Claudio Magris. Domingo Sánchez-Mesa Martínez (Ed.)
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Es una historia borgesiana. Yo quise regalar el plot a Borges. Una vez pasé unos días con Borges en Venecia y le dije: «le regalo un plot y usted hará una obra maestra» y le conté esta historia. Él me acarició el brazo y me dijo: «No, la historia es su vida, escríbala usted». De este modo la literatura universal ha perdido una obra maestra, pero yo escribí mi primera ficción.
Y esto continuó en El Danubio, que está lleno de cosas reales, que naturalmente se convierten en otras en el contexto. Cuando escribo El Danubio tengo la impresión de hacer un mosaico, en el que cada una de las teselas corresponde a un trozo de realidad. Después todas juntas forman un diseño que es mío, bello o feo. También en A ciegas la historia de estos comunistas apasionados que eran conocidos, perseguidos por los fascistas, los nazistas, que van a construir el comunismo con entusiasmo en Yugoslavia, que son perseguidos por estalinistas tras el grandísimo paso de Tito, donde resisten heroicamente las torturas como en el gulag que han conocido y resisten en nombre de Stalin, que representa para ellos la libertad, la democracia, la justicia y que cuando vuelven a Italia, una vez regularizada la situación, son maltratados por la policía y vigilados como peligrosos comunistas que llegan del este y hostigados a su vez por los comunistas porque sus testimonios sobre la política filo-estaliniana son incómodos.
Hay un detalle que quiero recordar: algunos encontraron en Monfalcone sus casas, que habían sido asignadas con anterioridad a algunos prófugos italianos de Istria que lo habían perdido todo. Si yo hubiera inventado este episodio, habría hecho una pésima literatura kitsch, una invención verdaderamente disparatada; y es verdad. Podría citar muchos ejemplos, en Un altro mare, etc. Sí, la realidad me ha fascinado siempre. Y naturalmente se trata de hacer narraciones cuando la realidad es tan grande, tan terrible y plantea problemas al pobre diablo que, obviamente, no es Tolstoi, y que trata de contarla.
DOMINGO SÁNCHEZ-MESA: Usted fue senador de la república italiana. Si tuviéramos que hablar de la «voz del intelectual» —en un encuentro sobre «las voces del escritor» como este—, ¿cuáles son las claves para que esa voz pueda seguir oyéndose de forma independiente en el reino de la inflación de la opinión, de la publicidad, del marketing de las ideas? Y, de forma vinculada a esta pregunta quiero formular una segunda pregunta por la función actual del periodismo, esa «gran novela por entregas» como usted lo ha definido y al que se refería en uno de sus artículos más reveladores, «Los periódicos, la cultura y la pistola de Goebbles», del siguiente modo: «El periodismo tiene hoy más que nunca una importancia y una responsabilidad enormes en la formación de la cultura de un país».3
CLAUDIO MAGRIS: Ante todo querría hacer una precisión en relación con esta pregunta que para mí es fundamental y a la que después responderé. A propósito de la cultura y sobre el equívoco que existe en relación con la categoría de intelectual; porque se considera «a priori» —y no entiendo por qué— como intelectuales a quienes cultivan una determinada disciplina y no a quienes cultivan otra.
Nunca he comprendido por qué cultivar algunas disciplinas, como la mía, debe dar «a priori» una garantía de juicio crítico, libre, más que a otras; no es verdad. Basta pensar que los más grandes escritores del pasado siglo, alguno de los más grandes, han sido fascistas, nazistas, estalinistas. Pirandello manda un telegrama de solidaridad a Mussolini tras el asesinato de Matteotti. Sin embargo nosotros continuamos amándolo, comprendiendo el recorrido tortuoso y enmarañado que le ha llevado a este gesto, pero ciertamente su portera entendía la política en aquel momento mejor que él. Céline, en efecto, es un gran escritor que te enseña el amor por la miseria, pero escribió cosas que en aquel momento eran aberrantes. Los intelectuales franceses eran devotos en la «mesa roja» en Moscú y asistían devotamente a la implicación de tantos compañeros suyos en la lucha comunista. Knut Hansum uno de los más grandes escritores fue nazista, etc., etc., etc. Y no es verdad que ejercitar, incluso genialmente, una determinada actividad dé mayores garantías.
De hecho, yo rechazo siempre firmar cualquier manifiesto sobre cuestiones generales (naturalmente si es un manifiesto sobre la literatura alemana lo haré) si no es un manifiesto que se ofrezca a la firma de todos los ciudadanos adultos, como el Manifiesto de las 2000 palabras de Václav Havel, que estaba expuesto a todos los praguenses. Rechazo firmar un manifiesto que no requiriese la firma de mi madre o de mi vecino. Exactamente como el derecho al voto. No imaginamos que Borges deba tener dos votos y yo y ustedes uno. Sin duda algunos nombres constituyen justamente un gran reclamo, que es una cuestión política; la opinión de Bobbio presiona más que la mía. También porque, según creo, cultura significa solo una cosa: la capacidad crítica y autocrítica que sitúa a cualquiera y a uno mismo en el contexto de la generalidad, sin ser víctimas de la idolatría particular.
Un escritor que se afana por completo en escribir libros para que se les hagan las reseñas, es exactamente no culto, inculto, vulgarmente inculto, o bien víctima de compasión del mecanismo de la sociedad, como ocurre con el famoso film de Chaplin Tiempos Modernos (1936).
Naturalmente existen deberes, los deberes elementales humanos, que se refieren a todos y no solo algunas categorías en particular: las grandes cuestiones políticas, sociales, económicas, la injusticia… cada uno de nosotros está llamado a contribuir con los medios que tenga. Por tanto, entre los medios que yo poseo, modestos, está la pluma y naturalmente la uso; y no vale ni más ni menos (incluso menos) que la de una actividad como, por ejemplo, de los comités de barrio para socorrer a los que están muertos de hambre. Y estos son los deberes de todos.
Vayamos a la respuesta a la pregunta. El periódico es una gran milicia. Yo escribo en los periódicos, en Il Corriere, desde hace 49 años.4 Es verdad que cuando llegó el nuevo administrador delegado, muy joven, le dije: «espero que se encuentre bien entre nosotros» (risas…) y antes escribí durante dos años en el periódico de Trieste Il piccolo Trieste y en Turín en La Gazzetta del Popolo. Todo ello dejando aparte Il Corriere. Yo escribo artículos de literatura, de viajes, de reportajes, de cosas que me vienen a la cabeza y también de mis intervenciones de tipo político, que hago no de muy buena gana, porque yo escribo sobre esto solo cuando existe algo que tengo la sensación de que me obliga a intervenir moralmente para denunciar un hecho, para defender a alguien, para atacar, para protestar por algo. Y no lo hago con gusto porque ningún deber constituye un placer. Si esta mañana, viniendo a la Facultad, hubiese visto a alguien tratando de matar a un niño, no hubiera podido venirme tranquilo a recibir este espléndido homenaje que me ofrecéis y olvidarme de ello. Naturalmente habría debido intervenir «coûte que coûte»; y no lo habría hecho con placer; en primer lugar porque habría tenido miedo; en segundo porque hubiera preferido que algún intrépido joven granadino lo hubiese hecho.
Estos artículos que he hecho son muy míos, porque son (expresan) toda mi pasión, pero hubiera estado más contento de que los hubiera escrito otro; mientras que, por el contrario, un artículo sobre un paisaje que he visto, sobre un flash de una historia estoy contento de haberlo escrito yo. Exactamente igual que cuando uno se siente obligado a empuñar un arma; a veces puede ser trágicamente necesario para defender a alguien, pero no es divertido, y, cuando es divertido, resulta peligroso. Cuando estas batallas morales se convierten en algo que uno hace con placer, se convierte en el placer del moralista, que es un placer muy peligroso. Uno tiene que ser moralista, y a veces muy a menudo, pero también es necesario aguantarse las ganas de serlo, controlarse.
Volviendo a la pregunta sobre el periódico, que me interesa muchísimo. He aprendido tanto en el periódico; es una especie de escuela de resistencia, de defensa personal, de lucha china o japonesa (que yo no he practicado nunca), porque es necesario resistir al mundo que presiona y que te golpea la espalda; pero resistir no de una manera abstracta, sino interviniendo. Algunas veces, cuando se me han pedido determinados artículos, yo los envío sin discusión previa; pero también debo decir que otras ocasiones