La guerra improvisada. Tony Payan
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Este debate no es trivial, ya que nos encontramos en un mundo en donde la misma ciencia está en crisis, en pleno estado de desmantelamiento de la realidad a favor de muchas realidades paralelas, y en donde prevalece un ambiente de interpretación, aun entre quienes contemplan los mismos hechos, los mismos datos, los mismos personajes y eventos de manera sincrónica. Más aún, como muchos de los entrevistados fueron testigos de un periodo que empieza a quedar cada vez más en el pasado, sus propios juicios de lo que apreciaron en aquellos momentos comienzan a ser tamizados por el tiempo y la memoria. En consecuencia, el proyecto de recoger la versión íntima de lo que había sucedido, buscando una realidad única y persistente, se tornó un ejercicio de recopilar varias versiones íntimas y divergentes de lo que había sucedido, es decir, al final muchas narrativas no siempre coincidieron. Lo que se presenta ante los ojos del lector son entonces las distintas hipótesis (versiones) de lo que sucedió, de cómo sucedió y de por qué sucedió, para que sea éste quien juzgue la complejidad del periodo calderonista. Al final, sin embargo, aprendimos que hay riqueza y muchas lecciones en la diversidad de versiones de lo ocurrido. Así pues, lo que no queremos es que se pierda la importancia de recoger la complejidad que acompaña la hechura de políticas públicas porque sobre ello gira el México del futuro, especialmente en el tema de seguridad —un tema, por mucho, aún no resuelto.
Punto de partida
En este tenor, bajo el entendido de que una opinión central sobre el debate de la crisis de seguridad pública entre quienes entrevistamos comienza con el actor más importante, queremos partir de lo que el propio presidente Calderón ha dicho de su paso por la presidencia y del tema de la seguridad.
Calderón ha reafirmado su diagnóstico de la situación del país en muchos foros, durante y después de su presidencia, argumentando que la situación en 2006 era ya insostenible y que la inseguridad que enfrentaba el país era grave. Calderón escribe: “El escenario de inseguridad que se registra en algunas regiones y ciudades del país tiene su origen en una multiplicidad de factores que se fueron acumulando y agravando a lo largo de los años, en algunos casos durante décadas” (Calderón, 2015). El propio Calderón cita a académicos y periodistas como Luis Astorga, David Shirk, Jorge Chabat, Ioan Grillo, y otros, para justificar su actuación ante el reto de la inseguridad en el país. Sus diagnósticos incluyen un historial de la evolución del crimen organizado y la violencia; el advenimiento de una delincuencia sin precedentes —la extracción de rentas o derecho de piso—; una visión de la delincuencia que trasciende el narcotráfico y se extiende también al narcomenudeo, la disputa por el territorio, la debilidad de las instituciones, la corrupción, el flujo de armas de Estados Unidos y la fragmentación política del país (Calderón, 2015).
El presidente Calderón justifica la necesidad del uso de las fuerzas armadas ante la delincuencia organizada precisamente porque las instituciones, desde su punto de vista, estaban secuestradas por el crimen organizado: “El problema de México no es un asunto de drogas nada más… las organizaciones criminales han adquirido tal grado de sofisticación que se están apoderando de las instituciones” (Ruiz, 2013). Así pues, el presidente tuvo y sigue teniendo su verdad, y las verdades de los presidentes tienen un peso muy particular en la historia del país y no pueden ser ignoradas porque dan paso a acciones que llegan a marcar no sólo sus mandatos, sino la propia historia de la nación. Aun así, la verdad del expresidente sigue siendo una verdad entre otras; además, todos los argumentos detrás de su diagnóstico resultaron debatibles entre nuestros entrevistados y generaron hipótesis encontradas, incluso entre quienes estuvieron muy cerca del presidente y de quienes observaron la evolución de su estrategia de seguridad y la evaluaron, la recalibraron y la justificaron o la criticaron. Por eso, muchas de nuestras preguntas empezaron precisamente poniendo frente a los entrevistados este diagnóstico de la delincuencia que dio origen a la estrategia de Calderón en materia de seguridad.
Así pues, el resto de este capítulo se enfoca precisamente en algunos de los argumentos que el propio Calderón ha ventilado en público —entonces y ahora— a partir de las perspectivas de quienes participaron cercana o lejanamente en ese momento tan crucial de la vida contemporánea del país. Las siguientes secciones examinan, desde la perspectiva de los entrevistados, los números y los análisis alrededor de los mismos, el contexto político del propio Calderón y su potencial incidencia en la manera en que toma el tema de la inseguridad, las condiciones de las instituciones y otros instrumentos a su disposición para enfrentar el problema, el drama personal del presidente y sus colaboradores, y la conducción de la lucha contra el crimen organizado, de propia boca de sus colaboradores y detractores. El capítulo baraja, entonces, las percepciones de quienes pudieron o permitieron ser entrevistados para discernir el contexto tan complejo que llevó a Calderón a encarar el problema de la seguridad como lo hizo. Cabe advertir que en las palabras de nuestros interlocutores no todo era acuerdos y consensos. Al contrario, hay interpretaciones, apoyos, críticas y matices, sin perder de vista que el contexto mismo era complejo y por lo tanto da lugar para muchas interpretaciones del problema, de las opciones en materia de política pública, de las acciones y, finalmente, de los resultados.
La delincuencia en cifras, la construcción de los datos y la geografía del crimen organizado
Comencemos con una exploración de los datos duros de la delincuencia y la violencia. Si de los datos y de las cifras se trata, el lector de este libro podría pensar que las estadísticas son en alguna forma representantes de la verdad y que por sí solas no dejan lugar a desacuerdos sobre el problema que representan. Pero no es así. A lo largo de nuestras conversaciones con los expertos quedó claro que las cifras delictivas mismas fueron objeto de acalorados debates entre nuestras fuentes. Las entrevistas comenzaron con preguntas relacionadas con el diagnóstico de la administración calderonista y la veracidad de éste —una pregunta central— porque finalmente, en un mundo ideal, es el diagnóstico lo que da lugar a una respuesta de seguridad, o a cualquier otro tema de política pública, especialmente una respuesta que terminó sellando el sexenio. Explorar estas discusiones alrededor de los números delictivos fue importante porque van directamente a la justificación de la administración calderonista acerca de la necesidad de enfrentar al crimen organizado y de hacerlo de la manera en que se hizo (Calderón, 2015).
La discusión de los entrevistados sobre la situación delictiva en México en 2006 —el diagnóstico— se centró en tres desacuerdos fundamentales referentes a las estadísticas de la delincuencia y la violencia en el país ese año. El primero tiene que ver con las tendencias numéricas de los delitos, notablemente homicidios dolosos, secuestros y extorsiones. El segundo, con la extensión territorial de la violencia y la cambiante naturaleza de la delincuencia organizada, y el tercero, con la problemática de resumir la violencia y la inseguridad en una sola tendencia: homicidios dolosos y la construcción de los datos mismos.
Las tendencias delictivas
Con respecto a las tendencias delictivas y de violencia en el país, hay quienes argumentan que Calderón encuentra un país “ensangrentado”. Rafael Fernández de Castro, su asesor principal en política exterior, manifestó que el propio presidente estaba convencido de que así era. Fernández de Castro sostiene que el presidente les dijo: “Miren, cuando yo llegué a la Presidencia de la República, me di cuenta de que los cárteles no estaban en el traspatio de la casa, sino en la sala, con los pies subidos sobre la mesa, y ya con la cocina saqueada, el refrigerador abierto y ya sin cervezas. Yo tomé la decisión de que eso no podía seguir pasando y decidí aplicar toda la fuerza del Estado para poner orden en la casa de México, porque nos habían tomado incluso la sala de la casa”.
Hay quienes coinciden con ese diagnóstico. Eric Olson, del Woodrow Wilson Center, manifestó que “por lo que entiendo, Calderón percibió una crisis real, muy seria, hasta el punto de que antes de ser inaugurado, pidió ayuda a Washington para enfrentar este problema; no de manera específica, pero sí pidió ayuda. Yo estoy convencido de que pensó que había un reto enorme, una crisis, que requería