No me toques el saxo. Rowyn Oliver
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El plan A, de robarle el saxo de dentro de su furgo y salir corriendo, parece haber fallado. Y el plan B... debería haber un jodido plan B, pero no lo hay. Solo una improvisación de la que voy a tener suerte de poder salir ilesa.
Entonces él dice algo que me deja el culo clavado en el suelo de la furgoneta.
—Bueno… quizás podamos...
¡Nooooooooo! Me va a dar un paro cardíaco. ¿Quizás podamos qué...? ¿En serio cree que me lo voy a montar con él?
¡Ni en sueños, guaperas!
Espero no haya visto mi cara de pánico, pero antes de poder balbucear cualquier cosa para que no se me acerque él, se inclina dentro de la furgoneta y en lugar de entrar, simplemente deja el estuche y se sienta a mi lado, con el culo en la furgo y los pies apoyados sobre el suelo de tierra.
Vaya, parpadeo realmente sorprendida, si al final resultará que es un tío legal.
Deja el estuche del saxo cerca de su cadera y le da dos golpecitos con la mano, como para asegurarse que está en buen recaudo.
Los ojos se me abren como platos.
Casi puedo tocarlo. ¡Está ahí! Por fin lo tengo al alcance de mi mano.
Estoy en éxtasis y no coordino. Los cubatas que me he tomado al parecer son de efecto retardado porque me mareo un poco y me inclino sobre el saxofonista.
Me mira con esos ojos grandes y de color chocolate, está demasiado cerca como para que yo pueda hacer otra cosa que parpadear.
Ha malinterpretado mi inclinación de “Dios mío qué borrachuza soy” por un “voy a por ti, nene”.
Entonces pasa lo inevitable: Me besa.
¡Me besa!
Mis brazos se elevan, en un principio no sé si para frenarle o qué, pero inconscientemente los dedos de mis manos se extienden y se enredan en su pelo. Pero mi boca es incapaz de pronunciar palabra o sonido alguno mientras él aprieta sus labios contra los míos.
Me está besando y, para tortura de mi conciencia, lo hace suavemente. Me acaricia la mejilla con el pulgar y contra mis labios, mientras me da suaves toques, puedo notar una sonrisa. ¡Madre mía! Inequívocamente es buen tío. Un tío que besa de maravilla, pero que fue a comprar el saxofón equivocado, y eso es algo que no le puedo perdonar.
Por un instante mis labios están quietos, expectantes de la orden de mi cerebro que no acaba de llegar.
Todo se vuelve de un color brillante. Son como fuegos artificiales en mi cabeza. Seguro que luego pienso que eso de las mariposas en el estómago o las luces de colores son una puta chorrada, pero ahora… ahora siento que él tiene los labios más tiernos del mundo y los míos se abren para él hasta notar el roce de su lengua. No puedo evitarlo, el cerebro ha reaccionado y me ordena corresponder a ese beso que él ha ido profundizando. Ya no noto que sonría. Me besa delicadamente, con los ojos cerrados y la boca jugando a atrapar mis labios entre los suyos.
¡Menudo beso!
Inseguro al principio, su lengua da pequeños toques contra mis labios entreabiertos y siento sus manos elevarse para enmarcarme la cara. ¡Vaya un caballero! Parece que está dispuesto a besarme como un gentleman antes de tirarme sobre el suelo de la furgo y sobarme las tetas.
Cuanto más tiempo pasa, más me doy cuenta de que quizás me esté equivocando. Meterme mano es algo que no ocurre, y, sin embargo, no deja de besarme. ¿Cuánto está durando este beso? Acabo de perder la noción del tiempo.
Se aparta de mí poniéndole fin y me dedica una sonrisa tierna al ver mis ojos abiertos como platos.
No sé qué me alucina más en este momento, pero voy frunciendo cada vez más el ceño.
—¿Qué? —me pregunta con una tímida sonrisa a escasos centímetros de mi cara.
Gimoteo y me siento idiota por no poder articular palabra.
—No sé... —consigo decir finalmente antes de expulsar todo el aire de mis pulmones.
Y realmente no sé.
No sé qué estoy haciendo, ni qué puñetas digo.
Por otra parte, él... no sabe quién soy, qué hago aquí. No sabe nada y… ¿me besa? Resoplo como si estuviera decepcionada cuando no hay motivo alguno. El saxofonista es un capullo y así seguirá siéndolo en mi mente por muy tierno que aparente ser y por mucho que piense que ese besazo ha sido increíble.
—Estás un poco borracha —me dice, y no es una pregunta. Es más bien una afirmación que viene a poner de manifiesto mi repentina falta de coordinación.
—Bueno, tú tampoco estás muy sereno. —Me pongo a la defensiva.
Entonces se ríe. Es una risa franca y divertida que no me sienta del todo bien.
—¿Quieres que salgamos a tomar un poco de aire, o te invito a… un agua? —añade con una risita que a mí me enerva.
¿Está siendo condescendiente y paternalista? Cierro los ojos y con un movimiento demasiado rápido intento apartarme de él, cuando los abro soy consciente de que me he mareado y él me sujeta por el hombro.
—¿Todo bien?
Si fuera otro tío creería que es el hombre más considerado del mundo, pero este tipo es un ladrón de saxos. Y aunque se esfuerce por caerme bien, no lo hará.
—Vamos fuera, hablemos un rato mientras te da el aire.
Bien, ahora quiere hablar. Sería una maravillosa oportunidad para salir de la furgo y tomar algo antes de que el pobre se crea que va a tener tema conmigo. Pero… otra vez mi máquina empieza a funcionar, en mi cerebro se escucha el engranaje que gira y gira.
¡No voy a largarme de aquí! ¡Me niego!
Aquí es donde está mi saxo y si me voy será con él entre mis brazos.
Me sorprendo al decir:
—No. Estoy bien. Podemos quedarnos aquí y… hacer cosas.
Hacer cosas, como si hablara de manualidades o algo.
Una imagen cruza mi mente y gruño.
Veo que se echa hacia atrás.
¿Por qué se echa hacia atrás? Frunzo el ceño más profundamente y él parece asustarse de mi reacción.
—No te enfades —me dice.
—No me enfado —¿De qué va?—. ¿Me ves enfadada?
¡Puto idiota!
Vale, igual mi tono ha sido un poco pasivo—agresivo. Pero ¿qué le pasa?, debería estar agradecido de que una tía como yo se fije en él. Vale, no seré Monica Bellucci, pero tampoco estoy tan mal como para que el señor ojos de búho me rechace.
Suelto