Claudio Magris. Domingo Sánchez-Mesa Martínez (Ed.)

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Claudio Magris - Domingo Sánchez-Mesa Martínez (Ed.) monografías

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existen momentos en los que la vida nos muestra un rostro tan insoportable, tan devastador, que hay que dar testimonio de ello. Pero guardémonos de hacer ideología, de hacer un sistema, una ideología, porque, como decía a Sábato, antes citado, tú desciendes a las profundidades donde encuentras estas danzas macabras, pero cuando emerges retomas la batalla por los desaparecidos. Es decir, no es necesario el coqueteo con la falsedad de la Medusa.

      El teatro, no sé por qué, quizás porque está conectado con la fisicidad, con esa voz que surge de dentro, quizás porque de tanto en tanto es un grito de dolor, como cuando ponemos un pie sobre un clavo y respondemos con un tono de voz que no nos gusta. El teatro es quizás la forma en la que he expresado más esta dimensión nocturna. Escribir para el teatro me ha ayudado mucho; también traducir para el teatro, sobre todo del alemán. Especialmente la traducción de una obra de arte maestra como Woyzeck de Büchner, que ha sido fundamental para mí. Es posible que no hubiera escrito A ciegas y algunas otras cosas sin haber traducido, sin haber hecho la prueba con esta lengua que te siega la vida como una navaja de afeitar, ¡zas!. Y me ha ayudado mucho el hecho de traducir para el teatro casi siempre para compañías que iban a escenificar el texto que me habían pedido y de las que conocía a los actores, actrices, las bocas de las que habrían de salir aquellas palabras. Recuerdo un texto traducido para Buazzelli, gran actor bresciano, que era grande y gordo, con aquellas mejillas gruesas de las que debían salir aquellas palabras. Esto me ha enseñado mucho; esta dimensión física en la que la palabra escrita conserva su naturaleza oral mucho más en el teatro que en la novela. Porque la literatura nace oralmente; mi colega Homero parece que no supiera escribir (obviamente no se sabe quién era, si hombre o mujer, si uno o varios). En este sentido me interesa mucho el teatro y creo que esta dimensión oral yo la siento mucho.

      DOMINGO SÁNCHEZ-MESA: Muchos de los que estamos hoy aquí sentimos amenazada la vida y la salud de la Universidad, la función pública de una institución como la Universidad que, al menos en España, sufre una crisis profunda en un sistema político, económico, cultural donde la dinámica y la trayectoria de dicha institución se aleja del deber ser que creemos le corresponde. Usted ha escrito también sobre la Universidad, ¿cuál es su pensamiento sobre esa función y su valor en este cambio de paradigma cultural que vivimos?

      CLAUDIO MAGRIS: No conozco la Universidad española, en el sentido de que, para conocerla, es preciso estar dentro de ella, estudiando y/o enseñando (he enseñado 43 años en la italiana), pero creo que puedo decir algo al respecto. Considero que a menudo (y también en la italiana) en algunas disciplinas sobre todo es un auténtico desastre. En primer lugar, porque se ha copiado exactamente, punto por punto, el sistema anglosajón sin tener en cuenta la tradición que lo ha nutrido. Por ejemplo, creo que el sistema de créditos en nuestro caso ha contribuido a destruir la investigación porque este sistema que acostumbra a ser inmediatamente recompensado, pagado por cualquier cosa que se hace es absolutamente negativo. Yo sé muy bien que lo que ahora gano por escribir en Il Corriere, no lo ganaría si en su momento no hubiera leído el Don Quijote, a Balzac, etc., etc., pero cuando tenía 18 años no me hacían pagar por leer Guerra y Paz.

      Cuando aún enseñaba, impartí un seminario sobre las dos culturas: ciencia y literatura; una cosa interesantísima, que no tenía nada que ver con la literatura alemana. Los estudiantes venían por interés. Más tarde de repente desaparecieron. Y pregunté a uno de ellos: «¿cómo que no venís ya a oír estas cosas?» y me contestó «si nos diesen algún crédito…» Y yo le dije «¿nunca has besado gratis a una chica?» Esto comporta la destrucción de todo sentido histórico. Desde este punto de vista es impresionante el desinterés por todo lo que ha pasado. Un inteligente joven de 20 años me comentaba que, por principio, él no iba a ver ninguna película anterior a finales de los años 80 y especialmente de literatura. Verdaderamente existen cosas muy equivocadas que comportan una grandísima decadencia. Esto no solo se refiere a Europa. Yo he enseñado en el Bard College, donde enseñaba Hanna Arendt, a 31 estudiantes de los cuales 8 de ellos no habían oído hablar nunca de Stalin, no sabían quién era Stalin y esto no es problema pequeño.

      Resulta paradójico que en la época en la que tenemos los sistemas más formidables de comunicación, a través de los cuales podemos saber en dos segundos lo que sucede en Nueva Zelanda, no sepamos, creo, qué sucede en Afganistán. ¿Qué es lo que verdaderamente sabemos sobre Afganistán?: ¿quién gobierna, quién controla, qué controlan los talibanes? ¿quién está detrás de ellos? Sabemos menos que lo que sabían los lectores de Kipling cuando hacía la corresponsalía de la otra guerra afgana. Con esto no estoy diciendo que todo está mal, por supuesto, pero ciertamente existe un gran peligro y esto es lo que me dicen no solo mis ex-estudiantes, que ya tienen una edad, sino que me lo dicen ahora estudiantes veinteañeros que encuentran dificultades precisamente por esto, por esta falta de sentido histórico. Existe algo que ciertamente se ha ido desarrollando y… Pero ninguna nostalgia, porque la nostalgia es estéril. Hay que tratar de ver qué se puede hacer ahora.

      Ciertamente, la Universidad en la que he crecido tenía muchos defectos: las famosas cosas, las varonías, todo lo que queráis. A veces es verdad que ciertos profesores no respetaban sus deberes hacia los estudiantes y esto es absolutamente cierto. Pero cuando el ministro de cultura de un gobierno al que yo voté, el ministro Berlinguer, dijo que «los estudiantes son clientes» todo cambió. Yo le dije, no señor ministro, los estudiantes tienen derechos que deben ser absolutamente, duramente, severamente respetados, pero no son clientes, porque en caso contrario sería como ir a un restaurante. Si voy al restaurante y ordeno espagueti y digo de añadirles azúcar, el camarero puede intentar disuadirme, pero finalmente yo pago y el cliente siempre tiene razón. Entonces, con este mismo criterio, puede ocurrir que un estudiante preguntado sobre quién ha escrito «El Fausto» responda que Cervantes. En general no es así, pero para él sí, porque el estudiante es un cliente y tiene razón. En este sentido se ha producido un pseudosociologismo, un pseudoeconomicismo que comporta gravísimas consecuencias.

      DOMINGO SÁNCHEZ-MESA: Desde L´infinito viaggiare está claro que España es un país incorporado a la galería de periferias más importantes para Claudio Magris. Hoy, en Granada vivimos, aunque de forma bastante inconsciente para muchos, una cultura de frontera que se ha prolongado durante siglos. En esta segunda visita a esta ciudad, al cabo de muchos años, y cerrando el círculo que comenzamos al principio de esta conversación con Trieste ¿cómo definir la relación con España, con Granada, en su visión de Europa, en su imaginación de la frontera literaria?

      CLAUDIO MAGRIS: No diré que España sea una periferia, no. En este momento histórico, cultural, ya sea en lo referente a la historia de la Unión Europea, como a la cultura, etc., España es como otras naciones una del centro (evidentemente no es Luxemburgo), con todos los problemas, errores, crisis, bravura, realidad, estupideces que han cometido los gobiernos de diferentes tendencias; no la he sentido nunca como frontera, absolutamente; incluso porque ha vivido en nuestro imaginario como un centro; pero en definitiva un centro de una dimensión mundial, culturalmente, políticamente, no siempre en sentido positivo (entendámoslo), pero en suma…

      En cuanto a Granada no tengo esa experiencia fundamental que se debe tener de la ciudad, al menos en un cierto grado y que es también física: pasearla, conocerla, visitar sus rincones, sus hombres, sus colores, sus olores.. Tengo un recuerdo fortísimo de la Alhambra, visitada hace bastantes años. Y viceversa, está presente por muchas razones, no solo por un viejo amor mío por las cosas españolas; soy un gran lector del Siglo de Oro; también mis hijos; no sé si he aprendido de ellos o ellos de mí. He hecho muchas lecturas. También hay que tener en cuenta los enormes intereses guiados por razones literarias: porque en el libro que he escrito ahora me he ocupado tanto de la reconquista como de la expansión española por ultramar, para construir historias que he recogido, etc.5

      Me falta la familiaridad con la ciudad, la visité hace 38 o 40 años y por segunda vez ayer: me interesa muchísimo desde el punto de vista como frontera entre el mundo árabe de entonces y el no árabe. Es extraordinariamente interesante. Naturalmente hoy tanto España como Italia (quizás

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