia de la gran trama liberal y josefina de 1817.70 Ese mismo año tenemos noticia del viaje de la liberal Socorro Tudos a Pisa para contactar con los carbonarios italianos.71
No obstante, es importante destacar que las liberales que siguieron activas durante el Sexenio Absolutista fueron pocas y que habría que esperar a la experiencia del Trienio y a su fracaso para que las cosas cambiaran. Sería entonces cuando la militancia femenina resultaría más visible y, por tanto, la persecución a la que las sometería el absolutismo, mucho más severa y rigurosa. Este fue el caso de María del Carmen Ponze de León y Carvajal, marquesa de Astorga,72 quien, a pesar de su afiliación pública al liberalismo, permaneció en España durante el primer período absolutista sin perjuicios destacables. Ahora bien, tras el fin del Trienio, sí sufriría los efectos de la gran depuración liberal realizada a instancias del rey, al punto de que no solo se le retiraría el sueldo de 50.000 reales que recibía en calidad de dama de la reina, sino que se vería obligada a marcharse a París.73
4. EL TERROR DE 1824 (PURIFICADAS Y REPRESALIADAS)
El tiempo de libertad y de efervescencia política que se abrió en 1820 proporcionó a las mujeres la posibilidad de integrarse en la vida pública de nuevo. Sin ignorar las trabas a las que muchas tuvieron que hacer frente para integrarse como miembros de pleno derecho en las sociedades patrióticas, las mujeres no dejaron de estar presentes en esos importantes vehículos de politización. Asimismo, en tanto que madres y esposas, las mujeres se comprometieron de diversas formas en la defensa del constitucionalismo. Algunas escribieron en los periódicos sobre materias políticas, mientras que la mayoría no dudó en participar en los actos cívicos en defensa de la Constitución o en honor de los héroes de la revolución. No obstante, donde la visibilidad de las mujeres se hizo más perceptible fue en el orden simbólico, mediante