¿Quién escupió el asado?. Diego Pérez

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¿Quién escupió el asado? - Diego Pérez

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bukowskiana y neodadaísta, crean su punkitud —actitud punk—, definiéndose a sí mismos como «una generación ausente y solitaria»,17 o «huérfana e iconoclasta» (Bravo: 2019). Se expresan por fuera de los cánones establecidos por la generación del 45, hallando ciertos vínculos con la mal llamada «generación del silencio», que comienza a expresarse a partir de 1979 y que cobra fuerza en la etapa posplebiscito de 1980.

      Más allá de que «el nombre tenía gancho» (Michelin: 2019), en «una coctelera de conceptos» relacionados con la blank generation, el neodadaísmo y la atmósfera pospunk, la expresión ausente refería a la imposibilidad que tenían las juventudes de participar y ser escuchadas en la escena cultural posdictadura. Solitaria respondía a que no se hallaban atados a ningún espacio social, político o cultural. Se manifestaban en las artes visuales, la poesía, el teatro, la danza, la literatura, el grafiti, el periodismo, pero fundamentalmente en el rock, y en la vertiente más irreverente para la época: el punk. «Había tremendas ganas de divertirse y de sentir la libertad» (Michelin: 2019).

      Estas expresiones surgen en Uruguay a inicios de 1981, pero no logran tomar forma sino a partir de 1987. El fin de la dictadura cívico-militar y las frustraciones del nuevo régimen democrático, las vicisitudes económicas, la política sobre derechos humanos, la Ley de Caducidad y, posteriormente, el plebiscito de 1989, y, en ese contexto, el accionar represivo de la policía y la configuración de un nuevo enemigo: la juventud, generó en aquella atmósfera montevideana un malestar que fue canalizado a través de una reinterpretación de la identidad en un Uruguay amnésico de sus propios crímenes.

      Podemos decir que existen dos etapas bien definidas de la subcultura en los ochenta. Su génesis desde el Teatro del Anglo, en 1981, hasta el Montevideo Rock I, en noviembre de 1986. Esta etapa se encuentra signada en sus últimos años por la «fama» sin las cuevas del rock, por las peñas artísticas, la poesía, el teatro alternativo y la autodenominada Brigada Destroy rompiéndolo todo, peleándose por las calles de Montevideo y acompañando cada movilización de estudiantes, trabajadores y organizaciones sociales. Y el silencio, el temor y el encierro.

      El final de 1986, con la aprobación en el Parlamento de la Ley de Caducidad, marcaría el año 1987. A partir de aquí, comenzamos a hablar de la floración del fenómeno de la subcultura. Aparecen GAS Subterráneo, La Oreja Cortada, Cable a Tierra, Kamuflaje y Suicido Colectivo, y con ellas, en 1988, decenas de revistas y fanzines que inauguraron una nueva expresión literaria: las revistas subtes. Nace la Cooperativa del Molino, formada por grupos de rock, con sus presentaciones llamadas ¿Por qué estamos durmiendo?, de donde emergen bandas que en sus mensajes intentan dejar clara su inconformidad con el sistema político, con el accionar policial, con la realidad socioeconómica, con lo uruguayo y la mentalidad conservadora que representa. Se organizan eventos que reúnen el under, como Cabaret Voltaire y la feria de Villa Biarritz, donde la música rock comienza a tejer lazos con la poesía performática, la literatura y las presentaciones de la Red de Teatro Barrial. El momento de erupción ocurre en abril de 1988, con el festival Arte en la Lona. En un marco de represión y censura directa contra estas manifestaciones, este evento logró reunir sobre el ring del Palermo Boxing Club a gran parte de las expresiones subculturales que se venían experimentando desde años anteriores. El momento de mayor auge y también la rápida caída del fenómeno tienen lugar en 1989, con la formación de la Coordinadora Anti-Razzias, la resistencia, las disidencias, las diferentes convocatorias y el campamento «Libertad, la otra historia»; una particular red de grupos autónomos que plantearon originales formas de resistencias frente a la represión democrática contra las juventudes.

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      Grafiti del personaje Polizonte, de Pepi Gonçalvez, a fines de los ochenta, en la calle Cerro Largo esquina Magallanes.

      En este sentido, no hay dos generaciones en los años ochenta, sino una generación que tiene dos fases y dos camadas. Un período de resistencia que se extiende desde 1980 hasta 1985 (Bravo: 2019), al que se sumó, a partir de la reapertura democrática, una camada más joven que inauguró una segunda fase que Gabriel Peveroni extiende hasta 1992 («Juntacadáveres —boliche—fue los 80 tardíos»), y Luis Bravo hace llegar a 1994 (cuando, luego de doce años, dejó de existir Ediciones de Uno). Para Bravo (2019), la generación del 80 no se diferencia abruptamente de la generación del 83, sino que se superpone, llevando hacia el límite la apertura lograda años atrás.

      Era paradójico porque por un lado festejabas, pero por otro lado era algo que seguía estando mal. La del 83 tenía una carga de resistencia, tenía una lucha muy clara frente a algo […] La generación del 85 éramos como los hermanos menores de eso y no nos sentíamos partícipes de la lucha contra la dictadura. Había como una situación de que la democracia era lo mismo. Había una desazón […] Yo creo que fuimos los primeros que visualizamos que estaba todo mal. (Peveroni: 2017).

      Inmersos en una sensibilidad montevideana, gris y silenciada, estos adolescentes frecuentaban el liceo n.º 7, el Molino de Pérez, el barrio de Pocitos y la feria de Villa Biarritz.18 Esta última era uno de los sitios referenciales donde ir un sábado de tarde si querías conocer algo de pospunk, metal, new wave y la movida alternativa a través de las revistas subtes. Sin embargo, no eran los únicos espacios. Es imposible realizar una cartografía del under posdictadura porque existieron, al mismo tiempo, diferentes manifestaciones en diferentes barrios.

      En la Toldería de Tacuabé, en Abayubá, tocaba Indios Muertos. Me acuerdo de haber ido caminando y ya veías, como a tres cuadras, un escenario y gente. Tenían un parlantecito y este loco cantando, y yo decía: «¡Esto es espantoso!». Pero finalmente te daba tanta alegría que existiese… (Michelin: 2019)

      La subcultura en Montevideo a mediados de los ochenta no tuvo lugar únicamente en barrios de clase media alta; el under no se dio solo «de Avenida Italia al sur», como muchas veces se dijo. No podemos reducir a este espacio manifestaciones que también se extendieron sobre las periferias metropolitanas. Tanto en Pocitos, Villa Dolores y Palermo, pero también en Lezica, Aires Puros, Capurro y, en especial, en Pando y Empalme Olmos, por nombrar tan solo algunos de los sitios referenciales.

      Quizá el lugar más importante como punto de reunión fue la feria de Villa Biarritz. Durante dos décadas, logró constituir uno de los centros neurálgicos de los nervios subterráneos en la reapertura democrática. La experiencia excede los marcos temporales de este trabajo debido a que las actividades allí se extendieron entrados los noventa. Villa Biarritz significaba para estos gurises un sitio hacia donde peregrinar, caminando y tomando algo. Allí, las troupes de los diferentes barrios le arrebataron a la ciudad un espacio donde poder juntarse, algo que el pachecato y la dictadura habían prohibido desde hacía largo tiempo, criterio que el gobierno de Sanguinetti intentaba perpetuar. «El Partido Colorado tiene un miedo atroz a que la gente se reúna, converse, discuta.» (Servicio de Rehabilitación Social - Sersoc: 1989) Allí pudieron compartir, conocerse, leer y leerse, escuchar y ser escuchados. Allí se enamoraron, se emborracharon, debatieron, pensaron y crearon.

      En la esquina de las calles Pedro Berro y José Vázquez Ledesma, cerca de los baños públicos, ocurrió la invención de un espacio territorial diferente, donde las expresiones artísticas ocuparon un lugar al margen de la contracultura anclada en el canto popular. Allí se hicieron toques y se instalaron decenas de puestos donde los fanzines y revistas subtes se entremezclaban con quienes realizaban performances e intervenciones urbanas en un momento atravesado por un espíritu de creación y transgresión estética, moral y política.

      Toda esa turma liberó un nuevo escenario en la ciudad, al aire libre y muy pintoresco, entre discretas parrillas en la vereda con sus linyeras y sus trucos, la militancia partidaria y el voto verde, algún tira mezclado, y los vecinos que acudían por sus compras sabatinas. En ese sitio, «sus estigmas exteriores pasan desapercibidos cuando

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